Año CXXXVI
 Nº 49.701
Rosario,
domingo  22 de
diciembre de 2002
Min 22º
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cartas
Llega la Navidad, perdón y olvido

Si nos detenemos a analizar la actualidad del mundo, comprobamos que los hombres se debaten en una crisis moral y de conciencia y estremecen sus fibras al conjunto de resentimientos, descontentos y anhelos frustrados; cuando advertimos verdaderamente impresionados que el egoísmo, las ambiciones y la soberbia deterioran inexorablemente los pilares fundamentales de la convivencia feliz entre los seres humanos, no podemos menos que sentirnos sorprendidos y en cierta manera afectados y aún defraudados. ¿Es posible que la humanidad no valore en su más excelsa dimensión las afectivas, armónicas y amistosas relaciones entre sus componentes? En este estado general de esperanza colectiva llegó la Navidad. Como envío celestial el mundo cristiano celebró jubiloso el día del perdón, el día del olvido, el día del amor, el día de la paz. Llegó el día en que la tibieza emocionada del afecto tiene por lenguaje las lágrimas sinceras y puras que resultan del cariño que se profesa con devoción. Si los imponderables de la vida hacen que en Navidad podamos sentir el dulce sosiego de la paz espiritual que reconforta nuestras almas, ¿cómo es posible que los hombres con intenciones sanas no intentemos un nuevo programa, una forma distinta de vivir para que la Navidad sea eterna? ¿Por qué no hacemos una pausa en nuestro quehacer cotidiano y reflexionamos sobre lo bueno o malo que hemos realizado en nuestro tránsito biológico? Llegó la Navidad con sus cánticos celestiales a los hogares pobres, a los hogares ricos, para los sanos y para los enfermos; debemos unirnos en un abrazo cordial y fraterno para que nuestro entendimiento trasunte fe y esperanza para un futuro mejor, más humano y más comprensible. Los que practicamos el servicio desinteresado y formamos parte de ese conglomerado humano de corazones amantes y espíritus fraternos, estamos plenamente convencidos de que la Navidad debe ser eterna. No esperemos la Navidad para alcanzar lo que trasciende los límites físicos de las personas y se llama paz espiritual. Tampoco esperemos la Navidad para ayudar al prójimo y consolar al atribulado. Olvidemos los rencores. Llegó la Navidad, perdón y olvido.
Aldo Basaglia


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