Año CXXXV
 Nº 49.627
Rosario,
viernes  11 de
octubre de 2002
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Reflexiones
La política, la calle y las urnas

Oscar M. Blando (*)

"No es lo mismo el pueblo en las calles que el pueblo en las urnas..." ha dicho agudamente Natalio Botana. Esta afirmación permite múltiples reflexiones y abre el debate sobre un fenómeno manifiesto en Argentina: la destrucción de su sistema de representación política. Más aún, ante el malestar ciudadano con quienes son sus representantes, la política no ha resuelto cómo canalizar esa protesta social en acción y en una propuesta política y por esta vía podría suceder que lejos de consagrarse la esperada renovación política, el escepticismo y la "bronca social" prevalezcan y hagan cierta "la profecía autocumplida": la consolidación del statu quo.
Por distintas razones el disconformismo de la sociedad no se ha sintetizado aún en alternativas de poder, es más, en determinados casos, ha perpetuado lo que se dice combatir. En muchos lugares se ha ganado "la calle" pero no se ha ganado en las urnas. Ejemplifiquemos: a los "juarismos" y a sus prácticas se los debe reemplazar (también) a través del voto. La legítima protesta social se manifestó en Santiago del Estero con actos de "dignidad cívica" inequívocos: hubo un 43% de abstencionismo, lo que supone el repudio a la vieja política: ¿y? El juarismo seguirá gobernando a los santiagueños, ahora "relegitimado", con elecciones adelantadas ("ya"): en lugar de que "se vayan" consiguió "que se queden". A los "juarismos" argentinos poco les importa que el "voto bronca" gane la calle si ellos siguen ganando en la política institucional.
Por otra parte, la "lógica social" no necesariamente coincide con la "lógica política" y en nuestro caso, no siempre la ciudadanía se expresa en las urnas en dirección a la defensa de los derechos e intereses "generales" sino más bien en defensa de sus legítimos, pero "particulares" intereses. Dicho de otro modo y en clave política: una cosa es cómo "defiende" sus derechos un ahorrista que ha sufrido el despojo institucionalizado de su patrimonio y otra cómo los "defiende" o expresa en las urnas. Y esto ya nos ocurrió: muchos ciudadanos ciertamente se "distrajeron" durante una década a cambio de un accesible pasaje a Miami, y reeligieron a Menem en 1995 con el "voto cuota" fascinados por la fantasía de que un peso valía un dólar... Así, se toleraron coimas, jueces adictos, privatizaciones escandalosas, pobreza y desocupación. No contentos con ello, ante las insuficiencias del gobierno de De la Rúa, convalidaron no sólo el ingreso de Cavallo, sino el otorgamiento de "superpoderes".
La creencia de que la sociedad es portadora natural de un buen sentido y un orden justo y que el mal está concentrado exclusivamente en sus dirigentes (I. Cheresky) o la de que somos un país de millones de ciudadanos cultos, honestos e inteligentes usurpados por una clase política rapaz y corrupta podrá ser todo lo autoconsoladora que se quiera pero además de falsa es altamente peligrosa (E. Mocca): 1) es falsa porque "los políticos" no son "ajenos" sino parte de la sociedad a la que pertenecen y en democracia es la propia "gente" quien decide elegirlos para ocupar cargos públicos. Creo, como se ha dicho, que a veces hay una adecuada-aunque infeliz- correspondencia entre la sociedad y la llamada "clase política"; 2) es peligrosa, porque la desacreditación generalizada de políticos, partidos y órganos deliberativos de la democracia ha tenido en nuestro país una clara orientación autoritaria, orientación que no ha desaparecido y que surge hoy, con nuevas formas.La "demonización" de los políticos y su ubicación como una "excrecencia ajena a la naturaleza sociológica de la Argentina" (A. Borón) tiene sus riesgos: la desaparición de la política y de la democracia.
Es necesario tender puentes entre lo social y lo político y eso significa realizar el esfuerzo de reconstruir la representación política. Los dilemas políticos de nuestro país no se resuelven apelando a la retórica antipolítica, suponiendo en extrema simplificación que solamente reduciendo el "costo de la política" o el numero de legisladores, denigrando al Parlamento y rechazando a "todos" los partidos políticos se solucionan los problemas. Nuestro ejemplo latinoamericano es Luis Inacio Lula da Silva. Lula no es fruto del espontaneísmo social.
Quiero decir: son comprensibles las reiteradas "frustraciones, los fracasos y traiciones", pero no es suficiente la voluntad "regeneracionista", ni son suficientes el dignísimo abstencionismo electoral o el nihilismo antirrepresentativo que paraliza porque "todos son iguales" o "nada va a cambiar": ello termina con la propia sociedad "confirmando la profecía autocumplida". Sería perverso que esa "bronca social" beneficie a los que decimos impugnar. La cuestión consiste en respondernos las preguntas que sintetiza Sandra Russo: "¿Cómo impedir que esa bronca sea capitalizada por los peores, por los ladrones, por los canallas...? ¿Cómo convertir esa bronca en astucia y no en cianuro...?". Agrego otros interrogantes: ¿cómo hacer y construir con política -y no sin ella- nuevas formas institucionales? ¿Cómo hacer para que el sufragio sirva para decidir y no sólo para elegir? ¿Cómo hacer para que el pueblo además de ganar la calle también gane en las urnas? Estos son los mayores desafíos de la política democrática argentina.

(*)Profesor titular de Derecho Político en la Facultad de Derecho de la UNR


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