Año CXXXVI
 Nº 49.838
Rosario,
domingo  11 de
mayo de 2003
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Corrientes: Misión con ritmo de chamamé
La localidad de Santa Ana conserva la historia de la reducción indígena que dirigían los monjes franciscanos

Corina Canale

El pueblo de Santa Ana, cerca de la ciudad de Corrientes, es un lugar del que se puede decir con certeza que el tiempo no ha pasado. Allí se fue formando en el siglo XVI un poblado con indios traídos de la reducción guacaras, asentamiento que dependía de Concepción de la Buena Esperanza del Bermejo, en el Chaco. Al nuevo asentamiento también se lo llamó guacaras, vocablo que según documentos de aquellos tiempos reproducía el sonido onomatopéyico del canto de las gallinetas, aunque también se sabe que los tupíes llamaban de esa forma a las aves pescadoras.
En su obra "El municipio de Santa Ana", de 1942, el historiador Hernán Gómez dice que nació como una reducción indígena organizada en comunidades y dirigida por monjes franciscanos. El historiador coincide en que los indios no eran nativos sino de la Nación Guacaras, y que habían estado reducidos en el gran Chaco, cerca de Concepción de la Buena Esperanza, un asentamiento fundado en 1633 por los padres Pedro Romero y Cristóbal de Mendoza. Y que recién en 1660 llegaron a Corrientes.
En Santa Ana las calles son anchas y arenadas, y las casas de adobe bajas y alargadas, con una galería en el frente sostenida por gruesas estacas de madera oscura.
Cuando el colectivo se detiene en la plaza San Martín, levantando polvareda, se percibe el aroma de rosas y jazmines, y un cartel reza "Aquí descansó el General Mitre a su paso hacia el Paraguay, en tiempos de la Guerra de la Triple Alianza". Esa plaza es el corazón comercial del pueblo; un lugar poblado de mangos y palos borrachos, y de campanillas violáceas que anuncian la cercanía del Paraguay exhuberante y caliente.

Tortas de maíz
Los días de fiesta y los fines de semana, la plaza se va poblando de vendedores que llegan desde los pueblos cercanos. Muchos vienen en casas rodantes y venden desde helados hasta pizza, dulce de mamón y tortas de maíz. Llegan y se instalan a la espera de los turistas que vienen a venerar a la virgen.
Frente a la plaza está la pequeña y colonial parroquia de Santa Ana, cuya construcción le fue encomendada por el Cabildo de Corrientes al cura y vicario interino Antonio Martínez de Ibarra, exactamente el 5 de agosto de 1771.
El lugar santo fue inaugurado en 1775 como capilla y muchos años después, en 1997, se le otorgó la actual categoría de parroquia, que tanto enorgullece al padre Epifanio Barrios.
Allí funcionó, según documentos de la época, "la escuela de primeras letras y música", donde se enseñaba latín, castellano y música religiosa. La atendía un fraile que venía del Hospicio de Nuestra Señora de las Mercedes, en la cercana Corrientes.
Llama la atención su altar delicadamente trabajado en madera clara, adosado a una pared blanquecina, un estupendo contraste con el techo de madera atravesado por vigas oscuras.
Delante del altar, en un templete vidriado, está la conmovedora talla de Santa Ana anciana, sentada y con la mirada baja, atenta al libro que amorosamente sostiene entre sus manos mientras, le enseña a leer a la Virgen Niña. Frente a esa imagen, también dentro de un templete vidriado, hay un Cristo yacente de tamaño natural, y una araña de cristal. Y a ambos costados tallas de pelo natural y vestidos de tela.

Artesanías y flores secas
Al lado de la iglesia está La Pulpería, típica construcción de 1772, donde además de comidas siempre hay exposiciones de artesanías y de flores secas. Con sus paredes pintadas de rosa intenso y cortinas de macramé color ocre, la pulpería de Villalba es uno de los sitios más visitados del pueblo.
Del otro lado de la iglesia, bajo una galería que atempera el calor del mediodía, la Rosa Natividad Godoy hace tortas fritas que vende a 25 centavos cada una.
Más cerca de la otra plaza, la Belgrano, y de la Comisaría, hay un par de caballitos que dormitan atados a un chibato rojo, mientras la dulzura de un chamamé quiebra la paz de la siesta.
Por allí está la vieja estación de trenes de Santa Ana, solitaria desde hace 33 años, cuando el servicio dejó de operar. Debajo de un tinglado de chapas, mudo testigo de otros tiempos, está la locomotora 655 del Ferrocarril Nacional General Urquiza. "El convoy venía desde Corrientes, pasaba por Santa Ana y San Luis del Palmar y finalizaba en General Paz, llevando gente y carga", dice Juan Méndez, empleado comunal que cuida el tren económico, del que dice "ahora esta locomotora y su historia son un atractivo para los turistas".
A la tardecita, cuando los últimos visitantes dejan la capilla, y en la plaza San Martín ya hay faroles encendidos, un gallo bataraz de cresta roja se pavonea por la calle Constitución, seguido por dos patos blancos.

Donde descansó Mitre
En esa calle está la llamada Casa Antigua, en la que descansó Mitre, que a pesar de su nombre no es la construcción más vieja de Santa Ana. Así lo cuenta don Juan Leopoldo Torres, quien sí habita en la casa más vieja del lugar: la que perteneció a la familia de Hilaria Soto, por muchos años su esposa.
Torres muestra las durísimas puertas de madera de urunday, "a prueba de balas", dice, y llama la atención sobre las bisagras encastradas en los marcos, los pisos de ladrillos y las tejas que los indios moldeaban con la forma de sus muslos.
"Han venido a ver esta construcción nueve ómnibus llenos de estudiantes de arquitectura de la Universidad de La Plata", confía el dueño de la casa más vieja de Santa Ana, cuyas paredes están hechas con maderas paradas de punta y atadas con tientos.
Don Torres sabe todo sobre su pueblo, y mucho del paso de Mitre por estas tierras correntinas. Dice que además de descansar, en su viaje al Paraguay, "hasta tuvo tiempo de bailar con las damas del pueblo en el Club Social".



La parroquia de Santa Ana fue inaugurada en 1775.
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