Año CXXXVI
 Nº 49.769
Rosario,
domingo  02 de
marzo de 2003
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Formosa: Convivencia rural
La estancia La Victoria propone convertirse por unos días en un hombre de campo

Juan Ramón Altamirano

Convertirse por unos días en un hombre de campo, experimentando otras vivencias y estilos de vida, es lo que pretenden los dueños de la estancia formoseña La Victoria, que sin mayores recursos encontraron una veta muy apreciada por los turistas acostumbrados a los lujos urbanos.
Aquí los visitantes se levantan a las cinco de la mañana a ordeñar vacas o a hacer el fuego para el mate. De esta manera comienza la jornada de muchos europeos que se alojan en el casco de esta estancia que está a 250 kilómetros de la ciudad de Formosa.
Cuando la familia Buryaile, descendientes de árabes asentados desde hace más de cincuenta años en la zona de Fontana, fue tentada para recibir a los llamados visitantes del turismo rural, pensaron, que no era el momento oportuno para realizar las inversiones necesarias.
Pero con el tiempo se dieron cuenta que hay mucha gente que prefiere convertirse en un peón más de la estancia y disfrutar de lo que ellos llaman "la convivencia rural".
Y no es para menos; levantarse cuando sale el sol escuchando el trinar de los pájaros, en un paraíso metido en el monte, para alimentar faisanes, pavos reales y gallinitas japonesas, no es una experiencia fácil de encontrar.
"Todo lo que se come es casero", dice con orgullo doña Rosa, mientras bate -"siempre para el mismo lado"- un dulce de leche del que comparte un secreto: "no tiene que mirarlo otra persona porque sinó se corta".
Aunque el sol es sofocante en verano y aceptable en invierno, siempre hay lugares para despuntar el ocio en una hamaca paraguaya, a la sombra de un frondoso mango.
Pero el momento más esperado de esta excursión, que suele ser de diez días, es la jornada de la yerra, cuando los turistas, aferrados a su nuevo "trabajo", tienen que enlazar animales, marcarlos y hasta soportar algunos revolcones.
El lugar no es un hotel en medio del campo, es un casco de estancia que con la llegada de los visitantes sigue su ritmo normal.

Televisión satelital y agua caliente
Enorme por donde se lo mire, el casco principal de La Victoria tiene servicios como televisión satelital y agua caliente, y unos setenta metros de galerías adornadas con artesanías. Las habitaciones son todas en suite y hay amplias salas de estar y ocho dormitorios distribuidos en dos plantas.
Las noches son tranquilas, compartiendo con los peones un truco o la taba, siempre con un vaso de buen vino y carnes cazadas o pescadas durante el día.
Y si de música se trata, siempre aparecen los músicos del lugar que entre coplas, chacareras y aros hacen bailar a "los nuevos hombres de campo".
Cuando la excursión termina todos saben cocinar el asado a la estaca, aunque la comida favorita es la ensalada de toro, dice con recato Rubén. El peón se refiere a los sabrosos testículos del animal, castrados durante la yerra.
"Para prepararla se hierven, se los corta en cubos y se mezclan con verduras crudas, como zanahorias ralladas, cebolla, perejil, ajo y albahaca, todo con sal y pimienta. Y si se los prefiere asados hay que tirarlos a las brasas ni bien extirpados, y en menos de una hora están listos", sintetiza un peón.
Otra comida tradicional es el "queso de pata", un fiambre hecho con una especie de gelatina que despiden las patas de vaca luego de hervir mucho. "Este queso, además de rico, tiene calcio y vitaminas", cuenta Rosario Pérez, empleada de la estancia.
Tantos recuerdos habitan el lugar que son muchas las historias que fluyen, por ejemplo, de los antiguos jarrones, o mirando las fumigadoras de bronce y las monturas con cabezadas de riendas de plata, que dicen "fue un regalo del ex gobernador Sosa Laprida".
Una olla de hierro para cien litros, que se usó para la comida del personal, está ahora en un rincón del comedor principal.
Todos se llevan al partir de La Victoria el sabor de la torta a la parrilla con chicharrones, el dulce casero de mamón, los licores de mandarinas con hierbas y el extraño vino de pomelo.
"Es por eso que vuelven" sentencian los peones, y agregan: "acá no hay celulares ni bolsita de nylon, ni aire acondicionado. La calidez del hombre de campo alcanza y sobra", dicen.
Una buena opción, por la cercanía, es dedicar una tarde para visitar el bañado la Estrella, un alucinante mundo natural, y volver con patos, charatas y cotorras para comerlas fritas.
Para este invierno ya son varias las reservas anticipadas de turistas italianos y alemanes. Como tantos otros que ya visitaron esta estancia, vienen a Formosa a vivir por unos días "la sensación de ser empleados de campo".



La estancia está a 250 km. de la ciudad de Formosa.
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