Año CXXXV
 Nº 49.661
Rosario,
miércoles  13 de
noviembre de 2002
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Entre el bote salvavidas y el sálvese quien pueda

Lila Gianelloni - Liliana Boccardo (*)

Las tempestades, los violentos huracanes, el agua que desborda, los aludes, la lava que derraman los volcanes y sepulta ciudades, los cataclismos y la sudestada son catástrofes naturales, leídas como la furia desatada por la naturaleza. Nuestros antepasados reconocían allí la mano del Hacedor.Las inclemencias naturales irrumpen en la cotidianeidad de los pueblos con fuerza devastadora y se van, dejando atrás de ellas un tendal que no reconoce diferencias. Se pierden vidas, viviendas y sobrevienen las enfermedades y la intemperie. Aparece allí la solidaridad como lazo entre los hombres, mujeres, niños, autoridades, pobres o ricos, igualando.
De golpe, todo se transforma. La urgencia cambia el orden previo a la catástrofe. Los roles, las funciones, los objetos y los espacios, se corren para dar lugar a lo necesario. La escuela es un hospital, un hospedaje o un comedor; el taxi es ambulancia improvisada, como los jirones de una cortina son una venda o un abrigo, una puerta es una balsa y la maestra es enfermera. La ira incontrolable de la naturaleza nos obliga a reorientar nuestras acciones, motorizadas por la solidaridad y dirigidas hacia el bien común.
Veinte millones de personas en el centro de la tormenta. Veinte millones de pobres, 9 millones de indigentes, 7 millones de desocupados, desnutrición infantil, una expansión inusual del desempleo, caída de los salarios en más del 60% desde diciembre último, 60% de jóvenes pobres, más de 1 millón de chicos entre 15 y 24 años que no estudian ni trabajan porque no pueden, no son las consecuencias de una catástrofe natural, sino de un plan ejecutado por los hombres.
No se abate sobre nosotros ningún fenómeno de la naturaleza. Estamos frente a los efectos de un proyecto político que determina quiénes van a vivir dentro de él y quienes estarán condenados a la exclusión. En otras palabras, para quienes son los botes salvavidas y después "sálvese quien pueda".
Es una vieja artimaña del poder la naturalización de los procesos históricos y económicos. Esto implica exigir de los actores sociales las mismas respuestas que ante un desastre natural: resignación y solidaridad (con su plan).Los trabajadores, y los que hoy no tienen trabajo, saben organizarse en la solidaridad para resistir cualquier embate, pero saben diferenciar las responsabilidades. Y no se resignan.
Frente a las fábricas y comercios cerrados se reorganizan para hacerlas producir nuevamente. Frente a la marginación se construyen los piquetes. Frente a los golpes de mercado organizan ferias, huertas comunitarias, cooperativas. Frente a las enfermedad aparecen los donantes, cuidadores, enfermeros, la solidaridad de vecinos y compañeros de trabajo. En las escuelas se practica a diario entre maestros, alumnos, padres y porteras, y así sostienen la educación pública. En los hospitales y salitas asistenciales la solidaridad salva vidas.
La solidaridad teje redes de contención en la intemperie. Pero esto no implica ignorar u ocultar que esta tempestad social ha sido organizada minuciosamente por quienes detentan un poder cuasi- divino para decidir entre la vida y la muerte, y lo usan.
Un maestro sabe mucho más del hambre y de la solidaridad que un ministro. Y no lo aprendió en los libros. Gana 300 pesos por mes, y él y sus alumnos están muy por debajo de la línea de pobreza. El agua los sobrepasó, hace rato, a los dos y la solidaridad los mantiene a flote.
No es natural que en las escuelas haya cada vez más comedores. Es una catástrofe artificial: tiene un origen, tiene responsables, tiene intencionalidad y se puede revertir e impedir que siga sucediendo. No es natural que "sea inviable por ahora" un aumento en un salario que desde hace 10 años es igual y sobre el que cayó, como un rayo, una emergencia en forma de ley.
Artículos 14 y 14 bis
El Estado debe garantizar la salud, la educación y el trabajo. Estos pilares están quebrados por la responsabilidad de la clase política que se fue turnando en el ejercicio del gobierno.
El corrimiento del Estado de sus obligaciones para con sus representados deja al pueblo sin referentes simbólicos. Se derrumban los soportes de la cultura arrastrando, como un alud, sus instituciones.Si sólo se acepta lo evidente -el hambre- y no se señala el costo de que las escuelas se transformen en lugares de contención y asistencialismo, se es cómplice. Es socialmente necesario que las escuelas cumplan su función: democratizar el conocimiento.
La función de la escuela es impartir conocimientos y herramientas intelectuales, porque el saber es poder y permite construir nuestra identidad cultural. La función de la escuela es formar ciudadanos solidarios, críticos y capaces de transformar la realidad.
(*) Miembros de la Comisión directiva de Amsafé Rosario



(Ilustración: Chachiverona)
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