Año CXXXVI
 Nº 49.701
Rosario,
domingo  22 de
diciembre de 2002
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Opinión: Fin de las ilusiones especulativas
En los 90 primó el culto por lo efímero. Esta filosofía exitista dejó la tierra arrasada. Hay que volver a los viejos valores

Antonio I. Margariti

Durante la década pasada, se desató por todo el mundo un entusiasmo irracional por la precariedad y el éxito financiero inmediato, que contagió la acción del gobierno menemista y facilitó la liquidación de la industria nacional. Hoy estamos pagando las consecuencias de este culto por lo efímero.
El Grupo Exxel, que representó en sumo grado esta filosofía exitista, está hoy en la picota con riesgo de perderlo todo. Para evitar que los bancos acreedores se queden con OCA, el gigantesco correo privado que perteneció a Alfredo Yabrán, el holding Exxel acaba de pedir su concurso de acreedores jaqueado por una deuda impagable de 205 millones de dólares. Es posible que ahora la culpa sea atribuida a la salvaje devaluación seguida de pesificación que destruyó los contratos privados. Pero mucho tiempo antes, el mismo grupo financiero había perdido otras empresas que en su momento fueron engullidas con la voracidad del chacal.
Les quitaron la exclusividad de la tarjeta Argencard; vendieron la empresa Coniglio que habían comprado al inefable De Mendiguren en 12 millones de dólares; presentaron en concurso a Vesubio, la licenciataria de Lacoste y a Paula Cahen d'Anvers; liquidaron la panificadora Fargo adquirida en 100 millones de dólares; concursaron la tradicional fábrica de alfajores Havanna que era de la familia griega Elíades; entregaron al Banco de Galicia la firma Blaisten de materiales de construcción; cedieron Musimundo a Sony y el Citibank; deshicieron la cadena de heladerías Freddo; perdieron las licencias de Kenzo, Polo Ralph-Laurent, Gap y Giorgio Armani; liquidaron las cadenas de hipermercados Norte, Devoto y Casa Tía; entregaron en parte de pago la compañía Interbaires, dedicada a los free shops en los aeropuertos internacionales.
Un auténtico vendaval, un final de estrago que parecía ratificar el dicho de que "quien a hierro mata, a hierro muere". La caída del Exxel Group marca en nuestro país, el final de un estilo despiadado de hacer negocios, transcurrido desde la caída del muro de Berlín hasta el caso Enron que significó la pérdida de confianza en las compañías que cotizan en Wall Street. Es el fin del jolgorio especulativo y globalizador, caracterizado por maniobras agresivas para lograr el control accionario de las mejores sociedades nacionales, embolsar rápidas ganancias y desentenderse de la suerte final de las empresas y su gente.

Prácticas salvajes
El proceso fue devastador y se enmascaraba con el eslogan de la "globalización" a la que se presentaba como una irresistible onda económica que debía aprovecharse montándose sobre ella y navegándola con una tabla de windsurf. Mantenerse encima de la ola era la voz de mando que miles de sumisos ejecutivos adoptaron sin intentar formularse ningún juicio crítico sobre lo que estaban haciendo. Quienes conservaban las viejas virtudes de la administración tradicional fueron tachados de obsoletos y eliminados impiadosamente porque no se modernizaban. Hoy estamos pagando las consecuencias de este culto a lo efímero y el grupo que caracterizó esta filosofía exitista está derrumbándose. Así como el grupo Exxel fue presentado como un brillante modelo a imitar y su caso compilado científicamente para ser enseñado en la escuela de administración de la Universidad de Harvard, ahora que la ilusión especulativa se ha desvanecido es conveniente aprender las lecciones de esta experiencia.
Todos recordamos que a fines de 1997 el grupo Exxel fue protagonista de la operación comercial más resonante de la historia argentina. Con aquiescencia de la embajada de EEUU, compraron en 45 días las empresas del grupo Yabrán y se aprestaron a hacer lo mismo con Molinos Río de la Plata, la mayor empresa de alimentación. En menos que canta un gallo el grupo Exxel edificó un imperio con las 60 empresas más poderosas de nuestro país, utilizando capitales americanos radicados en paraísos fiscales que parecían inagotables.
Durante la década pasada introdujo en Argentina una agresiva estrategia empresaria, sin contemplaciones por el pasado, caracterizada por una visión financiera de corto plazo, huérfana de espíritu industrialista y carente de mínimos rasgos culturales. Las energías de los nuevos ejecutivos se aplicaban a lograr un fuerte endeudamiento, exento de impuestos, que terminaba pagándose con el propio dinero que tenían las empresas compradas. Luego intentaban conseguir grandes ganancias lo más rápido posible aún cuando sacrificaran el futuro. Era el estilo del "sorpasso", del golpe de mano y del marketing de guerrillas típico de aquellos que no entienden lo que significa echar raíces ni sentir la pasión creadora junto con sus colaboradores.

