Año 49.651
 Nº CXXXV
Rosario,
domingo  03 de
noviembre de 2002
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Análisis: Chacho Alvarez y la pesada mochila de un fracaso

Mauricio Maronna / La Capital

"Soy un fracasado", dijo Carlos Chacho Alvarez con honestidad brutal en su primera aparición pública. Nadie, nunca, desde la política hizo semejante autocrítica para explicar errores que, en el caso del ex vicepresidente, se tornan a veces entendibles y otras decididamente ingenuas. Leer el libro "Sin excusas", en coautoría con el periodista Joaquín Morales Solá, es un deber imprescindible para quienes quieran entender no solamente la caída de la Alianza sino también el derrumbe de la Argentina. Por primera vez desde su dimisión, Alvarez admite el gravísimo error de haber renunciado en soledad, "cuando la decisión correcta debió haber sido la salida de todo el Frepaso del gobierno".
Sin embargo, la opción ética de decirle adiós al poder en un país en el que todos se aferran a sus cargos como si se tratase de un bien ganancial pareció convertirse en un mero gesto voluntarista. "Me quedé a mitad de camino. Dejé la renuncia en un plano gestual, sin complementarla con una decisión política que hubiese sido definitivamente más traumática, pero que hubiera sincerado en plenitud la situación real. Quedé atrapado en una zona de ambigüedad. Por un lado sentía que no tenía nada que ver con el gobierno y que debía pasar a la oposición. Por otro, me pesaba la responsabilidad de terminar abruptamente con una expectativa que yo mismo había contribuido a forjar", describe en la página 51.

Entre dos fuegos
Alvarez, el político intelectualmente más brillante que parió la posdictadura, quedó atrapado por su propio fuego, por las debilidades de su agrupación (el Frente Grande), que reproducía los mismos vicios que los partidos tradicionales, y por un error de diagnóstico que consistió en haber creído que el justicialismo era un movimiento en fuga: aquella "pata peronista" que Alvarez lucubró no fue más que un sueño. Y el sueño terminó de la peor manera.
Chacho, más allá de la autocrítica descarnada, e inspirada en el libro que escribió Oscar Lafontaine, ex ministro federal de Finanzas del gobierno de Gerard Schroeder (reproducido hace más de un año por La Capital), clava todos sus aguijones sobre la UCR. "El mayor error fue hacer una alianza bajo la hegemonía de un partido que nunca se revisó a sí mismo profundamente, aun cuando ya venía de un fracaso tradicional", apunta.
Caracteriza, además, a Raúl Alfonsín como un miembro más de la vieja corporación política y deja flotando la sensación de que Fernando de la Rúa fue cómplice de la corruptela que envuelve a la mayoría de la clase dirigencial.
Tampoco se priva de señalar que "la izquierda argentina tradicional en sus distintas variantes reproduce algunos rasgos de los sectores conservadores, en cuanto al sentido autoritario y al dogmatismo de sus posiciones". Y larga una interesante parrafada sobre la inutilidad de varios denunciólogos profesionales, enquistados en asociaciones civiles, que no fueron capaces de hacer causa común con él en su lucha contra la corrupción senatorial.
El único capítulo del libro que convoca a las dudas sobre la sinceridad de Alvarez es el referido a la semblanza de De la Rúa. "Otro de mis errores fue caracterizar mal al ex presidente. No como piensan muchos, desde lo ideológico, porque era de centroderecha, sino porque era el resultado de un prestigio constituido sobre la base de la simulación. De la Rúa era una figura paradigmática de los intereses más corporativos y consustanciados con los peores vicios de la dirigencia argentina", radiografía en otra de las páginas. ¿Acaso Alvarez no lo sabía de antemano? \Pese a negar haber sido el artífice del ingreso de Domingo Cavallo al gobierno, las explicaciones no resultan convincentes frente a la contundencia de los hechos. Chacho fue utilizado por el gobierno como un anzuelo para acercar al padre de la convertibilidad y, a su vez, resultó un instrumento del ministro menemista para blanquear su imagen con el barniz progresista que transmitía Alvarez.

Humillado en Olivos
El final es historia conocida: el ex vicepresidente humillado y escondido en un rincón de Olivos, con un pope delarruista diciéndole que su reingreso al gobierno como jefe de Gabinete ya no tenía razón de ser. Y Cavallo (ya designado ministro) concurriendo a la Cámara alta para solidarizarse con los legisladores del escándalo.
El fundador del Frepaso no se arrepiente de su renuncia sino de sus actitudes posteriores. Y su declaración de principios debe ser respetada: "De ninguna manera me arrepiento. Hice lo que tenía que hacer (...) había que pactar o irse". Entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad eligió la primera opción, en una movida que partió en dos la reacción de la opinión pública.
Pero admite también que nadie sabía de su renuncia, excepto su mujer, a quien se lo comunicó durante la tormentosa noche que siguió al ascenso o continuidad de sus enemigos internos, léase Fernando de Santibañes y Alberto Flamarique. ¿Alguien se imagina a un líder de la centroizquierda europea renunciando en soledad, sin comunicárselo al partido que lidera? \Más allá del correcto cuestionario que le formula Morales Solá, el periodista de La Nación omite repreguntar al ex jefe frepasista sobre la operación montada por De Santibañes desde la Side para desprestigiar su imagen, entrometiéndose en cuestiones de alcoba, un hecho que descolocó a Alvarez y lo llevó ante el mismísimo representante de la embajada norteamericana en la Argentina.

La gran diferencia
Alvarez no diferencia claramente que su soledad institucional, a la hora de levantar la alfombra que permitió hacerles notar a los argentinos que casi todo olía a podrido en el Honorable Senado de la Nación, se contraponía con el abrumador aval que recibía de la sociedad (y de muchos más medios de comunicación que los que nombra).
Conviene llegar hasta la página 250 del libro para entender los porqués del fracaso estrepitoso de una coalición que llegó al poder con una única idea fuerza: terminar con Menem.
Pero también es un ejercicio interesante para reivindicar en su justo término (ni más ni menos) a alguien que le pegó un portazo a las mieles de un poder basado en la corruptela, las componendas y la democracia tarifada.
Poniéndolo en las palabras del protagonista de la historia: con tantos dirigentes políticos que siguen derramando certezas y verdades como si nada hubiera ocurrido en un país devastado por ellos mismos, Chacho (ostracismo mediante) merece otra oportunidad; aunque ahora esté en el desierto, lo alimenten con anchoas y le griten "fracasado".
Si de los laberintos se sale por arriba, Alvarez hizo su primer intento para reivindicarse con la sociedad: evitar las excusas.



"Todo el Frepaso debio irse del Gobierno", dijo Chacho.
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