Año CXXXV
 Nº 49.602
Rosario,
domingo  15 de
septiembre de 2002
Min 8º
Máx 16º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





El viaje del lector
Cañón de Talampaya y Valle de la Luna, bajo un cielo rojo anaranjado

Liliana Beatriz Morre de Masía / [email protected]

Cuando los primeros arreboles del intenso sol de la tierra riojana ensangrentaban el horizonte hacia el naciente, salimos desde la ciudad de Chilecito para disfrutar de un día que no avizorábamos sería tan intenso en conocimiento, emociones, aventuras y hasta un poco de cansancio placentero.
Iniciamos el tránsito por un tramo de esa ruta maravillosa que une de punta a punta al país, la Nº 40. A pocos kilómetros el camino fue tomando formas serpenteantes, los abismos abrieron su espaciocidad a la vera del camino y el sol -que ya dejaba ver sus primeros rayos y hacía sentir su tibio calorcito anunciador de un día subido en temperatura- fue descubriendo los telones de las sombras de la noche para desplegar lo más inimaginable en cuanto a la gama de colores emparentados con el rojo: anaranjados, carmesíes, corales, encarnados y morados.
Estábamos boquiabiertos admirando las bellezas de la famosa cuesta de Miranda. En varias oportunidades sentimos la necesidad de parar para entregarnos a la admiración y al diálogo con ese tipo de silencios que comunican tantas sensaciones.
Luego de unos cuantos kilómetros de deleite para la vista llegamos a un pequeño poblado, Puerto Alegre. Allí tuvimos que girar hacia la izquierda tomando un camino que conduce a otra pequeña localidad denominada Pagancillo. Este desvío es conveniente para no tener que llegar hasta Villa Unión, a fin de acortar unos kilómetros.
Con creciente ansiedad arribamos al cañón de Talampaya, creado en 1997 como parque nacional y declarado Patrimonio de la Humanidad. El acceso al parque se halla sobre la ruta Nº 76. El entorno natural de los alrededores es de una vegetación baja y raleada, compuesta por jarillas, jumes, retamos y algunos algarrobos.
Ya en el lugar tomamos un circuito en un vehículo 4x4 donde la guía, además tratarnos con amabilidad nos brindó los conocimientos imborrables. Eramos conscientes que estábamos ante uno de esos espectáculos majestuosos que nos regala la naturaleza.
El visitante que se encuentra frente al espectáculo que ofrece Talampaya se ve íntimamente movido a aceptar la presencia de un componente misterioso y de un especial atractivo que lo retrotrae en el tiempo.
Innumerables son las observaciones de petroglifos y diferentes grabados que han quedado como auténticos vestigios de los antepasados. Totalmente impactados por la experiencia realizada y luego de un refrigerio breve emprendimos otra vez el viaje, ahora retomando la ruta Nº 76 rumbo al Parque Provincial Ischigualasto, más conocido como Valle de la Luna, creado en 1977.
Al igual que el parque anterior, también fue declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco. En una pequeña localidad, Baldecitos, se encuentra a pocos kilómetros el acceso al área citada. Justo a pocos minutos posteriores a nuestra llegada se iniciaba una de las recorridas, guiadas por un vehículo del parque, al que se sucedieron los vehículos de los visitantes.
El trayecto total del recorrido es de 45 kilómetros, que se realizan a velocidad baja, con paradas en medio del trayecto, donde se ofrecen nutridas explicaciones, caminatas y variadas muestras de las sorpresivas formaciones del lugar. La fama de este parque radica en la gran cantidad de restos fósiles que yacen, condensados, desde el período Triásico de la era secundaria, hace unos 225 millones de años.
El lugar está dominado por cantidades de geoformas producidas por el desgaste de las rocas. Algunas adquieren formas sumamente caprichosas, habiéndome impactado notablemente el submarino, el hongo, la esfinge y la cancha de bochas.
Si uno se compenetra en los relatos del guía y en la grandiosidad y silencio del lugar, no dudará en que pueda aparecer en cualquier momento el famoso "Eoraptor lunensis", el dinosaurio depredador más antiguo que se conoce, cuyos restos fósiles se exponen en los Museos de Ciencias Naturales de La Plata y San Juan.
De este modo y con un día tan intenso, los arreboles se habían mudado hacia el poniente. Una vez más habíamos aprendido una nueva lección de la magnificencia y prodigiosidad arquitectónica de la naturaleza.


Notas relacionadas
¿Cómo participar?
Diario La Capital todos los derechos reservados