Año CXXXVI
 Nº 49.844
Rosario,
sábado  17 de
mayo de 2003
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OGM. Los mitos y la confusión enrarecen la discusión sobre los transgénicos
La agrobiotecnología, un debate instalado
Una ley de bioseguridad daría confianza a los consumidores y reduciría el nivel de conflicto sobre este tema

Hugo Permingeat (*)

El uso de la biotecnología en la agricultura hoy es un motivo de debate por diversos sectores de nuestra sociedad. Mientras los productores agropecuarios encontraron ventajas en sus sistemas agrícolas, diversos grupos ambientalistas y de consumidores manifiestan un claro rechazo al uso de estas nuevas biotecnologías (nuevas porque la fermentación de la uva para fabricar vino o de la leche para hacer yogurt, o la misma fabricación de quesos forman parte de las milenarias biotecnologías).
En el medio de este debate se encuentra la gente que, desorientada con justificado desconocimiento, no puede generar un criterio razonable y hacer un juicio de valor.
Argentina ocupa el segundo lugar (después de Estados Unidos) en cuanto a superficie cultivada con plantas GM, cubriendo el 23% del área total, con 13,5 millones de hectáreas. Hasta el momento hay sólo tres especies (soja, maíz y algodón) con eventos transgénicos autorizados para su comercialización, y solamente dos características introducidas (tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos). La soja transgénica con tolerancia a glifosato, durante la presente campaña cubrió el 99% del área total, debido a que el productor encontró un paquete tecnológico que le permitió bajar el costo de producción y le facilitó el manejo del cultivo, asociado al crecimiento de la siembra directa.
Esta expansión no se dio en otros países sojeros como Estados Unidos y Brasil. Es de destacar que en Estados Unidos el productor compra la semilla todos los años, y esto representa un costo importante (además, el mismo herbicida es más costoso), mientras que el productor argentino invirtió en la compra de semilla el primer año y luego la multiplicó y resembró. En Brasil, los cultivos GM no están autorizados para su comercialización pero cerca de 2,5 millones de hectáreas sojeras del sur están cubiertas con soja transgénica adquirida en Argentina. Otro motivo de la adopción es que el mercado no ofrece un precio diferencial por la soja convencional.

