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 domingo, 20 de julio de 2003

Los establecimientos están a pocos kilómetros de la frontera con Bolivia
Firmatenses solidarios llevaron ayuda a dos escuelitas del norte argentino
Instalarán pantallas solares y calefones. Además levantarán centros cívicos. Costearon el viaje con su propio esfuerzo

Silvia Carafa / La Capital

Firmat. - Un grupo de firmatenses viajó al límite norte de la Argentina para llevar ayuda a dos escuelitas de frontera. Durante el año trabajan de mozos para reunir elementos que van desde útiles a pantallas solares para dar electricidad en lugares inhóspitos. Pero también llevan ternura, tortas y velitas para festejar cumpleaños a los niños collas que más de una vez le preguntan "¿cómo es allá?". Entre los voluntarios hay desocupados, jóvenes y hasta docentes jubilados. Durante su estadía trabajan en refaccionar los precarios edificios, pero a pesar del esfuerzo sostienen que traen más de lo que llevan: el placer de dar.

El día es fresco y luminoso, como para que las vacaciones de invierno se luzcan. Por eso llama la atención el movimiento de un grupo frente a la Escuela Especial José Pedroni. El mate acompaña el trajinar mientras acumulan bultos, colchones, cajas y mochilas en un colectivo. En los preparativos sobra el afecto y la alegría. Es el grupo Huellas que se apresta a partir hacia la frontera de Jujuy y Bolivia para ayudar a dos escuelitas rurales.

"Transitando una huella y no dejándola borrar se llega a cualquier parte", explicó el portavoz del grupo, Roberto Montanaro, que está desocupado y viaja con su mujer Celia Altamir que es docente y el hijo de ambos, Eduardo de 22 años. De Huellas participan unas 30 personas, docentes, empleados de comercio, profesionales, desocupados y estudiantes, que costean el viaje de 1.800 kilómetros con su propio bolsillo, para llevar a las escuelitas el producto de lo que consiguieron con mucho esfuerzo a lo largo de todo el año.

"Nuestro descanso es venir a trabajar por los demás, nos reunimos en esta escuela los sábados o los domingos por la tarde, acá nadie obliga a nadie", comentó Montanaro. Además explicó que para recaudar fondos trabajan junto a la Cooperadora del Barrio Centenario que da servicio de comida. El grupo vende las tarjetas, arregla los salones y sirve los alimentos, de este modo van recaudando "de a 100 o 200 pesos que vamos invirtiendo en comprar la ayuda que llevamos en cada viaje". Harina, yerba, azúcar, leche, libros, útiles forman parte del cargamento solidario.

"La gente nos ayuda porque tiene mucha necesidad de colaborar", explicaron los integrantes de Huellas y proyectaron un deseo utópico "no nos explicamos por qué en este país no nos juntamos de una vez". Este año le devuelven arreglada una computadora que trajeron durante el viaje del invierno pasado. Además, consiguieron una donación importante para comprar techos, pisos, puertas, ventanas y vidrios para el centro cívico de uno de los pueblitos.

"Siempre se puede", enunció Montanaro y dejó en claro la opción del grupo de llevar ayuda a lugares tan lejanos. "En nuestra zona la ayuda está servida, pero la gente no tiene idea de lo que ocurre en los puntos extremos de nuestro país, donde el médico pasa una vez al mes", describió. Este es el tercer viaje del grupo firmatense. El destino elegido son las comunidades de Casira y Yoscaba en el límite de Jujuy con la frontera boliviana.


"¿Y sino quién defiende a la patria?"
Yoscaba está a 90 kilómetros de La Quiaca, a metros de la frontera entre Jujuy y Bolivia. Allí viven unas 10 familias de pastores de llamas y ovejas. En ese lugar, Huellas ayudará a construir un centro cívico para que al menos haya un lugar donde se pueda atender un enfermo y donde pueda funcionar el único teléfono del pueblo. A 30 kilómetros de esta comunidad, está Casira, un pueblo de unas 20 casas de alfareros. En ambos lugares hay escuelas que reciben ayuda de sus padrinos a través de camiones que dejan la mercadería y se van.

"Nosotros nos quedamos a convivir con ellos durante algunos días, a conocer su cultura, sus costumbres, su sentido de la vida", comentó Montanaro. "Allí usan el estiércol de animales para cocinar, sobreviven vendiendo lanas de los animalitos que crían y comen un cordero en ocasiones muy especiales como un agasajo extraordinario", relató. Las familias son numerosas, y según Montanaro cuando le preguntaron el motivo tuvieron una respuesta conmovedora: "y sino quién defiende a la patria". Los habitantes, en su mayoría collas, tienen en claro que sus antepasados llegaron allí huyendo de los conquistadores y sienten que pertenecen a ese sitio.

"No es tanto lo que llevamos sino lo que traemos, conocimiento de una cultura que nos hace recordar la calidez y la calidad que a veces perdemos", dijo Montanaro. Aprendimos cómo se pide la mano de la novia, cómo se rinde homenaje a la Pachamama, lo que es el carnaval y la fiesta de Todos los Santos, entre otras costumbres. Nos llamó la atención la falta de agresión y de violencia entre los chicos.

A la hora de las motivaciones para el trabajo que realizan hay un hilo conductor ya que "el placer de dar es inmenso y no todos lo conocen", sintetizó Celia. A su hijo Eduardo, el compromiso con la realidad le hace bien. Mariano estudia comunicación social y cree que "la gente y las cosas están y uno tiene que ir al encuentro". Maira Molina tiene 18 años, cursa el tercero del polimodal, y se enganchó en el grupo a través de su papá. Martín tiene 25 años, es de un pueblo vecino pero igual se sumó a Huellas. Fabio está desocupado, por lo que siente que puede entender mejor que nadie las necesidades de aquella gente. Para Daniela, ayudar es un placer que ahora se convirtió en necesidad.

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En su descanso trabajan por los demás.

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