Modus operandi
La técnica de compra de empresas durante la década de la "globalización" menemista siempre fue la misma. Consistió en formular una oferta hostil (hostile takeover bid) para adquirir la mayoría del paquete accionario sin conocimiento ni aceptación previa de sus órganos sociales, apoyados o instigados por algún accionista minoritario disconforme. El precio ofrecido fue casi siempre superior al de mercado o al valor de libros para despertar la codicia de esos accionistas. La oferta hostil estaba condicionada a obtener una determinada participación mayoritaria, porque intentaban controlar la sociedad mediante el dominio del directorio.
Otro procedimiento habitualmente utilizado fue el órdago (greenmail) consistente en comprar un paquete minoritario de acciones a un alto precio, por parte del grupo especulador denominado raider (tiburón), que amenazaba presentar una oferta de adquisición de la mayoría de capital, pero pensando en revolear ese mismo paquete a terceros con grandes beneficios. Ya sea de una u otra manera, pretendieron adquirir empresas "apalancadas" por menos importe de lo que valían. Para ello realizaban una auditoría intimidatoria denominada due dilligence y confeccionaban una carpeta técnica, bilingüe, denominada "plan de negocios". Con esa carpeta conseguían créditos bancarios en fondos especulativos de paraísos fiscales a 20 años de plazo mediante la emisión de "bonos basura" garantizados con acciones de la misma empresa que acababan de comprar y obtenían dos años de gracia sin desembolsos financieros. Antes de ese plazo, dividían la empresa adquirida, vendían las sociedades controladas, las agrupaban en conjuntos sinérgicos como redes de supermercados o cadenas regionales, y prendaban o hipotecaban sus principales activos para lograr fondos líquidos que extraían de la sociedad.
Tan pronto como tomaban posesión se dedicaban implacablemente a bajar costos despidiendo trabajadores, reemplazando la gerencia tradicional por ejecutivos egocéntricos y arrogantes que rehusaban escuchar a superiores y subalternos experimentados y pretendían llevarse el mundo por delante. La soberbia de estos yuppies les impedía advertir que era imprescindible ganarse el apoyo de aquellos viejos colaboradores que eran precisamente quienes hacían el trabajo efectivo en la empresa. Este management globalizador se hundió cuando comenzó a menospreciar la responsabilidad, el espíritu de colaboración, el respeto por los demás y el desarrollo de una conducta personalmente ética.
Así fueron vendidas y liquidadas las mejores y más grandes empresas argentinas durante la década que terminó con el acceso al poder de Fernando de la Rúa.

La tarea que nos espera
El proceso fue devastador y se enmascaraba con el eslogan de la "globalización" a la que se presentaba como una irresistible onda económica que debía aprovecharse montándose sobre ella y navegándola con una tabla de windsurf. Mantenerse encima de la ola era la voz de mando que miles de sumisos ejecutivos adoptaron sin intentar formularse ningún juicio crítico sobre lo que estaban haciendo. Quienes conservaban las viejas virtudes de la administración tradicional fueron tachados de obsoletos y eliminados impiadosamente porque no se modernizaban. Hoy estamos pagando las consecuencias de este culto a lo efímero y el grupo que caracterizó esta filosofía exitista está derrumbándose. Así como el grupo Exxel fue presentado como un brillante modelo a imitar y su caso compilado científicamente para ser enseñado en la escuela de administración de la Universidad de Harvard, ahora que la ilusión especulativa se ha desvanecido es conveniente aprender las lecciones de esta experiencia.
Todos recordamos que a fines de 1997 el grupo Exxel fue protagonista de la operación comercial más resonante de la historia argentina. Con aquiescencia de la embajada de EEUU, compraron en 45 días las empresas del grupo Yabrán y se aprestaron a hacer lo mismo con Molinos Río de la Plata, la mayor empresa de alimentación. En menos que canta un gallo el grupo Exxel edificó un imperio con las 60 empresas más poderosas de nuestro país, utilizando capitales americanos radicados en paraísos fiscales que parecían inagotables.
Durante la década pasada introdujo en Argentina una agresiva estrategia empresaria, sin contemplaciones por el pasado, caracterizada por una visión financiera de corto plazo, huérfana de espíritu industrialista y carente de mínimos rasgos culturales. Las energías de los nuevos ejecutivos se aplicaban a lograr un fuerte endeudamiento, exento de impuestos, que terminaba pagándose con el propio dinero que tenían las empresas compradas. Luego intentaban conseguir grandes ganancias lo más rápido posible aún cuando sacrificaran el futuro. Era el estilo del "sorpasso", del golpe de mano y del marketing de guerrillas típico de aquellos que no entienden lo que significa echar raíces ni sentir la pasión creadora junto con sus colaboradores.


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