Año CXXXVI
 Nº 49.679
Rosario,
domingo  01 de
diciembre de 2002
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Opinión: Es inevitable, hacen falta reglas
Los argentinos no buscamos el origen de nuestras crisis. De ese modo, no es posible solucionar los problemas

Antonio I. Margarit / La Capital

Los argentinos solemos pasar muy fácilmente de la euforia a la depresión y de la angustia a la emoción patriotera. De pronto nos enfervorizamos con un triunfalismo irracional y creemos, como el presidente Duhalde, que "estamos condenados al éxito". Pero a las pocas horas caemos en el derrotismo y nos autoconvencemos que "esto es un desastre sin miras de arreglo".
Quizás esa peculiar conducta sea una consecuencia telúrica, inducida por la enorme extensión de las llanuras pampeanas, un fenómeno geográfico que en su vastedad ofrece horizontes sin límites, carece de puntos de referencias y provoca en el ánimo un indescifrable sentimiento de insignificancia y desprotección.
Todos los viajeros que en los lejanos años de la colonización agrícola, recorrieron nuestro territorio mencionan que no existe en el mundo espectáculo más melancólico y que subyugue tan intensamente como la puesta del sol en la inmensidad de la pampa.
Indudablemente constituimos un pueblo ciclotímico. Nuestro humor padece de profundos desórdenes maníaco-depresivos y a menudo caemos en alternancias de alegrías y tristezas nostálgicas, magistralmente reflejadas en nuestra música urbana: el tango.
El más importante problema de los argentinos es ontológico y consiste en que no alcanzamos a comprender ¿por qué nos ocurren las cosas que pasan? Protestamos ruidosamente cuando las desgracias nos caen encima y nos rebelamos por las consecuencias que a diario debemos soportar. Entonces nos convertimos en una furiosa masa de depredadores para escribir graffitis, destruir vidrieras comerciales, romper las fachadas de los bancos, ensuciar paredes, tirar basura por la calle y quemar lo que se encuentre al paso. Pero nos desinteresamos olímpicamente por entender cuáles son las causas de esas aflicciones que hacen desdichadas nuestras vidas.
A nadie le interesa saber por qué hay tanto desempleo. Ninguno se interesa por conocer las condiciones de una moneda sana. Los que critican la evasión fiscal no se ponen a pensar cómo debiera ser un sistema impositivo eficaz, simple y equitativo.
Pareciera que no nos importa conocer las cosas por sus causas. Sólo tenemos habilidad mental para aprovechar los efectos de un problema sin resolver el problema. Actuamos movidos por intereses, tratando de obtener ventajas y eludiendo los efectos adversos desviándolos contra otros. Constantemente estamos demostrando nuestra viveza, pero manifestamos una total falta de inteligencia. Y mientras seamos vivos pero no inteligentes, los infortunios no dejarán de hacernos sentir el tremendo rigor de sus consecuencias, porque no buscamos el camino para encontrar la solución de nuestros problemas.
Cuando estas circunstancias son asumidas en el inconsciente de cada argentino, se produce una clara división entre optimistas y deprimidos.
Los argentinos optimistas son aquellos que miran por un cristal rosado, generalmente el de su propia vida. Tienen opiniones contundentes y se apoyan en el "nominalismo" que consiste en encontrar palabras que expresan un eufórico estado de ánimo que tiene muy poco que ver con la realidad externa. De allí que los optimistas utilicen con cierta frecuencia un lenguaje triunfalista diciendo: no tengo dudas que Argentina va a salir adelante; o la convertibilidad fue la bisagra de la historia; o el mundo está necesitado de nosotros; o las jubilaciones de privilegio no pueden anularse porque son derechos adquiridos y así por estilo.
En cambio los deprimidos lo ven todo negro y se apoyan en el "realismo" por oposición al "nominalismo" de los optimistas. Ellos sostienen que la realidad argentina es independiente de cómo nos va en la vida y se compone de un cúmulo de imágenes sobrecogedoras que hieren profundamente nuestra sensibilidad. Sus referencias generalmente son trágicas: los niños desnutridos son consecuencia de un modelo económico perverso; o los saqueos y secuestros tienen origen en la crisis económica; o los piqueteros que cortan rutas ejercen un legítimo reclamo.
Sin embargo ni los optimistas ni los deprimidos pueden cambiar el curso de los acontecimientos. Hace falta una actitud distinta: el denominado "realismo crítico" que permanece a igual distancia de unos y otros, conservando lo que ambos encierran de verdad y reconociendo que todo nuestro conocimiento tiene origen en la percepción de hechos reales y objetivos. Al partir de la realidad, el "realismo crítico" procesa el conocimiento sensible y llega al conocimiento intelectual. Luego, si decidimos aplicar la fuerza de la voluntad podremos abatir las circunstancias adversas y salir de una situación insatisfactoria para pasar a otra más agradable. Sólo el "realismo crítico" permite superar las fantasías de los optimistas y las cargas depresivas de los pesimistas.

