Año CXXXVI
 Nº 49.673
Rosario,
lunes  25 de
noviembre de 2002
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Reflexiones
Resignados a que les muevan los límites

Carlos Duclós

En lo político, la tragedia de un pueblo no es tener malos dirigentes, sino resignarse a tenerlos. Ciertamente, retornar del lecho frío de esa resignación demanda una profunda reflexión a la que le sigue un esfuerzo que no siempre es posible realizar. El ciudadano argentino comprendió a fuerza de golpes y más golpes, de desilusiones y más desilusiones que estuvo por muchos años (y lo sigue estando) a merced de malos dirigentes. Malos por corruptos, malos por arbitrarios e injustos, malos por distraídos, malos por ineficientes e ineficaces y toda la laya de perversidades y defectos que puede tener un dirigente y que perjudica seriamente al pueblo en sus necesidades y aspiraciones. Porque no sólo es malo para el conjunto social aquel conductor que es esencialmente inmoral, sino también el que siendo moralmente íntegro es incapaz de elaborar políticas que ayuden al bienestar de la sociedad.
La tragedia argentina no sólo es la presencia de esta casta dirigencial de la que se habla, complaciente, además, con el establishment, sino esa incipiente (y acaso no tan incipiente) resignación a tenerlos y a aceptar, aun a regañadientes, las decisiones que tal corporación adopta para satisfacer no sólo sus necesidades, sino las de los poderes económicos nacionales y extranacionales. Porque como se sabe, nuestros gobernantes se han convertido en meros gerentes del poder. Desde luego, una posición nada desdeñable y de allí los tejes y manejes y toda suerte de urdimbres destinadas a permanecer, como sea y en el lugar que sea.
La última gran asonada argentina fue, en rigor de verdad, las protestas que la clase media realizó espontáneamente cuando le hurtaron (que es el término técnicamente correcto que debe utilizarse) parte de sus depósitos que tenía ahorrados en las entidades financieras. El tiempo pasó y la resignación terminó por aceptar, en gran medida, un estado de cosas indignante.
Pero a las distintas clases sociales de este país (pobres; lo poco que aún queda de la recordada clase media y los niveles más ricos -que tal vez supongan que el naufragio no los alcanzará-, aún les siguen hurtando. Les hurtan la posibilidad de un presente digno y de un futuro promisorio. Las estadísticas que se conocen a nivel mundial son poco menos que escalofriantes: uno de cada tres nuevos pobres en Latinoamérica es argentino. La mitad de la población urbana en el país es pobre y de esa mitad el cincuenta por ciento es indigente.
De los 8.319.000 chicos pobres que hay en la Argentina, 4.138.000 son indigentes, es decir, viven en familias que no pueden suministrarles la alimentación básica, lo que explica el aumento de casos de desnutrición infantil.
Se sabe que por la profundidad de la pobreza y la indigencia, hay un creciente aumento de desnutrición infantil entre los recién nacidos. Los datos para la región norte del país son alarmantes: la proporción de menores pobres alcanza al 80 por ciento. Este crecimiento de la pobreza infantil y juvenil supera a la de los padres. Ahora 2 de cada 3 menores viven en un hogar pobre. Esta trágica realidad no es sólo patrimonio de las provincias periféricas. Según un trabajo realizado por una consultora, en el partido de La Matanza el 26,6 por ciento de los bebés nacidos en tres nosocomios de Laferrere, San Justo y González Catán presentaron problemas de desnutrición. Dice Norberto Larroca, presidente del grupo Argentina Salud y nuevo titular de la Federación Latinoamericana de Hospitales, que "la elevada proporción de recién nacidos desnutridos se debe a los problemas de subalimentación de los padres que se transmiten a los niños antes de nacer". En el Gran Buenos Aires, de cada diez niños y adolescentes siete son pobres y casi cuatro indigentes. ¿Pero acaso Santa Fe vive en una isla lejos de esta realidad?
Todo esto ocurre, lector, en el marco de un fuerte aumento del desempleo y una caída del ingreso que hace tambalear a lo poco que queda de la clase media que hace frente como puede y como la dejan, no sólo al hurto de sus ahorros, sino a una cruel devaluación, aumento de precios y rebajas salariales. Pero también sucede en presencia de un maléfico estado de resignación.
Dice la sagrada Torá: "Maldito es el que mueve el límite de su prójimo". Con angustia y desmoronados, muchos argentinos, ya sin fuerza, aceptan que les muevan el límite de la dignidad humana.



Desnutrición, patética imagen de la argentina actual.
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