Año CXXXV
 Nº 49.602
Rosario,
domingo  15 de
septiembre de 2002
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Análisis político
Sofismo menemista y personalismo adolfista

Jorge Sansó de la Madrid / La Capital

"Es tiempo de actuar de candidatos populistas". La frase del gobernador Carlos Reutemann admite múltiples interpretaciones. La primera es obvia. Surge del contexto mismo en que la dijo, sucedánea a otra negativa a refrendar siquiera una mínima posibilidad de una candidatura presidencial suya.
Importa, además de una diferenciación lisa y llana de otros dirigentes, la primera adjetivación que realiza sobre los candidatos ya postulados para aspirar a la Presidencia de la Nación. El Lole siempre se cuidó de apostrofar en cualquier sentido a unos y a otros, hasta ahora.
De hecho, ser populista no es un demérito personal para nadie. Pero difícilmente resulte una virtud en tiempos de inestabilidad institucional y recursos menguados hasta lo exasperante, de sacrificios sociales dolorosos e impaciencias ciudadanas hiperestimuladas.
Si Reutemann dice que no será candidato porque no es populista, no parece estar hablando precisamente de Elisa Carrió, a quien días pasados un peronista rosarino describía como la "Federico Klemm de la política", "por lo mucho y difícil que habla".
Está claro que existe una diferenciación entre populismo y popular que excede lo semántico. Carrió es popular. Se entienda más o menos lo que dice, es seguida por muchos argentinos. Ricardo López Murphy o Rodolfo Terragno podrán o no ser muy populares, pero no exhiben ninguno de los rasgos que podrían exhibirlos como populistas.
En primer término ninguno de ellos dice lo que la gente quiere oír. Tampoco lo hacen, es verdad, José Manuel De la Sota o Néstor Kirchner. En un país en el que el populismo sentó las bases del pensamiento mágico trasladado a la política y otorgó a la providencialidad de los liderazgos condiciones sobrehumanas.
No se puede deducir que el principal objetivo del gobernador haya sido pretender diferenciarse de otros que son populistas como él no lo es. Pero no se puede evitar contemplar que ese razonamiento está implícito en la formulación del mandatario.

Adoctrinamiento personalista
¿De quiénes se diferencia? Adolfo Rodríguez Saá es hoy para la imagen tradicional del populismo argentino, de matriz peronista, un populista hecho y derecho. El reciente escándalo en su provincia donde se promovía un concurso literario -que sólo su filtración a la prensa nacional lo frenó, porque de lo contrario seguiría desarrollándose- refleja el adoctrinamiento a los niños, destinado a exaltar la figura del Adolfo.
El crecimiento exponencial del candidato puntano en los medios de prensa no parece ser todavía proporcional, más allá de algunas encuestas que zigzaguean y todavía resultan del todo prematuras, a una adhesión masiva de los peronistas que lo acerque a un triunfo electoral en la interna de su partido o de la ciudadanía en general, a la que el concurso adolfista le cayó muy mal.
La exacerbación del personalismo es una postal del pasado argentino. En todo caso sería una más dentro de las mismas que la crisis está obligando a desempolvar, sin ganas, a los argentinos. Pero una cosa es que tengan que desempolvar por necesidad costumbres de supervivencia que creyeron superadas. Muy distintas son aquellas que importan un retroceso y, a la vez, son ociosas.
Rodríguez Saá fue el hombre que declaró a la Argentina en default y la enemistó con el mundo, que lejos está de haber terminado de decidir el escarmiento suficiente para este país del sur, entre otras cosas, porque no figura -como debería quedarnos claro a todos- entre las preocupaciones (mucho menos entre las prioridades) de los líderes mundiales.
Con el default, Rodríguez Saá actuó como Galtieri en la guerra de Malvinas. Como perfecto imbécil, si creyó que su decisión unilateral sería comprendida y respaldada. Quienes así piensan están a su vez convencidos de que por las mismas razones el ex gobernador de San Luis no podrá llegar a la presidencia de la Argentina. Porque sobrarán factores externos para impedírselo.

