Año CXXXVI
 Nº 49.669
Rosario,
jueves  21 de
noviembre de 2002
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Editorial
Lugar que perdió su esencia

Si existen en Rosario sitios que puedan calificarse como emblemáticos, uno de ellos —acaso el más representativo de la ciudad— es el Parque Nacional a la Bandera. El predio que se extiende frente al Monumento constituye, fuera de toda duda, el espacio que sintetiza la esencia de la urbe situada frente al Paraná donde nació la enseña celeste y blanca, resumen de la argentinidad más profunda. Por esa razón sorprende que en los últimos tiempos la característica del ámbito se haya desvirtuado de manera notable. Sucede que, si bien carece de criterio negar la pertenencia del paisaje urbano a la gente, tampoco parece atinado desviar la cabeza hacia otro lado e ignorar que el lugar se ha convertido en escenario de manifestaciones que no se corresponden con su auténtica naturaleza.
El mejor ejemplo de lo antedicho lo brindó el desarrollo de una de las celebraciones más entrañables de los rosarinos, la Fiesta de las Colectividades. Lamentablemente, la continuidad de este fenómeno vinculado a la tradición más rica de la ciudad se ha visto empañada por su paulatina pero perceptible transformación en un mero despacho de bebidas y servicio de comidas típicas al paso. Si a ello se le suman los elevados decibeles generados por la emisión de música a un volumen inapropiado y la notoria inseguridad reinante en la zona durante el transcurso de la feria, como consecuencia del impune accionar de ladrones armados, arrebatadores y grupos de vándalos, se deberá concluir que un evento que originalmente contribuía a embellecer y enaltecer su entorno ahora, en cambio, lo degrada.
Pero el disparador de los problemas no es sólo la Fiesta, cuyo traslado a ámbitos más apropiados ya ha sido sugerido en diversas oportunidades, la última de ellas mediante un proyecto de decreto presentado en el Concejo Municipal. Es que, una vez concluida, no pocos rosarinos continúan transformando este verdadero oasis urbano en otra cosa, completamente ajena a su verdadero propósito. Acaso sea el momento de que las autoridades tomen cartas en el asunto. El objetivo no resulta pequeño: nada menos que salvar al espacio más reconocible de la ciudad de una degradación tan gratuita como penosa.


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