Año CXXXV
 Nº 49.811
Rosario,
domingo  13 de
abril de 2003
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Iluminaciones de un período oscuro
Nuevo libro del historiador Tulio Halperin Donghi
“La Argentina y la tormenta del mundo”, que publica Siglo XXI, estudia los debates políticos entre 1930 y 1945

Tulio Halperin Donghi

Cuando proyecté escribir los capítulos que aquí han de leerse, los pensaba destinados a formar parte de la introducción al volumen que, bajo el título de "La República imposible", cubre los años de 1930 a 1945 en la Biblioteca del pensamiento argentino publicada por la editorial Ariel. Si han encontrado otro destino no es tan sólo porque incluirlos en esa introducción la hubiera expandido más allá de lo tolerable. Cuando encaré ese proyecto, estaba convencido de que para entender por qué entre 1930 y 1945 la Argentina vivió dentro de un marco institucional del que le era tan imposible evadirse como acatar lealmente sus normas, era preciso ante todo volver la mirada a lo que ocurría en el mundo, donde ese marco parecía en todas partes cercano al derrumbe, si no se había derrumbado ya. Lo que me hizo dudar de esa conclusión, que había comenzado por parecerme obvia, no fue lo que ella tenía de intrínsecamente problemático. Hubiera bastado reflexionar un momento para advertir que la crisis de las instituciones representativas, que no cesaba de agravarse en el occidente europeo, en realidad hacía menos comprensible la tenacidad con que se aferraban a ellas quienes ejercían el poder en la Argentina, pese a que sólo podían retenerlo al precio de falsearlas sistemáticamente.
Fueron los testimonios que fui acumulando de quienes tuvieron que vivir esos años difíciles los que terminaron por persuadirme de que era preciso buscar en otra parte las claves más relevantes. Cuando presentaba al doctor Marcelo T. de Alvear como el caudillo de una bárbara montonera cuyo triunfo significaría la destrucción de todo lo logrado en tres cuartos de siglo de penosos avances hacia la civilización, el doctor Federico Pinedo no había buscado inspiración en las invectivas de Hitler contra la judaizada ralea plutocrático-bolchevique que, según éste aseguraba, había gobernado la pasada república. La había encontrado, sin necesidad de buscarla, en las invectivas de quienes un siglo antes habían denunciado la barbarie de los que desde el poder los estigmatizaban rutinariamente como salvajes.
El testimonio de Pinedo sugería entonces que si en esos años el país debió vivir la experiencia de una república imposible, ello se debió menos al clima mundial dominante a lo largo de esos mismos años que a rasgos más permanentes del estilo político argentino. (...)
"La Argentina y la tormenta del mundo" busca en cambio explorar qué perspectivas adoptó ese país sumido en su propia crisis frente a la infinitamente más vasta que azotaba al entero planeta. Basta plantearse esta pregunta para comenzar a descubrir las dificultades que, cuando se trata de darle respuesta, surgen de la gravitación de esa otra crisis más doméstica. En primer lugar, la dificultad que proviene de la índole misma del marco político vigente en el país durante la etapa abierta por el derrocamiento del régimen constitucional en setiembre de 1930.
Es sabido que el jefe del movimiento triunfante aspiraba a imponer una profunda reforma de las instituciones destinada a eliminar para siempre el recurso al sufragio universal. Es sabido también que no pudo realizar esa ambición y que, por el contrario, su abandono del poder en febrero de 1932 abrió paso a la restauración plena del marco institucional que el triunfo del movimiento de setiembre había eliminado temporariamente. Pero esa restauración recibió en herencia los problemas que la revolución había sido incapaz de resolver. En primer término, el persistente arraigo popular del partido derrocado que, según todo hacía esperar, se revelaría aun más intratable en el marco de una restaurada democracia liberal. Sobraban los motivos para que fuera el contexto inmediato del país —que ya una vez había probado lo difícil que era vivir en democracia, y que quizá se encaminaba a probarlo de nuevo— el que alimentara, más que ningún otro, las crecientes dudas sobre la capacidad de ese régimen de sobrevivir en dicho contexto.
No iba a ser así, sin embargo. Influyó sin duda el recurso al que acudió el régimen restaurado en 1932 para sobrevivir pese a su extrema fragilidad: seguir eludiendo el dilema que la revolución de la que había heredado el poder había sido ya incapaz de afrontar con éxito. Todas las corrientes políticas —entre las cuales se incluiría desde 1935 también la radical, aunque esa solución sin solución le impedía cosechar el premio debido por el apoyo mayoritario de la ciudadanía— terminaron aceptando un lugar en un orden político que, para sobrevivir, se veía obligado a violar sistemáticamente los principios invocados como fuente de su legitimidad. Se entiende así que los integrantes de la clase política estuviesen poco dispuestos a participar en un debate sin reticencias sobre el futuro de la democracia argentina. Este los hubiera obligado a sincerarse más de lo que estaban dispuestos acerca de las razones —no siempre ni necesariamente poco honorables— por las que habían aceptado el papel asumido en una democracia representativa que sólo sobrevivía como un mero simulacro.
Cuando esa insatisfactoria solución se impuso, no se había revelado aún plenamente el catastrófico impacto político que produjo el progresivo agravamiento de la crisis económica abierta en 1929.



El presidente de facto José Uriburu y sus ministros.
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