Año CXXXVI
 Nº 49.769
Rosario,
domingo  02 de
marzo de 2003
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Viedma: El faro más antiguo de la Patagonia

Carlos Espinosa

Está allí, impertérrito ante el paso de los años y la incorporación de las modernas tecnologías de navegación satelital que lo convirtieron casi en un objeto decorativo. Su silueta blanca se distingue desde una veintena de kilómetros de distancia, como un mojón histórico de civilización.
Cuando declina la luz solar, en los eternos atardeceres patagónicos, una célula fotoeléctrica activa automáticamente su poderosa lámpara de mil vatios que se enciende con un breve destello de apenas un segundo de duración, con intervalos alternados de oscuridad que duran cuatro y 14 segundos en secuencia infinita y regular.
Apenas un cartel caminero advierte al viajero, sobre la banquina de la ruta que conecta al balneario rionegrino El Cóndor con el camino de la costa que se desliza sobre el balcón de los acantilados atlánticos.
Una mínima leyenda señala "Faro del Río Negro", y sobre el acceso al predio una referencia histórica documenta la curiosidad del turista.
El sitio se encuentra a 32 kilómetros de Viedma y a poco más de tres mil metros de la desembocadura del caudaloso Currú Leuvú (río Negro en la lengua araucana) en las aguas del mar Argentino.
Es un auténtico faro, como los que imaginó Julio Verne y brindan escenario apasionante a tantas películas. Luce con orgullo la distinción de ser "el más antiguo de la Patagonia", porque fue inaugurado el 25 de mayo de 1887 y desde entonces presta servicios continuados.
En las cartas náuticas aparece situado en la confluencia de 41 grados, tres minutos y 23 segundos de latitud sur, con los 62 grados, 48 minutos y diez segundos de longitud oeste. Para ubicarlo con los prismáticos, desde los edificios altos de la capital rionegrina, basta con dirigir la mirada hacia el sudeste, siguiendo la línea del horizonte.
La torre de 16,50 metros de altura es totalmente blanca, toque distintivo entre los faros aún en actividad sobre las costas argentinas, y se levanta en uno de los puntos más altos del acantilado 27 metros más arriba de la playa, lo que le confiere una elevación total de 43,50 metros sobre el nivel del mar.
Su presencia centenaria marca la cercanía de la desembocadura del río, lugar de ingreso al puerto de Patagones, que fue activa salida de ultramar para cereales, lanas y sal hasta la segunda mitad del siglo pasado. Durante muchos años sirvió para ajustar el derrotero de miles de buques de todas las banderas del mundo, que surcaban las aguas continentales.
Todavía está en actividad, bajo la atenta responsabilidad de dos efectivos del departamento balizamiento del Servicio de Hidrografía Naval, de la Armada Argentina. Pero en la actualidad las modernas naves utilizan navegadores satelitales que les aseguran una ruta exacta sin necesidad de tomar referencias sobre la costa.
Se lo puede visitar, previa autorización del solícito personal naval que sólo pide una modesta colaboración de un peso por persona para el mantenimiento de sus prolijas instalaciones.
Desde su atalaya se divisan la inmensidad del estuario, la floreciente villa marítima El Cóndor y las tierras fértiles del valle inferior del río Negro. Enormes y bulliciosas bandadas de loros barranqueros saludan al turista, como diciendo "¡bienvenidos a la costa patagónica!".


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