Año CXXXV
 Nº 49.635
Rosario,
viernes  18 de
octubre de 2002
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Teatro / Crítica
"El asadito": El rito de la comida como un viaje al reconocimiento
La puesta teatral de la película "El asadito" se mantiene fiel a la versión fílmica

Rodolfo Bella / Escenario

El ritual del asado no tiene un sentido único. La adaptación al teatro del filme de Gustavo Postiglione reitera esa característica que ya reflejaba la película del mismo nombre. De forma naturalista y casi en tiempo real el grupo comparte ese tiempo de ocio mientras las palabras y los temas de conversación se cocinan con el ritmo lento que marca la parrilla. La obra se presenta hoy y mañana, a las 21.30, y pasado mañana, a las 20.30.
Siete amigos se encuentran en la terraza de la casa de uno de ellos. Aunque la hora del día en que transcurre la acción no queda clara, se supone que es al mediodía, y al menos así estaba planteado en la versión fílmica. Así lo indica también lo que ocurre en escena -los actores ocupan una pileta de lona y toman sol- pero algún defecto en el diseño de la planta de luces o una deficiencia técnica de la iluminación, confunde sobre ese punto.
En el transcurso de la tarde y durante una sobremesa que se extiende hasta la noche, hablan de todo lo que se espera de un heterogéneo grupo de personas con actividades diversas sin otra preocupación aparente que esperar el punto justo de la carne.
Casi en tono testimonial, los temas giran en torno a las cuestiones más triviales y cotidianas. No hay planteos existenciales, ni hechos en apariencia trascendentes. Tampoco debates intelectuales ni menciones de la actualidad política ni económica. La conveniencia de un modelo u otro de auto, el desencuentro entre hombres y mujeres, las preferencias sexuales, la mayor o menor inocencia de la esposa del dueño de casa, entre muchos otros, son los temas que abordan esos hombres, con el ritmo cansino que da la charla de sobremesa a la hora de la siesta en un día de calor.
Sin embargo, la abulia siestera se rompe al promediar la obra con la aparición en escena de un personaje a cargo de Gustavo Guirado. De alguna forma y sin que nadie se lo pida, intenta poner blanco sobre negro la realidad del grupo. El personaje es un actor rosarino que alcanzó una modesta fama en Buenos Aires. Con esas credenciales se siente autorizado a generar una confrontación entre su éxito y las vidas vulgares que lleva el resto.
Los personajes son rosarinos y la pieza está teñida del color local de punta a punta: cualquiera puede identificarlos como los habitantes trasnochados de un bar, con las eses aspiradas como un signo apologético del ser rosarino y en el tono burlón y levemente frustrado de sus sentencias.
El texto es reconocible por la cotidianidad del contenido. Sin embargo el efecto dramático queda en evidencia por la superposición de esos mismos y exasperantes comentarios largamente escuchados, como un mantra doméstico. A partir de ese momento es posible descubrir los conflictos más disimulados del grupo debajo de los pliegues de esas palabras y en unos diálogos donde el hilo de la charla es deliberadamente errático.
De ese modo, se van revelando las problemáticas particulares y los personajes comienzan a tener sustento. Así se descubren las miserias y virtudes de cada uno, dando un cuadro en el cual es posible reconocerlos en una dimensión más profunda. El humor aparece de la misma manera, como una reacción a las situaciones, antes que por acciones que lo determinen o diálogos que lo disparen.



Las miserias, con un típico asadito como excusa.
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