Menemistas presocráticos
Paradójicamente, ese eventual escenario no parecer favorecer a otros candidatos más moderados o racionales. ¿También pensó Reutemann en Carlos Menem al mencionar el turno de los populistas? \Si no lo hizo debería hacerlo. Aunque es impensable que el gobernador no conozca las cifras de algunas encuestas de su propio territorio que circulan por las oficinas de su gobierno y en las que el ex presidente comienza a aparecer con niveles de adhesión que, en algunos casos, se promedian en un 35 por ciento.
Carlos Menem se apresta a desembarcar en la provincia el 20 con un acto en el puente Rosario-Victoria para el cual se hallan trabajando febrilmente numerosos gremios, intendentes y presidentes comunales. Mientras, desde hace ya varios días las principales ciudades de la provincia han comenzado a ser empapeladas por una copiosa campaña de afiches en las que se hacen preguntas elementales, aunque del todo irracionales y extemporáneas. Tales como con quién se invertía en el país o con quién se accedía al crédito.
Estas apelaciones al razonamiento sofista la mayoría de las veces alejan de la verdad en lugar de acercar. Los sofistas fueron los filósofos griegos presocráticos que hicieron del razonamiento un ecuación acomodaticia cuyo resultado apareciera con el peso de una verdad incontrastable.
Los menemistas, al igual que aquellos pseudofilósofos, aplican sofismas. La ecuación funciona así: si con Menem estábamos mejor (había inversiones, créditos, precios accesibles, y demás) y con otros presidentes (De la Rúa, Rodríguez Saá, Duhalde) perdimos todo eso, la conclusión inexorable es que se necesita a Menem para recobrar lo que con los demás se ha perdido.
No estamos en condiciones de poner en dudas la eficacia promocional y marketinera de la inducción a este razonamiento lineal. Una persona que hoy va a comprar un litro de leche a un precio superior al que la compraba durante el gobierno de Menem tiene ante sí el hecho incontrastable que convertiría en verdad absoluta la resolución del sofisma menemista. Si no fuera un engaño canallesco o un mero populismo, como dice Reutemann.
Pensar que a los 40 años por más dietas y gimnasias masoquistas a las que nos sometamos e incluso para quienes se animan y pueden costear visitas al quirófano de los esteticistas, habremos de recuperar la lozanía, fortaleza y agilidad de los 20, es cuanto menos una ilusión. Algo parecido alienta la burda subliminalidad de la propaganda menemista: la utopía de volver a un Primer Mundo al que apenas hicimos un tour a precio costosísimo, mientras gobernó el riojano.
Los menemistas están tan desorientados, sobre todo en materia económica, como cualquiera de los técnicos que poseen los demás candidatos. El jueves, durante un almuerzo, en una quinta de Sauce Viejo dos economistas de Menem, Pablo Rojo y Rodolfo Frigeri, lograron sentar en la mesa a numerosos santafesinos, entre ellos algunos legisladores provinciales -senadores y diputados, y el ex presidente del PJ, Jorge Massat, entre otros- para explicarles que han desechado definitivamente la dolarización (no aclararon que nunca tuvieron la más mínima posibilidad de poner en práctica ese sistema que fracasó allí dónde se aplicó, como en Ecuador) pero prometieron una nueva convertibilidad.
La expresión convertibilidad será leitmotiv de la campaña menemista, ya que al parecer su contraposición con devaluación y la asociación que la gente realiza de esta última con los problemas económicos otorgan a la primera un aura mágica. Pero es el costo de la convertibilidad sumado al despilfarro de una década el que durante el gobierno de Menem hizo que se incrementara la deuda externa, se destruyera la industria nacional, se incrementara el desempleo y terminado el viaje al Primer Mundo en el que unos pocos se quedaron todos termináramos más pobres.
Por todas estas razones la gente está enojada con su clase dirigente, principalmente la política. De allí que propicie "que se vayan todos", ¿puede ser que Menem, aparte de que quiera, pueda volver? \Según Reutemann, ¿de qué populista será este tiempo? Ahora que prometió retornar a sus recorridas por el territorio provincial, volver a la calle como era su costumbre, retomar el contacto personalizado con sus gobernados -cosa que de hecho está haciendo- sería bueno que cualquier santafesino que se le acerque se lo pregunte.


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