Reglas antes que candidatos
Para disipar esta atmósfera ponzoñosa en que estamos envueltos se requiere claridad de ideas y esfuerzo sostenido. De ninguna manera podemos encontrar salida si sólo pensamos en candidaturas. Independientemente que la mayoría de los candidatos no valen mucho porque no expresan ideas capaces de solucionar nuestros problemas, sería necio pensar que por arte de magia vaya a aparecer una personalidad enigmática, dotada de brillo oratorio, capacidad intelectual, ejemplaridad de vida, condiciones de liderazgo y firmeza. Tan pronto como esa persona ideal alcance el poder se verá rodeada por personajes depravados e instituciones corrompidas y tendrá que utilizar procedimientos administrativos tan absurdos que sus buenas intenciones terminarán estrellándose en un muro infranqueable.
El "realismo critico" nos enseña que lo importante no son los candidatos sino las reglas. Las reglas no son programas de gobierno, ellas no son de izquierda, ni de derecha. Básicamente son normas de comportamiento que obligan a actuar de una manera favorable al bien común y no a los intereses creados de quienes se apropian del poder como chacales para despedazar la presa. Las reglas tienen que ser dictadas antes que los candidatos lleguen al poder. Después es tarde. Quienes hoy están atornillados en sus cargos nunca cambiarán las reglas porque su propio destino depende del mantenimiento del statu-quo que ellos forjaron durante años.
La razón de las reglas consiste en que resuelven problemas fuera de toda ideología. Si todos reconocemos que la deuda pública ha sido una de las causas de nuestro empobrecimiento, dado que el dinero llegó a raudales y desapareció sin dejar rastros, pero el crédito tiene que ser pagado por quienes nada recibimos a cambio ¿porqué no establecer reglas que impidan a nuestros gobernantes contraer nuevas deudas, emitir bonos o firmar avales para beneficiar a empresarios sospechosamente aliados con el poder político? Si tenemos vergüenza porque muchos de los que ocupan cargos electivos son los peores individuos ¿por qué no establecer reglas para que puedan ser elegidos los mejores ciudadanos aun cuando no estén afiliados a partidos políticos? Si los senadores y diputados negocian la sanción de proyectos legislativos mediante escandalosos sobornos ¿porqué no establecer reglas que impidan las negociaciones espurias y queden obligados a someterse a la ley en lugar de permitirles que sancionen lo que les venga en gana? Si el número de cargos electivos es escandalosamente grande y todos se afanan por nombrar ñoquis, otorgar subsidios o pensiones graciables a familiares y amigos ¿por qué no establecer reglas que hagan imposible estas maniobras? Si la política partidaria se entromete en la elección de jueces y todo se resuelve intercambiando las figuritas de los postulantes ¿por qué no establecer reglas que eliminen para siempre la influencia de la política en la designación de jueces? Y así por el estilo podríamos seguir enumerando la preponderancia de las reglas por encima de los candidatos. Pero como sabemos que quienes ocupan el poder y hacen de la política un medio de vida, nunca jamás procederán a sancionar reglas que signifiquen el fin de sus privilegios, ¿por qué no hacemos lo mismo que hace 150 años hizo Juan Bautista Alberdi: redactamos las nuevas reglas de la nueva política para un nuevo país y todos los ciudadanos juramentados, declaramos una huelga tributaria que suspenda el pago de impuestos hasta que esas reglas sean legalmente sancionadas por los que hoy usurpan el poder y comiencen a tener aplicación práctica en las próximas elecciones? No es algo indiferente. En este empeño nos va nuestro futuro y el de nuestros hijos.


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