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 domingo, 20 de julio de 2003

[Leyendas]
El perro que se convirtió en el mito de un pueblo
Un sorprendente culto popular en resistencia evoca a Fernando, una mascota que se transformó en figura pública

Mario Candioti / La Capital

La historia de Fernando, el inolvidable perro que se transformó en un personaje popular de Resistencia, no puede dejar de ser contada. Un 28 de mayo de 1963 dio su último salto, su último ladrido, pero la ciudad en que vivió aún lo recuerda y lo nombra, al punto de conmemorar el aniversario de su desaparición. Y a la distancia el recuerdo de Fernando Ortiz -¿fue el dueño o el creador del mito?- es inevitable. El hombre habla como si su mascota estuviera allí, acariciándole las piernas y enredándole sus recuerdos.

"Fernando fue algo así como un regalo de Navidad. El 24 de diciembre de 1951 me encontraba en el Bar Los Bancos. Había llegado a Resistencia desde Paraguay y debía seguir rumbo a Buenos Aires, ya que el 2 de enero debutaría en Radio El Mundo. Pero nunca más me fui. El encuentro con ese perro blanco, pequeño, fue casual. Cuando lo vi, tan chico, lo comparé con un capullo de algodón. Nadie lo llamó, pero él vino directamente a echarse a mis pies. Por ese entonces, teníamos una orquesta que se llamaba Rey Ortiz y cuando actuábamos, el perro solía acomodarse detrás del piano", recuerda el viejo letrista, hoy pisando los 80 años.

A escasos metros de la plaza principal de la capital del Chaco se encuentra el hotel Colón, lugar de residencia de Luis Fernando Ortega -su verdadero nombre- a poco de su llegada del Paraguay.

"Allí me alojaba en la habitación 41 y Fernando me acompañaba. Al principio trataba de disimular su presencia, hasta que Coco Lucas, el dueño del hotel, lo descubrió. Sin embargo, yo creo que él comprendió que Fernando no era un perro más y por eso decidió colocarle una cucha para que pudiera descansar". Habla Ortiz y se emociona.

"Los muchachos que se reunían en el Viejo Rincón lo bautizaron con mi nombre. Fernando me acompañaba a todas partes, estaba presente mientras tocábamos con la orquesta y me esperaba a la salida. Allí, casi siempre, me ladraba de una manera especial y yo sabía que esa era su forma de invitarme a la Plaza San Martín, donde cumplía una especie de rito: perseguir a los gatos. No los agredía, tan sólo parecía divertirse corriéndolos. Un solo gato logró hacerse amigo del perro. El animal era negro y vivía en el Viejo Rincón y fue el único que se dio el lujo de jugar con Fernando y hasta colgarse de sus barbas".

El perro iba ganando admiración y el cariño de la gente de Resistencia. Sus aventuras y su bohemia comenzaban a hacerse cada vez más populares.

"Fernando vagaba por todos lados, iba a dormir al hotel Colón y después, a eso de las 6, se iba hasta la puerta del Banco Nación e ingresaba junto con todos los empleados. Sin embargo, él tenía un lugar de privilegio dentro del banco. Diariamente, el gerente le indicaba a un ordenanza que sirviera en un cacharro de aluminio el café con leche y medialunas para Fernando. A veces me pregunto si no hablarían entre ellos. Tal vez eso era lo único que le faltaba a Fernando".

Tal vez esa haya sido una de las características más notorias de este animalito: su agudo oído para captar la belleza de los sonidos, o para rechazar los desacordes de algún desafinado cantante.

"Fueron muchos los cantantes y concertistas que por aquellos años pasaron por Resistencia. Incluso, en esa época el coro polifónico había adquirido un gran predicamento. Faltaba muy poco para que el coro emprendiera una gira por Italia y realizaba su última función en el teatro SEP. La directora, Yolanda Pereno de Elizondo, se encontraba lista para iniciar la actuación. Justo en ese momento, por una puerta lateral, apareció Fernando. Ya en el escenario, pasó revista a los integrantes del coro , se acercó hasta la directora, le dio un colazo como señal de aprobación y recién allí el coro comenzó su actuación. El perro, como siempre, escuchaba acostado a un costado del escenario. También, cuando solíamos reunirnos en el Fogón de los Arrieros, siempre se presentaban destacados cantantes o concertistas. Fernando siempre estaba allí y si alguno no era de su agrado musical, era el primero en levantarse y retirarse".

La década del 50 estaba llegando a su fin. La inauguración de un tramo de ruta entre Puerto Barranqueras y Puerto Vilela, motivó la presencia del entonces presidente de la Nación, Pedro Eugenio Aramburu.

