Año CXXXVI
 Nº 49.672
Rosario,
domingo  24 de
noviembre de 2002
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La Cubrecita: Chocolate con torta y aventura
Cabalgatas, paseos y escalas al cerro Champaquí. Propuestas de la localidad cordobesa

Carlos Duclos / La Capital

Sentado en el patio de la cabaña, tenía la mirada perdida en el firmamento, en las miles y miles de estrellas que desde las alturas de La Cumbrecita se observaban con una nitidez asombrosa. La Vía Láctea, ese cordón blancuzco y difuso formado por desconocidos mundos, se estampaba sobre el telón oscuro del cielo e invitaba a todas las reflexiones y preguntas que aquel turista se hacía en ese momento. Pero era inútil, no encontró, por más que se afanó en ello, respuestas ante tanto misterio, ante tanta grandeza. Se incorporó, miró a su alrededor la noche silenciosa, respiró profundo y decidió ir a descansar.
Había dejado restos de comida en un plato, en el patio de la cabaña, porque el dueño le había asegurado que de noche, desde el cerro, bajaban los zorros a comer. Miró hacia la espesura de la vegetación, enfocó con su linterna y a lo lejos divisó unos diminutos círculos brillantes ¿Serían los ojos de los visitantes? Sonrió y entró en la cabaña satisfecho. Definitivamente La Cumbrecita era bellísima hasta de noche.
Pero si es cierto que este pueblo enclavado en las alturas del valle de Calamuchita es atractivo aun cuando las estrellas muestran todo su esplendor en el infinito universo, cuando el sol se levanta por detrás de las elevaciones, surge con él todo el encanto y la magia de una zona que tiene parecidos asombrosos con la región alpina. Tal vez por eso, hace ya varias décadas, inmigrantes suizos, alemanes y austríacos, decidieron afincarse en el lugar y dieron vida a este pueblo visitado durante todo el año por turistas no sólo argentinos, sino extranjeros.
Una colorida y variada vegetación que va desde las imponentes coníferas hasta los más diminutos hongos de sombrero rojo que parecen extraídos de los cuentos de hadas se observan en cada paso que el visitante da por el lugar. Los pájaros carpinteros picotean, indiferentes ante la presencia humana, los troncos de los árboles. Los mirlos saltan de rama en rama y más arriba las águilas surcan el cielo en busca de alimento. Todo es silencio en ese pueblo alpino y apenas lo rompe la brisa, el canto de los pájaros o la conversación humana.
Es que excepto los turistas que ingresan con sus vehículos para alojarse en los hoteles o casas alquiladas, no hay tránsito de automóviles ni de motocicletas por las calles de La Cumbrecita. Es un pueblo peatonal y no se permite que los visitantes ocasionales ingresen con sus vehículos. Por eso, el silencio acompaña durante todo el día la belleza del lugar.
Un río de agua cristalina rodea el poblado cuyas casas y cabañas están construidas rigurosamente con techos de dos aguas y en donde no falta la madera. Estas típicas construcciones asentadas sobre las faldas y elevaciones de los cerros, junto con los pinos, dan la sensación al visitante de que se encuentra en medio de los Alpes suizos. Esta sensación se robustece si a la hora del desayuno o la merienda se comparte un té o un chocolate con las típicas tortas alemanas junto a una ventana observando el incomparable paisaje.
Hay muchas excursiones para realizar en La Cumbrecita: escalar el cerro Bank, visitar las Tres Cascadas o la cascada Escondida, el lago Esmeralda o bien alquilar un caballo y realizar un recorrido por la zona. Si se posee una camioneta o vehículo de doble tracción las posibilidades de aventura se incrementan y si el estado físico es bueno, animarse a recorridas en bicicletas todo terreno permitirá descubrir lugares encantados.
Desde La Cumbrecita, además, se puede ir al cerro Champaquí. Hay dos posibilidades para esto, llegar hasta Villa Alpina (otro lugar verdaderamente bello) y desde allí realizar el tradicional escalamiento a pie, o bien ir hasta Yacanto de Calamuchita, ascender en auto hasta el cerro Los Linderos y luego caminar hasta la imponente y conocida elevación cordobesa. De todos modos, las simples caminatas por el poblado atraparán al viajero porque en el lugar a la belleza y la paz no hay que salir a buscarlas.
Para ir hasta La Cumbrecita necesariamente se debe llegar hasta Villa General Belgrano y desde allí ascender por camino de montaña, que se encuentra en perfecto estado y no es peligroso, unos treinta kilómetros. Hay dos rutas posibles: la de Athos Pampa o la de Los Reartes. Quienes van en automóvil por lo general eligen esta última porque en el inicio del ascenso hay un tramo pavimentado de diez kilómetros. Desde Rosario, la ruta aconsejable para ir hasta el valle de Calamuchita es la seis que arranca en la vecina ciudad de Casilda y pasa por Dalmacio Vélez Sarsfield, Río Tercero y Embalse Río Tercero. Es recomendable por cuanto se encuentra en buen estado y no existe un excesivo tránsito.
Si el turista se decide por visitar La Cumbrecita es casi imprescindible llevar una cámara fotográfica o de video y la disponibilidad de guardar en la memoria cada sensación. Sería un pecado no recordar tanta paz y tanta belleza.



La vegetación y las casas le otorgan un aire alpino.
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