Año CXXXV
 Nº 49.612
Rosario,
miércoles  25 de
septiembre de 2002
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EEUU y la diversidad global

Pablo Desanroman (*)

Hace unos días, Ralf Dahrendorf (uno de los principales pensadores británicos) advirtió en una nota que lo que estaba sucediendo en el mundo era una "norteamericanización" de la vida en comunidad. Que los valores y las doctrinas -esencialmente económicas- de los Estados Unidos se estaban convirtiendo en el eje referencial de casi todas las naciones del mundo, especialmente las europeas.
Esta apreciación, que puede tener sus orígenes en el pensamiento liberal de Fukuyama, contiene en su sentido, certezas y debilidades. Es también un reduccionismo riesgoso. Puede verse como cierta porque la dinámica que los EEUU les impuso a las formas de desarrollo económico es incomparable. Porque el nivel de innovación de su estructura productiva lo convierten en el modelo de referencia global. Pero también es débil, porque el mundo de las ideas y el relativismo cultural de las naciones hacen de cada pueblo, y de cada grupo social, una expresión singular.
Es verdad, como se ha dicho, que el modelo de desarrollo norteamericano encarna hoy el paradigma de la evolución económica. La preponderancia de la tecnología y el permanente avance de sus prácticas y estructuras productivas lo han ubicado en el umbral mismo de las posibilidades de progreso. También su capacidad para reproducirse e incorporar otras formas de organización (Japón, el sudeste asiático, y ahora China, son los ejemplos más claros).
Dentro de esta misma justificación, puede mencionarse el rol fundamental de la educación. Estados Unidos es tal vez el país con mayor potencial de conocimiento sobre la tierra. Sus universidades son verdaderas usinas de conocimiento que, cotidianamente, asombran al mundo con sus hallazgos y descubrimientos. La biotecnología (y el patentamiento incesante de ideas) no es más que un producto de esta notable revolución educativa.
Ahora bien, ¿qué ocurre con los disensos? ¿qué sucede con la diversidad de culturas y las formas de organización política particulares de cada sociedad?, ¿es el modelo americano extensivo a todos los órdenes de la vida? Precisamente es en estos planteos donde la afirmación inicial encuentra su debilidad. El reduccionismo planteado desde la perspectiva económica no incluye -no debe incluir- la totalidad de los procesos sociopolíticos y humanos. Puede aceptarse que se hable de una "norteamericanización" de la economía mundial, pero esto está muy lejos de una cultura unívoca y universal.
Por el contrario, las formas modernas del desarrollo económico exigen una activa participación de las sociedades civiles. Es en ese protagonismo creativo donde nace la riqueza y se promueven nuevas instancias de desarrollo. Un país en crecimiento es, básicamente, un país vivo en sus expresiones de identidad y en su accionar civil.
Por otro lado, el gran quiebre que ha producido el final de la guerra fría, y las disputas ideológicas inherentes a ella, ha sido la recuperación de las autonomías políticas por parte de los pueblos que (de uno u otro lado) se hallaban comprometidos. Tal proceso alentó la reivindicación de las identidades nacionales, a tal punto que, en sus expresiones más negativas, dio lugar a nacionalismos exacerbados y disgregantes.
La "norteamericanización" de la vida no puede confundirse con las identidades particulares. Puede serlo en las lógicas propias de los procesos económicos y en las oportunidades que ello genera. Pero de ninguna manera en la unificación de las pautas de comportamiento y formas de expresión social.
Las noticias que permanentemente recibimos del exterior dan cuenta del multiculturalismo que caracteriza hoy a las relaciones internacionales. No es que no lo haya sido en el pasado, sino que hoy se da con más intensidad y crudeza. El desarrollo de las comunicaciones y los medios de información hacen que sea mucho más fácil distinguir las diferencias culturales -y de otro tipo- que existen entre los pueblos. Los conflictos de hoy constituyen una clara y doliente muestra de esta realidad.
Es por ello que el análisis del mundo actual demanda un gran equilibrio. No se pueden analizar los procesos globales sin reconocer, de acuerdo a como se plantea en la idea de la "norteamericanización", los elementos diferenciadores. El multiculturalismo exige una alta dosis de tolerancia y de reconocimiento hacia lo diferente. Es real que la cultura del consumo y la expansión de los valores occidentales (arraigados en el mercado) hayan favorecido una idea de homogeneización colectiva. Pero esto no reemplaza la enorme riqueza que presenta el panorama mundial.
En uno de sus libros, el pensador francés Guy Sorman habla de un mundo en coexistencia. Destaca en sus dichos que la supremacía de un modo de producción y de organización política (por caso, el capitalismo democrático) no implica la negación de otras modalidades. Por el contrario, debemos comenzar a pensar el mundo en términos de multiplicidad cultural y coexistencia en la diversidad. Tal vez sean las tensiones al interior de este paradigma lo que nos permita entender, en un mediano y largo plazo, los sucesos vertiginosos de la realidad internacional.

(*) Lic. en Relaciones Internacionales


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