Año CXXXVI
 Nº 49.779
Rosario,
miércoles  12 de
marzo de 2003
Min 22º
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Reflexiones
Cómo pájaros empetrolados

Víctor Cagnin / La Capital

Una resistente capa de descreimiento y sospecha, de indiferencia y abulia, de perplejidad y sea lo que Dios quiera, cubre la conciencia de una significativa franja de argentinos. Pero el drama no pasa por el imperio de este estado de ánimo -ha existido en distintas épocas y en todas las comarcas-, sino porque afecta a las personas más lúcidas y cabales, las más honestas e intransigentes; aquellas que, determinadas por formación académica, sensibilidad social y responsabilidad probada ante la vida, deberían timonear la Argentina hacia un destino razonable y posible, para ellos y sus hijos, y aun para sus padres.
Claro que no se trata sólo de una pátina depositada por la crisis institucional de diciembre de 2001, ni mucho menos. Antes de que ello ocurriese había fracasado el primer intento serio de desentrañar la trama secreta de la corrupción instalada por años en el Senado de la Nación. Como se recordará, no faltaron en esa oportunidad, voces advirtiendo de que nada pasaría con el curso de las investigaciones sobre la compra de voluntades para la reforma laboral. Y ocurrió. La dinámica de los acontecimientos económicos y sociales iría apagando u ocultando poco a poco lo que en letras de catástrofe los diarios presentaban como el escándalo mayor de la democracia. Se fue uno solo y se quedaron todos.
Por ese entonces, la corrupción ya había contagiado y corroído todo el cuerpo institucional del país, aunque esa corriente de pensamiento crítico todavía confiaba en que, con la transparencia y el concurso de los mejores, podía comenzarse a reconstruir el país que la misma democracia había desperdiciado reiteradamente. Nuevo error. La transparencia había sido sólo un eslogan proselitista, agitado y repetido, como tantos otros, en campañas anteriores. Y la convocatoria a quienes estaban mejor capacitados para elaborar y conducir políticas de Estado desde distintas esferas nunca llegó a insinuarse.
Más atrás en el tiempo, la inteligencia y los principios éticos habían sido superados en la disputa cotidiana por el accionar rápido, efectivo y manipulador del funcionario convertido y deslumbrado por la globalidad y sus primeras tendencias. Ese comportamiento, tan vinculado con la amoralidad, se tradujo en el ocultamiento de la basura debajo de la alfombra para cerrar las heridas abiertas por la dictadura, en ceder unilateralmente a los mandatos del Fondo Monetario Internacional y en la privatización de las empresas del Estado para transformarlas, supuestamente, en eficientes y rentables.
De modo que esa piel escamada y pringosa, que despide la fetidez de la decepción y la vergüenza ajena, por el argentino mañero, pusilánime y estafador, tiene su larga historia cociéndose sobre las buenas conciencias. De ahí, quizás, se entiende por qué Catamarca y Barrionuevo no los sorprenda. Un guión conocido, previsible y mal ejecutado o llevado a comedia cuando era tragedia no puede deparar más que unas breves jornadas de condena mediática, con apagón incluido en el Senado. Después, con una buena dosis de ironía romana, todo devendrá en olvido.
No obstante a este cuadro políticamente patético, si en la República alguien pretendiese por estas horas desafiar con sensatez la conspiración constante hacia un destino de posibilidades para todos, de convivencia en la diversidad, de garantías constitucionales y seguridad jurídica, debería comenzar por preguntarse cómo retirar de los ciudadanos imprescindibles esa espantosa y cruel cobertura que los mantiene inertes y apáticos, como pájaros empetrolados. O acaso, qué señales darles para desplazarlos de la situación contemplativa, televisiva de la realidad, para instalarlos como protagonistas de la misma. Si ya concluyó en un banco de datos para saber quiénes son, dónde están, cuántos se fueron y cuántos quedan.
A casi mes y medio de los comicios presidenciales, aún predomina entre los candidatos viejos esquemas de actividad proselitista sobre una sociedad que ya ha dicho con claridad lo que pensaba al respecto: no más aparatos, no más prebendas ni extorsiones. A sólo un mes y medio, cuesta saber si alguno de ellos se interesó en convocar a debatir propuestas a las personalidades más destacadas de la ciencia, la cultura y la educación, sean éstas del ámbito estatal o privado. Si imaginaron una campaña telefónica personalizada y dirigida, al menos para tener testimonio directo de lo que piensan, de sus problemáticas y sus certezas, tal vez podrían tener otra perspectiva del país que recorren y discurren. ¿O temen por sus respuestas?
Es todo tan poco presentable, que cuesta admitirlo y mucho más decirlo. Tal vez por eso de que, al fin y al cabo, son nuestros políticos. Una línea dirigencial de cabotaje, que sale por las radios desde su celular mientras conduce, columpiándose de un lado a otro entre baches, incongruencias y furcios, y deteniéndose o persignándose ante la primera imagen que se le cruce. Es la dirigencia política que sobrevivió entre los escombros de la institucionalidad derrumbada, autodestructiva.
Y sin embargo, alguno de ellos deberá buscar con afán y altruismo la salida. Descubrir mecanismos y espacios -premios y castigos mediante- donde ese sector motorizador de la sociedad, hoy apático, escéptico y distante, recupere protagonismo, compromiso con los semejantes, convicciones, en definitiva, que den sentido a su existencia.
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(Ilustración: Chachiverona)
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