Año CXXXVI
 Nº 49.749
Rosario,
lunes  10 de
febrero de 2003
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La desorientación del radicalismo

De lamentable a degradante puede calificarse la imagen que hoy están dando quienes aspiran al poder político en nuestro país. Muchos se dirán, con justificada razón, que no debería asombrarnos. Tomemos por ejemplo al centenario partido radical. Hipólito Yrigoyen, artífice de estrategias inigualables, se caracterizaba por su elocuencia, su astucia y el respeto hacia sus adversarios; capitalizaba sus flancos débiles y sobre éstos edificaba su supremacía política. Obvio que quienes hoy detentan la representatividad del partido han mancillado aquellos atributos y los principios que fueron la base de sustentación del mismo. No es necesario destacar que el disenso también construye pero que, de acuerdo con las circunstancias, la inteligencia y la sagacidad se hacen imprescindibles. La interna radical Terragno-Moreau, ha sido un bochorno, y el daño inferido es ilevantable. Desde meses atrás el cuadro de situación política del país era de fácil apreciación; por un lado el radicalismo, devaluado en aspiraciones inmediatas por imperio de cuantiosos desaciertos: Alfonsín, pacto de Olivos, Alianza, De la Rúa, y por el otro la legión justicialista, enfrascada en un laberinto de intrigas políticas e internismo feroz que ya presagiaban su diáspora y fragmentación, con fracasados y aventureros a la cabeza. En presencia de este panorama, ¿qué hizo el partido radical con su legado y la experiencia de sus "avezados consejeros"?... En lugar de aprovechar la incipiente declinación del adversario -cuyos efectos se perfilan devastadores- se apartó de los principios que le dieron fundamento, de la ética y las convicciones y entró en pugna con sus propios intereses. Ante tantos avatares que como siempre agitan promesas incumplibles, solapada voracidad e indisimulada hipocresía, los radicales debieron apelar a la estrategia y ejemplaridad política en un momento en que el partido de Alem más lo necesitaba. La conformación de una fórmula por consenso hubiera expresado una voluntad digna y de perfiles renovadores que adquiriría mayor relevancia ante la caída moral y ética del resto de los contendientes. En última instancia, el deterioro sostenido del radicalismo imponía -mas que aspiraciones presidenciables-un resurgimiento de valores inspirados en sus raíces ideológicas, propiciando disciplina partidaria, honestidad y trasparencia, como atributos que distinguen a los hombres de bien.
Mario Torrisi


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