Año CXXXVI
 Nº 49.689
Rosario,
miércoles  11 de
diciembre de 2002
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Atracos temerarios dentro de las viviendas de las víctimas
Una salvaje paliza contra dos abuelos
Dos ladrones castigaron ancianos de 83 y 80 años en su casa de Oroño al 400. A ella le fracturaron la mandíbula

El muchacho llegó diciendo que era un cartero. El uniforme y la gorra que llevaba no le despertaron dudas a la mucama de una casa de Oroño al 400 que le abrió la puerta para recibir la encomienda que tenía en sus manos. Unos segundos más tarde, cuando dos armas apuntaban a su cabeza, la doméstica admitió el engaño. Ya era tarde: el empleado de la empresa postal y un socio ya habían traspuesto la puerta. Enseguida, los dueños de la casa, un matrimonio de ancianos, y un nieto de la mujer se toparon con los dos intrusos, que actuaron con ferocidad. Los golpes que recibió la pareja provocó la reacción del familiar de la mujer y de su esposo. Los dos hombres se trenzaron a los golpes con los maleantes. La desigual pelea terminó cuando los asaltantes abandonaron corriendo la casa sin poder llevarse nada.
Eran las diez y media de la mañana de ayer cuando sonó el timbre de la casa de bulevar Oroño 479. Es una vivienda amplia, aunque la fortuna de Esther Taverna, de 80 años, y su esposo, Marcelo Bondino, de 83 años, está conformada solamente por dos "buenas jubilaciones".
Pero el muchacho, de unos 22 años y enfundado en ropas del Correo Argentino, creyó que allí encontraría mucho dinero. Apenas llegó le dijo a Liliana, la mucama de los Bondino, que firmara el recibo de la encomienda que acababa de traer. Como el paquete era muy grande, enseguida le pidió que abriera la puerta para que lo pudiera recibir.
Liliana le franqueó el paso. En segundos se percataría de la trampa. Detrás del cartero apareció otro muchacho. Los dos intrusos encañonaron a la mujer y traspusieron la puerta. En el interior de la casa, Esther, Marcelo y el nieto de la mujer, Gabriel, de 25 años, eran ajenos a lo que ocurría.
Los dos ladrones le preguntaron a Liliana quiénes estaban en la casa. Fue entonces que la pareja de ancianos y el muchacho debieron desfilar ante los asaltantes. Con las dos armas apuntándoles, fueron obligados a tirarse boca abajo, al suelo. Apoyaron sus cuerpos sobre la alfombra del coqueto living adornado por un cuadro en el que geishas pintadas sobre un fondo negro contemplan un viejo templo medieval. A unos pocos metros un armario guarda viejos muñequitos de madera.
Los gritos se sucedieron con una única pregunta. "Dónde está la plata", repetían los ladrones. "No tenemos dinero", replicaban los ancianos, contó Daniel Mariani, el hijo de Esther. La respuesta enfureció a los maleantes y entonces un tremendo puñetazo sacudió la cara de Esther. El golpe fue tan tremendo que le fracturó la mandíbula. Marcelo tampoco se salvó del salvajismo de los ladrones: le asestaron una trompada en la cara y en un brazo.
Los malhechores creían que los golpes intimidarían a sus víctimas, pero se equivocaron. Bondino y Gabriel se olvidaron de que dos armas apuntaban a sus cabezas y se lanzaron sobre los asaltantes. Comenzó una batalla cuerpo a cuerpo. Fueron quince minutos eternos. De a dos, los cuatro hombres forcejearon y rodaron por el suelo hasta que un balazo se disparó del arma que portaba uno de los ladrones.
La detonación paralizó a los ladrones y a sus víctimas. El proyectil atravesó el cristal de la puerta del living, y en su corto recorrido perforó una de las paredes del corredor. Afuera, vecinos y ocasionales peatones se amontonaban en la vereda para mirar lo que pasaba en la casa.
Al parecer, la resistencia de Bondino y de Gabriel, el estampido y los curiosos contemplando la escena impulsaron a los ladrones a abandonar la casa sin llevarse nada.
Entonces Gabriel decidió realizar el último acto heroico y corrió tras los maleantes, semidesnudo. La puerta de calle quedó entreabierta y uno de los malhechores "se la tiró encima" para impedirle paso. La brusca maniobra provocó que uno de los brazos del muchacho quedara atrapado y el vidrio de la abertura estalló en mil pedazos.
Los dos maleantes ya no tuvieron obstáculos para continuar el escape. Los asaltantes corrieron, se subieron a una moto que los esperaba guiada por un cómplice y desaparecieron por el bulevar.



El hijo de Esther contó que una de las arma se disparó. (Foto: Daniel Carrizo)
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