Año CXXXV
 Nº 49.609
Rosario,
domingo  22 de
septiembre de 2002
Min 8º
Máx 19º
 
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La sala central del museo Castagnino fue convertida en un laberinto transparente
El artista Mauro Machado hizo una intervención en el museo, que luego expondrá en dos espacios de Estados Unidos

Mauro Machado vuelve a sorprender. Su producción artística parece tomar otra dirección y sin embargo todo se presenta tan lógico, aunque el azar sigue ocupando un lugar central en su obra. Fotografías de colonias de hongos, un laberinto vidriado y "nenúfares" constituyen el planteo de la exposición que ocupa la sala central del Museo Castagnino (Pellegrini y Oroño) y que luego presentará en dos espacios de Estados Unidos.
Mirando hacia atrás, la primera sorpresa la dio cuando volvió de Francia en 1987 donde vivió dos años por haber ganado el prestigioso Premio Braque de Grabado 1985 -el más importante para los artistas jóvenes argentinos-. Es que a su regreso puso de manifiesto su desinterés por el grabado, la técnica que lo había llevado a un lugar central entre los artistas jóvenes por ese tiempo.
Desde entonces, el artista rosarino comenzó a pintar y muy pronto comenzó a trabajar con óxidos y sales -materiales extraartísticos-, para producir obras extrañas, cambiantes, que se modificaban con el tiempo, y donde el azar funcionó como otro motor creativo.
Su interés por la materia, lo llevó a nuevas investigaciones, en un retomar distinto de sus estudios y trabajo como físico, profesión que había decidido abandonar por el arte. Sin embargo, estos trabajos también incluyeron una serie de frustraciones, como la imposibilidad de fijar la maravillosa formación de una colonia de hongos o las dificultades de que algunos coleccionistas reconocieran la importancia de la variable temporal en sus trabajos, que cambiaban de colores por la temperatura y la humedad ambiente.
Pero lejos de quedarse en el juego entre ensayos, pruebas y errores, avanzó hacia la construcción de otros mecanismos, estudió la construcción de los sistemas biológicos y los tradujo a través de la computadora para construir obras que se plantearon como abstracciones y que, sin embargo, siempre remitían a algo vivo, que se está construyendo, de la misma manera que él fue concibiendo las distintas técnicas, la mayoría alejadas de las tradiciones.
En el Castagnino, Machado plantea en esta ocasión un pasaje. La muestra se inicia con una serie de fotografías de colonias de hongos, una manera de registrar el instante, de dar cuenta de lo que ya no existe. Estas obras están ubicadas en vertical, sobre una pared, y de allí el espectador debe introducirse en un laberinto transparente que destella con las luces en la noche y deja ver hacia los costados el conjunto de la colección clásica del museo. Finalmente, se ofrece un mundo de nenúfares sobre el suelo, simples, y a la vez estructurados. Pero no es la salida, sólo otro núcleo en la producción de un artista comprometido.



El montaje funciona como pasaje a la muestra de Machado.
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