Año CXXXVI
 Nº 49.798
Rosario,
lunes  31 de
marzo de 2003
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Editorial
Un voto a la esperanza

Falta muy poco para las elecciones nacionales y los argentinos parecen más desorientados que nunca. O ocaso, más desentendidos que nunca. Cuando se diluyó el gobierno delarruísta una multitud se volcó a las calles para protestar contra un modelo de país que no aceptaba y en forma espontánea nació la consigna "que se vayan todos", la que de inmediato fue asumida por una gran mayoría. No faltaron advertencias de que podía tratarse de una propuesta peligrosa. Al fin y al cabo, si todos se iban, daba lugar a reflexionarse, no quedaría nadie. Pero no era tan preocupante el anhelo expresado. El que se vayan todos aludía a los que estaban en el poder. Pasó el tiempo, y desde ese reclamo popular muy poco cambió. La dirigencia establecida permanece. Y se cuidó de no dejar lugar a ningún dirigente nuevo. Los nuevos líderes capacitados y dispuestos a reemplazar a los viejos para representar legítimamente el reclamo de la gente no lograron emerger. El proceso social de transformación que en algún momento llegó a vislumbrarse, se diluyó en el intento. Los que tenían que irse no se fueron. Y aunque son conscientes de que caminan por la cornisa, se aferran a sus precarios cotos que el "establishment" momentáneamente les sigue concediendo.
La grilla de candidatos que participa de la próxima contienda electoral no exhibe siquiera un rostro nuevo. Representan el pasado. Ninguno logró hacerse del mensaje de necesidad de una renovación de raíz. Y lo que es peor aún, casi todos ellos tuvieron en el pasado responsabilidades de gobierno o de administradores de la cosa pública, lo que los convierte en figuras para nada ajenas al estado de crisis institucional, económica, social y moral por el que atraviesa hoy la nación.
Para muchos, el cambio de autoridades que está pronto a producirse debe ser mucho más que un relevo entre viejos conocidos. Porque el deseo de una renovación profunda sigue presente. Y ello no ocurrirá en tanto y en cuanto solamente se maquille la realidad para que nada cambie.
La apatía del electorado es evidente. Es tanta la incertidumbre que poco se atreven a aventurar las encuestadoras. Lo que puede ocurrir el 27 de abril constituye uno de los mayores interrogantes de los últimos tiempos. Más aún el rumbo que elegirán los ciudadanos, que en buena proporción se perciben más anónimos que nunca mientras otra parte pretende insistir con el voto castigo, o lo que es peor, con el no voto. Cabe esperar en esta instancia que de una vez por todas queden atrás tantos años de decadencia y se transiten caminos nuevos. Que permitan la inserción de nuevos dirigentes capaces y honestos. Y que asegure un auténtico proceso de recuperación de las instituciones para que pueda renacer la confianza perdida. Porque después de todo, la esperanza sigue en pie.


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