Año CXXXVI
 Nº 49.845
Rosario,
domingo  18 de
mayo de 2003
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Nueva etapa. El bonaerense podría sobrevivir a la caída de la vieja política
El futuro de Duhalde, un misterio a develar
El presidente es dueño de dos personalidades: la del caudillo y la del dirigente que consiguió capear el temporal

Ricardo Petunchi / La Capital

Fue la sociedad con sus votos, y no los políticos por propia voluntad, la que inició la demorada depuración de la clase dirigente.
Una inmensa mayoría de argentinos decidió que el tiempo de Menem llegó a su fin y levantó una muralla infranqueable para impedir que el rancio olor del pasado, con su estética decadente y ética ausente, volviese a adueñarse de la vida cotidiana. Menem y su séquito, Alfonsín y su intolerancia de estadista frustrado, De la Rúa y su falta de temple, tres de los hombres que marcaron la vida política desde la vuelta de la democracia, fueron empujados, de distintas maneras y por motivos diferentes, a formar parte de una historia de 20 años de falta de respeto a las instituciones y de miseria para millones de compatriotas. El cuarto hombre de esta época es el presidente Duhalde.
Y, precisamente, es Duhalde el que encierra el mayor interrogante: ¿tiene el mismo destino que los demás o la historia le ofrece su última oportunidad? Está claro que conviven en Duhalde dos personalidades políticas, por momentos antagónicas. Una es la imagen del caudillo tradicional, acostumbrado a ejercer el poder al amparo de la más aceitada estructura política del país, el peronismo bonaerense. Y ajusta perfectamente en un perfil donde los límites se nublan entre la ambición desmedida y la falta de apego a las conductas transparentes.
El otro Duhalde tiene que ver con el hombre que logró encauzar al país en medio de los días más aciagos de la historia reciente, cuando la falta de conducción política provocó la pérdida de vidas inocentes en las calles del país. El bonaerense llegó a la Presidencia, que le había sido esquiva por los votos, en medio de un tembladeral que sacudía el Sillón de Rivadavia y hacía crujir las paredes de la Casa de Gobierno. Y en ese momento, cuando muy pocos se atrevieron a sacar pecho, tuvo el pulso firme y el liderazgo necesario para ir encauzando las aguas y llevar el barco a puerto más calmo.
Hay dos Duhalde en un mismo político. El que le cerró las puertas a Menem en su intento de perpetuarse y el que fue parte del diciembre negro de 2001. La gran incógnita es saber cuál de los dos aparecerá ahora, cuando ya no está en el poder y deberá esperar, con paciencia de artesano, otra vez su turno.
Se repuso a las reiteradas negativas de Reutemann y a la magra performance de De la Sota en las encuestas para abrazarse a un candidato que pocos imaginaban. El presidente no tuvo reparos en modificar las reglas a su conveniencia en el peronismo para impedir que Menem ganara las internas. Cambió tres veces la fecha y otras tantas las condiciones. Finalmente logró lo que pretendió hacer desde el principio: saltar las internas y llevar a tres candidatos del PJ a la general.
No vaciló en descargar toda su maquinaria de fuego cuando los caciques bonaerenses le sacaban el cuerpo a la campaña de Kirchner. Jugó fuerte, arriesgó mucho, y ganó. El resultado fue absolutamente funcional a sus planes. Menem quedó fuera de combate y Kirchner es el presidente electo. Pero no todo es tan lineal ni la historia generosa. Nada impide pensar que pudo haber usado contra otro candidato las mismas artimañas que usó contra Menem. Como se trató de Menem, mucha gente miró para otro lado. En realidad, el riojano sufrió el gusto amargo de su propia medicina. El tampoco hubiese dudado en hacer exactamente lo mismo. ¿Y si hubiese sido un dirigente con predicamento y el respaldo mayoritario de la sociedad?
Como consecuencia de esta ingeniería política de país que se permite lo que no está permitido, la sociedad tuvo que elegir entre tres candidatos del PJ y el resto. Argentina estuvo a punto de participar de un ballottage tramposo entre dos hombres del mismo partido. El terror de Menem a una derrota humillante sirvió, al menos, para no convalidar ese bochorno.
Finalmente, fueron Menem y Duhalde los protagonistas de los peores momentos de la campaña. Apostaron a la descalificación y el insulto y generaron un escenario más proclive a la pelea que al debate. Por eso casi no hubo espacios para escuchar propuestas y confrontar ideas.
Así se fue el último tiempo del presidente. Casi una constante de su vida política. Ahora, por los logros que puede mostrar tras su paso en la Casa Rosada, tal vez encuentre una nueva oportunidad. Un premio al que ya no pueden aspirar Menem, Alfonsín y De la Rúa.
Si la sociedad percibe intentos por condicionar a Kirchner y, peor aún, por controlarlo, no lo dejará pasar. A su modo, con los plazos que decida, la gente finalmente encontró la manera de hacerse escuchar. Y de transformar la memoria en hechos concretos. Es un nuevo tiempo político. Un tiempo donde se definirá, además, si Duhalde tiene reservado un lugar o si él también formará parte del pasado.



Eduardo Duhalde jugó fuerte, arriesgó y ganó.
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