"El día de la inauguración de ese tramo, por la noche se realizó una recepción en el club Social, donde asistieron las más altas autoridades de la provincia acompañando a Aramburu. En lo mejor de la reunión, entró Fernando. Claro, fueron muy pocos los que se asombraron de su presencia. Enterado el presidente de quién era el perro, aceptó que compartiera una silla junto a él. Fernando también estuvo con el general Perón, por el año 53 o 54, en una oportunidad en la que él brindó un discurso desde el balcón del edificio de Salud Pública".

La vacunación antirrábica llegó al Chaco en 1954. El ejemplo volvió a ser Fernando que, desde entonces, se convertía en el primer perro vacunado de Resistencia, lo que le valió hacerse acreedor de la patente número 1.

"Pese a tener la chapa número 1 de vacunación, Fernando fue llevado en una oportunidad por la perrera. Se ve que el hombre no conocía la historia del perro. Incluso ni se fijó en el collar que le había realizado Mario Gantes y que decía: «Yo soy Fernando, el rrope bohemio». El de la perrera era un carro de madera tirado por dos caballos y allí fue a parar Fernando. La oportuna presencia de Tatalo Domínguez (ex campeón argentino de boxeo) y del promotor Moisés Zaín impidieron que el perrero cumpliera su cometido. Se armó una gran discusión que fue subiendo de tono. Hasta que en un descuido Tatalo y Zaín abrieron la perrera y dejaron escapar no sólo a Fernando, sino a los otros perros que lo acompañaban".

Fernando solía compartir sus andanzas con un amigo fiel: el perro López, un animal que por la incapacidad de ciertos humanos para interpretar y entender la sabia filosofía de vida de los canes, resultó agredido por un hombre que, con un carbón encendido, le produjo la pérdida de un ojo.

"Junto al perro López, Fernando hacía sus diarias recorridas. Un día se enamoró de una perrita en el bar Japonés. Los dueños no parecían estar muy de acuerdo con esa relación y un día terminaron por arrojarle a Fernando agua hirviendo sobre el lomo y un cuchillazo que le provocó una herida profunda. Cuando lo encontraron, fue llevado enseguida al club Social y allí el doctor Pipo Reggiardo lo atendió y lo operó".

Fernando supo también del dolor de perder a los amigos.

"René Brusseau, un cordobés profesor del colegio nacional muy amigo de Fernando, falleció la semana del 26 de junio de 1956 de un síncope. Nadie jamás logró explicarse cómo se enteró Fernando, ya que cuando el cuerpo del pintor fue trasladado al Fogón de los Arrieros donde fue velado, el perro ya hacía varios minutos que estaba allí. Y, hasta el día de su sepelio, no se apartó del ataúd, aullando de vez en cuando".

Fernando era libre, demasiado libre. Una especie de ciudadano del mundo en cada lugar de Resistencia donde hubiera música o amigos, siempre dispuestos a darle el espacio que merecía. A este amigo de los niños y de los ancianos, un día quisieron llevarlo lejos, apartarlo de su ámbito natural.

"Un grupo de chilenos que trabajaba para la bodega Giol, en Mendoza, quiso llevarlo para allá. Como el perro parecía no tener dueño, lo cargaron en una camioneta para alejarlo de Resistencia. Al llegar cerca de Basail (población santafesina próxima al límite con el Chaco), uno de los hombres notó que Fernando miraba el camino con una expresión particular. En ese momento, fue tanta la pena que sintió por el perro que, de inmediato, decidió retornarlo a la plaza San Martín".

Resistencia sintió un gran impacto al conocer la muerte de Fernando. Uno de los personajes más queridos los abandonaba de golpe, habiéndole dejado una herencia de ternura y amistad. A partir de entonces, Fernando ingresó en la leyenda. Pero seguiría siendo Fernando, un perro singular... como siempre.

"La mañana del 28 de mayo de 1963, unos policías encontraron a Fernando medio moribundo en la esquina del Banco Español. Pese a los cuidados que se le brindaron, murió pocas horas después. Tal vez por su edad, tal vez porque nunca lo cuidamos con su alimentación y comía demasiadas cosas dulces y picantes. Cuando vinieron a mi casa para avisarme, yo no quise asistir al velorio, era una pérdida demasiado grande para mí. Ese día, toda Resistencia estuvo de duelo. La banda municipal interpretó marchas fúnebres y los comercios que cerraron sus puertas en señal de duelo. Desde entonces, su cuerpo descansa en el Fogón de los Arrieros, el lugar que él seguramente hubiera elegido para descansar".



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