Año CXXXVI
 Nº 49.769
Rosario,
domingo  02 de
marzo de 2003
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En velero por el Nilo
Una travesía por las aguas del río más largo del mundo permite acceder a sitios arqueológicos egipcios

Ramón Herrera

Si bien hay muchos ríos famosos en el mundo, el Amazonas y el Nilo, son tal vez los más conocidos. Mas allá de ser el más largo del mundo, el Nilo, cuenta con una carga histórica milenaria compartida y generada por pueblos, faraones, ejércitos, pirámides y templos.
Desde su nacimiento en el lago Victoria, pasando por Uganda y Sudan, hasta encontrar el Mediterráneo en Egipto formando un amplio delta, el río recorre 6.680 Kilómetros. Fue y es determinante para estos países, marcando las cosechas, generando y quitando vida según la intensidad de las inundaciones o sequías. Hoy, y desde hace ya 30 años por lo menos en Egipto el río cambió, la represa de Assuán, y las grandes obras sobre todo en la zona del delta modificaron no sólo las costumbres milenarias, sino también la flora y fauna, haciendo desaparecer especies y condenando a otras a adaptarse a las nuevas condiciones planteadas por el hombre. Los cambios, también llegaron a los refugios de los faraones y moradas de los dioses, ya que templos como el famoso Abu Simbel, entre otros, tuvieron que ser "desarmados" y vueltos a armar a kilómetros de distancia, lejos de las nuevas aguas del ahora ordenado Nilo.
Hoy en día, existen muchas formas de navegarlo, ya sea en los tantos cruceros atestados de turistas y lujos, en las lanchas rápidas, en los grandes ferrys (que cruzan infinitamente de costa a costa personas, autos, camellos y la gran cantidad de cosas que siempre se necesitan del otro lado del río), remando o por las antiguas falucas.
Estas últimas, tal vez sean las embarcaciones más viejas que han navegado al Nilo. Este velero, aparece en murales de templos y en ruinas arqueológicas que descubren sus más de 4.500 años. Por ser una forma económica y práctica de moverse dentro del río para los pescadores y comerciantes, sumado a la demanda del turismo, para dar algún paseo de horas o días en busca de templos o pueblitos no tan populares por el turismo (casi imposible), es muy probable que este tipo de velero siga vigente por mucho tiempo mas.
Los paseos o viajes en faluca empiezan a la hora de elegir el velero (que en realidad son todos más o menos iguales salvo por el tiempo que llevan en el agua) y negociar con el capitán el precio del viaje. La discusión durará un buen rato, e incluirá idas y vueltas, enojos y algún paseo corto para comprobar la supuesta calidad de la embarcación. Una vez terminada esta etapa, se conviene una fecha con el capitán para partir en un viaje de tres días (desde Assuán a Edfu generalmente), que en muchos momentos llevará a los cinco o seis tripulantes a sentirse como los antiguos navegantes del Nilo.
La faluca, no tiene camarotes, ni espacios cubiertos, las lluvias son pocas y el sol puro, violento, hace que los mediodías la embarcación se detenga para escapar de los rayos de Ra y preparar algo de comida en la orilla bajo algún grupo de palmeras que muchas veces hacen de límite entre el río y el desierto. Las tardes se pasan entre ruinas, pueblos y cruceros que levantan un oleaje que inquieta un poco a la pequeña embarcación y a sus tripulantes, que más de una vez terminan salpicados.

La brisa del río
Hoy en Egipto se puede decir que todos los sitios arqueológicos que flanquean el Nilo son masivamente visitados día a día, unos más que otros, y son estos otros en los que paran estos veleros, para que los pocos tripulantes puedan disfrutarlos junto con la brisa del río, la atenta mirada de algún guardia y las imágenes de dioses y faraones esculpidos en la piedra.
Los pueblitos son secos, se los ve golpeados más por el imponente desierto que por las aguas del río, las pequeñas viviendas irregulares, áridas, primarias que tienden al amarillo que las rodea, por dentro, sus pisos de tierra y la falta de ventanas en alguno de los ambientes, se mezclan con las trabajadas y coloridas alfombras, el olor a comida y los gritos de los chicos que corren saliendo y entrando y golpean las puertas de pesada madera.
Estas casas son a su vez las encargadas de los movimientos zigzagueantes de los corredores que hacen de calles y veredas. Cuando el velero llega, todos los chicos del pueblo se acercan a pedir caramelos o alguna moneda. Los no tan chicos en cambio irán también hacia los turistas a ofrecer papiros, artesanías, algún producto de comida casero o gaseosas frescas y galletitas.
El tiempo pasa y los negocios están terminados, ahí se podrá recorrer el pueblo, tal vez en la caminata, se pueda descubrir alguna mezquita escondida o tener la suerte de ser invitado a tomar un té dentro de estas casas que seguramente no han cambiado tanto en los últimos miles de años, otra posibilidad es la de jugar al backgammon en la puerta de un bar donde se multiplican los tableros sobre mesitas de hierro despintadas y repletas de curiosos.
Por las noches, ya en tierra nuevamente, el capitán prepara algún guiso muy picante en el mismo fuego que acompañará al grupo durante largas charlas con té y seguramente alguna canción.
Para terminar el día, al dormir a la intemperie (en el velero), las estrellas y la luna toman el protagonismo y regalan un espectáculo fantástico, la falta de polución y el estar alejado de las luces de ciudades o pueblos, transforman la noche en un paisaje profundo, ideal, lleno de recuerdos, historias y sentimientos. El sonido del Nilo va desapareciendo por el sueño hasta la mañana siguiente que nuevamente Ra indique la hora de seguir navegando.
Realizar este idéntico viaje desde algún crucero o lancha a motor, seguramente tendrá otras vivencias sobre el mismo cielo, río, dioses y estrellas. Pero mas allá de la embarcación, el Nilo es tan grande por todo lo que significa, que cada persona que lo navegue sentirá algo distinto, algo único, algo que el Nilo tiene solo preparado para cada uno.



Las falucas son las naves más antiguas del Nilo.
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