Año CXXXVI
 Nº 49.683
Rosario,
miércoles  04 de
diciembre de 2002
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Reflexiones
Agroexport pide prórroga para seguir

Carlos Duclos / La Capital

Para los pequeños y medianos industriales y comerciantes invertir en este país ha sido en las últimas décadas todo un riesgo. Sobrevivir, en los últimos años, casi un milagro. Desde esta perspectiva deberían observar los Estados nacional, provincial y municipal a las pequeñas y medianas empresas que aún quedan en pie en medio de un país devastado y desolado en donde la utopía del crecimiento es hoy por hoy una tenue, sutil expresión de deseos.
Los concejales rosarinos y el Poder Ejecutivo municipal tiene en sus manos hoy la responsabilidad de posibilitar o no que siga en pie la empresa Agroexport, con silos en la avenida Thedy y Gorriti y que almacenan granos y subproductos. En la empresa, que dio lugar a controvertidas situaciones y hasta locas crucifixiones, trabajan cincuenta y dos operarios, pero más de trescientas familias encuentran su sustento alrededor de la actividad de este emprendimiento comercial. ¿Por qué motivo cerraría esta pequeña empresa rosarina? La historia breve es la que sigue y pondrá al lector en el cuadro de situación exacto de cómo son las cosas según los gobernantes argentinos.
En mayo de 1990 un empresario santafesino decidió invertir todo su capital en la compra de los silos en cuestión. Lo hizo en una subasta organizada y realizada por el Estado nacional. El propósito del empresario era realizar allí un puerto privado y desde luego creyó que el negocio se iba a desarrollar en un país que parecía coherente, responsable y cuidadoso de los inversionistas. Pero a los pocos meses se encontró con la realidad de que tal cosa no era así. Comenzaron los obstáculos, el camino escabroso de emprender pequeños o medianos negocios en Argentina. Solicitó el permiso para funcionar y en un primer momento no se lo negaron, pero jamás se lo dieron. No es necesario abundar sobre la falta de comunicación y acuerdos que parece existir entre la Nación y los municipios, divorcio que está claro paga el sector privado, especialmente el de las pequeñas empresas.
Al poco tiempo de que comenzara a funcionar la empresa comenzó a hablarse de proyectos urbanísticos de envergadura para toda esa zona, por lo cual la explotación de los silos era inviable. La inminente clausura parecía inevitable y la espada de la desocupación se blandió amenazante sobre los trabajadores de Agroexport. Afortunadamente la sensatez de las autoridades municipales, especialmente del intendente Hermes Binner y del secretario de Gobierno, Antonio Bonfatti, primó en aquella oportunidad y la empresa siguió, aunque siempre con la implacable espada sobre la cabeza.
Hoy, en un país en donde la realidad es la muerte por desnutrición, el hambre y la miseria y donde la dignidad del ser humano ha sido cruelmente golpeada, el titular de la empresa y los trabajadores, habida cuenta de que en la zona no se realizaron obras ni se harán por el momento, han pedido clemencia. Solicitaron a la Municipalidad una prórroga para poder seguir funcionando. Algunos concejales parecen estar de acuerdo, pero el tema ha sido derivado a varias comisiones y difícilmente pueda ser tratado en estas sesiones ordinarias -¡ah la burocracia argentina!-. De manera tal que la decisión final seguramente deberá adoptarla el intendente. A menos, claro, que el Concejo entienda que hay cuestiones que no pueden extenderse en el tiempo y que no pueden realizarse estrategias políticas cuando se trata del pan de cada día.
A nadie escapa que el Poder Ejecutivo municipal, y especialmente su titular, están preocupados por la cuestión social argentina y especialmente rosarina. Y este marco y la no realización de obras urbanísticas en la zona por el momento, daría un contundente fundamento a Hermes Binner para acceder a la prórroga solicitada. Esa es la esperanza de los trabajadores de Agroexport y de muchos vecinos de la zona.
El vilo en el que desenvuelve su funcionamiento esta empresa rosarina es uno de los tantos existentes en el país y en la ciudad. Sea por las abultadas tarifas, el excesivo celo que los inspectores ponen en sus diarias recorridas o por expresiones y discursos poco felices en un país que se cae a pedazos, más de un empresario y comerciante piensa y se arrepiente de haber invertido y los trabajadores viven cada día con el fantasma del cierre y del hambre ¿Es que la flexibilidad, la sensatez y el sentido común no irrumpirán en la desolada escena argentina?


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