Año CXXXVI
 Nº 49.679
Rosario,
domingo  01 de
diciembre de 2002
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El viaje del lector
Cachi: Bondad a manos llenas

Quiero hacer partícipe al lector de lo maravilloso de este viaje a Salta, especialmente a la localidad de Cachi, distante a 157 kilómetros de la ciudad capital. En el camino, los cerros multicolores no dejaron de asombrarnos serpenteando la Cuesta del Obispo, para fundirse más adelante en el cerro Nevado de Cachi, a 6.720 metros.
Cerca de la quebrada de Escoipe nos detuvimos en una hostería enclavada en medio de los cerros. Es un refugio de escritores, pintores y almas que buscan el silencio necesario para plasmar los sueños en obras que recorrerán los caminos del arte.
La majestuosidad del paisaje transmite total libertad, al mismo tiempo nos sentimos muy pequeños ante esa inmensidad recorrida por la vista asombrada y entonces nos transformamos en gigantes reconociendo el privilegio de estar allí, atesorando cada instante en la retina. Allí, en comunión con la naturaleza el hombre es bueno, y es bueno también reconocer nuestras raíces. Es un hálito de aire puro que nos inunda, permitiendo cargarlo en nuestras alforjas y disfrutarlo después con los recuerdos.
Vamos llegando a Cachi y es una experiencia mágica transitar por sus empedrados entre casas de adobe, llegar a la plaza en el mediodía soleado, refugiarse a la sombra de un molle y detenerse en el tiempo disfrutando la increíble sensación de estar en el paraíso.
Escuchar relatos de los lugareños con voz pausada y menos prisa nos eleva el espíritu, ¡claro que existe ese lugar!, pensamos autoconvenciéndonos. Entonces nos adentramos en la iglesia, que en penumbras ofrece un silencio reparador y una indescriptible sensación de paz, unida a su pobreza franciscana. Piso de ladrillos, bancos gastados de madera, al frente un Cristo crucificado en la magnificiencia de la sencillez. Paredes blancas y el sonido del silencio. Así disfrutamos detenidos en el tiempo de Cachi, su gente y su iglesia. Gente simple y generosa que nos permiten descubrir la bondad a manos llenas.
Uno quisiera quedarse allí compartiendo un mate, un fogón y una guitarreada nocturna bajo las estrellas, y ¿por qué no? descubrir un sitio en su pureza natural en el planeta.
Retornamos a la ciudad de Salta en el atardecer. Nos acompañaba la tormenta en ciernes, prometiéndonos volver un día no muy lejano, quedarnos más tiempo para disfrutar plenamente de un lugar que debería ser más promocionado.
María Rosa Bserini



El pueblo está en la base de multicolores cerros salteños.
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