Año CXXXVI
 Nº 49.741
Rosario,
domingo  02 de
febrero de 2003
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Editorial
La pobreza, enemigo número uno

Como es lógico, casi no hubo diario argentino que no concediera ayer el espacio principal de su primera plana a las dramáticas cifras sobre la pobreza que reveló el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). Es que los guarismos erizan la piel de cualquiera. Nada menos que veintiún millones de pobres, entre los cuales hay diez millones de indigentes, habitan al día de hoy la rica geografía argentina. El correlato local de tan dura realidad empeora, si es posible, las cosas: en el Gran Rosario la pobreza afecta al 60,9 por ciento de los habitantes, un total de ochocientas mil personas. Entre ellos, casi cuatrocientos mil son indigentes. La gran pregunta, por cierto, es ¿qué pasó? ¿Cómo se llegó a esto? Las respuestas no son sencillas, pero lo más grave es que ninguno de los protagonistas del drama acepta su cuota de responsabilidad en él. Y así no será posible modificar las cosas.
Una columna como esta no constituye el espacio adecuado para desarrollar a fondo tan vasto y complejo tema, aunque sí resulte posible trazar las coordenadas iniciales del análisis. En primer término, corresponde afirmar que se trata de un problema colectivo, que involucra a toda la sociedad. Porque si bien la punta de lanza del modelo que terminó por sumir a gran parte de los argentinos en la miseria se gestó con la funesta dictadura militar que tomó el poder por la fuerza el 24 de marzo de 1976, la continuidad de ciertas líneas puede verificarse durante el transcurso del período democrático iniciado en 1983. Ciertamente, el terror institucional jugó -y sigue jugando- un rol protagónico en el inconsciente popular, aun cuando hace tiempo haya finalizado. Pero semejantes heridas tardan en cicatrizar. Y los tránsitos hacia la claridad, después de la larga noche del autoritarismo, suelen ser tan lentos como difíciles.
Lo único que no puede aceptarse en este momento, y que ya se ha producido en el pasado, es la actitud del avestruz, que esconde la cabeza en la tierra ante una señal de peligro. Es necesario tomar conciencia de la gravedad de lo que sucede y comprender que no se trata de una coyuntura accidental sino del resultado de políticas concretas, en muchos casos intencionadas. La democracia
-herramienta de intransferible valor- contiene en su seno los elementos de la transformación que la cruel realidad reclama a gritos. Ojalá sepa el pueblo emplearla con inteligencia.


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