Los "riesgos"
El riesgo de que una planta con tolerancia a herbicidas se convierta en maleza es una preocupación que diversos grupos ecologistas difunden abiertamente. Este tema debe ser enfocado desde al menos tres puntos de vista.
El primero, que una planta cultivada como la soja se convierta en maleza de otro cultivo. En este caso, la evidencia científica indica que la planta transgénica no resulta más invasiva que su contraparte no transgénica.
El segundo punto de vista es la posibilidad que exista un flujo génico desde la planta transgénica vía polen hacia otras especies relacionadas. Este riesgo es real, pero deben darse al menos 4 elementos en forma simultánea para que se concrete: que la distancia a la que se mueve el polen alcance a especies relativas, que exista una sincronización en la floración de las especies GM y no GM, que no exista un mecanismo de incompatibilidad entre ambas especies, y que de darse los puntos anteriores el híbrido resultante pueda adaptarse fuera del área de cultivo.
Una herramienta biotecnológica como la generación de plantas transplantómicas (introducción de un transgen en el cloroplasto, y por lo tanto de herencia materna) ofrece la posibilidad de disminuir drásticamente este riesgo.
El tercer punto de vista se orienta a la generación de malezas resistentes en el agroecosistema por una alta presión selectiva derivada del uso intensivo de un grupo reducido de herbicidas a los cuales las plantas GM expresan su tolerancia.
Es de destacar que la soja transgénica no genera riesgos de alergenicidad al consumidor, y que no se diferencia de su contraparte no transgénica respecto de sus cualidades nutricionales.
Otro grupo de eventos autorizados para la comercialización en Argentina tienen que ver con la resistencia a insectos expresada por los maíces y el algodón BT. En ambos casos, una proteína que controla insectos lepidópteros es expresada constitutivamente por las mencionadas especies.
La característica introducida le permite al maíz defenderse de un insecto llamado Diatraea saccharalis o de su relativo del hemisferio norte Ostrinia nubilalis , los que en años de altas infestaciones producen daños que alcanzan al 48% de la cosecha.
Son varios los riesgos ambientales que se adjudican erróneamente a los maíces BT y a otras plantas que expresan esta característica. La primera acusación es que las plantas GM producen una toxina, y que la misma no discrimina entre insectos benéficos y perjudiciales para el agroecosistema.
Las plantas utilizan mecanismos de defensa contra sus agresores en forma natural. Esta proteína que generan las plantas a través de la modificación genética es la misma que produce la bacteria Bacillus thuringiensis, que se utiliza bajo diferentes nombres comerciales incluso en la agricultura orgánica, por tratarse de un insecticida biológico considerado amigable para el medio ambiente. Respecto de la discriminación de insectos, es importante afirmar que existe una gran variedad de genes BT, donde cada uno tiene una gran especificidad sobre el tipo de insectos que controla.
La proteína expresada hoy por el maíz y el algodón cultivados en Argentina controla exclusivamente larvas de insectos lepidópteros (mariposas). No obstante lo amigable que resulta el uso de genes BT para el ambiente, es importante la estrategia que se defina al momento de diseñar el gen que se introducirá en la especie para disminuir al mínimo un efecto ambiental desfavorable. Esto es, armando en el laboratorio, previo a la introducción de la característica en la planta, un gen que se exprese sólo en las partes de la planta que necesite protección contra insectos, o el momento del ciclo de la planta en que deba defenderse de sus agresores insectiles.
El efecto de la proteína BT presente en el polen del maíz transgénico sobre la mariposa monarca ha sido tema de una extensa discusión, en la que inicialmente se responsabilizó al polen del maíz BT de poner en riesgo la existencia del insecto. Sin embargo, luego de estudiar seriamente la posibilidad de ocurrencia de este fenómeno, se concluyó que en esos estudios preliminares se sometió al insecto a una dosis de proteína BT muy superior a la encontrada en condiciones de campo. Por otro lado, se confirmó que los pesticidas utilizados en el control de insectos constituyen un riesgo mayor para esas poblaciones.
El uso de materiales GM resistentes a insectos tiene sí un riesgo de mayor trascendencia: la generación de resistencia por parte de los insectos a la proteína BT, limitando incluso la vida útil de la herramienta biotecnologíca. Es responsabilidad no sólo de las empresas semilleras sino también de los productores evitar la generación de insectos resistentes a las proteínas BT mediante el uso de refugios.
Es importante afirmar que los estudios requeridos para la liberación y comercialización de estos materiales revelaron inocuidad y ausencia de alergenicidad para el hombre y los animales.
Las organizaciones ambientalistas señalan que la contaminación del suelo y del agua es otro riesgo que deriva de los cultivos GM. Si bien es un aspecto de importante consideración se debe aclarar que en el caso de la resistencia a insectos por la tecnología BT se redujo drásticamente el uso de agroquímicos. En el caso de la resistencia a herbicidas es cierto que aumenta el uso de uno de ellos en particular (fácilmente degradable, no residual), pero disminuye el volumen total del conjunto (algunos con propiedades de alta residualidad). Sí es importante cuidar un aspecto ignorado en las críticas, y que tiene que ver con la conservación de las fuentes de germoplasma, algo a lo que se debe prestar especial atención y con énfasis en las zonas de origen de las especies. Estas áreas deberían excluirse o abstenerse de cultivar materiales GM de igual especie a la que se debe proteger.
En cuanto al consumidor, los cultivos transgénicos son sometidos a estudios similares a los medicamentos y esto los hace mucho más seguros que los elaborados con cultivos no transgénicos.
Sin ánimo de establecer comparaciones, es importante afirmar que muchos alimentos que se consumen a diario son más peligrosos que los que derivan de OGMs, por las sustancias conservantes que contienen aunque éstos estén autorizados.
De esto depende un concepto muy básico que hace razonable el etiquetado de los productos. Sin embargo, la etiqueta que dice que el alimento en cuestión fue elaborado con un material GM no ofrece información relevante.
La discusión sobre este aspecto debe definirse si pasa por informar al consumidor sobre los contenidos del producto o sobre cómo el mismo fue elaborado. Me pregunto qué pasaría si el consumidor supiera que un alimento dado fue elaborado a partir de una planta no transgénica, pero generada por una mutación genética causada por un tratamiento con productos radioactivos. ¿Se convertiría este alimento en inseguro?. Definitivamente, no. Lo peligroso es el radioactivo, pero no la planta generada o mutada por el mismo. No es esto riesgoso para el consumidor bajo ningún aspecto, como tampoco lo es el alimento derivado de los OGMs ya autorizados.

Las regulaciones
¿Dónde nace, entonces, el interés por descalificar la tecnología que permite producir OGM? Las causas que se sugieren como más importantes son las siguientes: \u La industria no midió en absoluto la repercusión social que podían tener el uso de estas tecnologías. Es más, la ignoró, y no preparó al público para el uso y consumo de alimentos derivados de ellas.
u La credibilidad de la sociedad sobre los órganos públicos de control es diferente en Europa y Estados Unidos. Mientras en Estados Unidos el 96 % de la sociedad confía en sus funcionarios, en Europa sólo lo hace el 4% de la población. Esta diferencia tiene sustento en varios ejemplos de negligencia que derivó en casos graves tales como la talidomida, la dioxina, la catástrofe de Chernobil, el mal de la vaca loca, entre otros.

Argentina tiene un órgano de evaluación de riesgos ambientales y de riesgos de salud (la Conabia y el Senasa, respectivamente), que demostraron idoneidad en los 10 años de trabajar con OGMs en el país. Lamentablemente, no tienen poder de policía, como tampoco hay una ley que trate sobre la bioseguridad de los OGMs. Una ley de este tipo conferiría mayor seguridad a la población y desmitificaría el tema de los organismos transgénicos.
Si bien el rechazo manifestado por los grupos opositores ayuda al equilibrio y a evaluar muy bien lo que se aprueba para la comercialización y lo que llega finalmente al ambiente y a la sociedad, bueno sería que la misma fuerza se ejerza para gestionar que el Congreso sancione una ley que brinde confianza y seguridad sobre este tema.
\(*) Profesor Adjunto de la UNR e \Investigador del Cefobi



Ilustración: Chachiverona.
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