Año CXXXV
 Nº 49.581
Rosario,
domingo  25 de
agosto de 2002
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Malta: La Venus y los caballeros

Con vestigios de más de seis mil años de antigüedad, el archipiélago de Malta, en el mar Mediterráneo, fue moldeado por un grupo de tozudos caballeros que la ocuparon durante siglos. Eran los Caballeros de Rodas, quienes gobernaron Malta y sus islas cercanas -Gozo y Comino- hasta que llegó Napoleón.
Desde 1962, esta isla situada entre Sicilia y las costas de Africa del Norte pasó a ser un estado autónomo y miembro del Commonwealth, y en diciembre de 1974 se constituyó en República.
Su historia comenzó en 1530, cuando Phillippe Villiers, gran maestro de los Caballeros de Rodas, llegó a las rocosas y áridas costas maltesas, muy diferente a Rodas, de donde los había expulsado siete años atrás el sultán turco Solimano el Magnífico.
Pequeña, sin recursos naturales y poco poblada, Malta no parecía el lugar ideal para aquellos jóvenes, hijos de nobles europeos, que ni siquiera miraron los templos megalíticos dedicados a una misteriosa divinidad femenina: la Venus maltesa.
No se immutaron ante esos monumentos construidos con pétreos bloques cuadrados -que sin embargo forman estructuras curvilíneas- y que datan del 4.000 antes de Cristo, pero los impresionó la llegada a la isla del apóstol San Pablo, en el año 60 de la era cristiana, al naufragar la nave que lo llevaba prisionero a Roma.
Para estos caballeros que combatían en nombre de Cristo, la presencia del apóstol fue una predestinación: necesitaban una patria y se quedaron. Pero en 1565 unas doscientas naves turcas y 30 mil guerreros llegaron a Malta.
Los caballeros, apenas 700, estaban a las órdenes del Gran Maestro Jean de La Valette, y sólo contaban con 300 malteses y 5 mil mercenarios. La lucha finalizó con la llegada de un grupo de apoyo, que venía de Sicilia muy bien equipado, y que decidió a los turcos a replegarse tras la pérdida de 10 mil hombres.
La caída del fuerte Sant'Elmo decidió al Gran Maestro a construir una ciudad fortificada -la más segura de Europa-, que en su honor fue llamada La Valletta. Para ello convocó al arquitecto italiano Francesco Laparelli da Cortono, y la ciudad nació naturalmente aristocrática, condición que aún conserva.
Durante mucho tiempo los caballeros esperaron un nuevo ataque de los turcos, que en realidad se habían desentendido de esa isla habitada por fanáticos que vivían entre las rocas. El que sí llegó, dos siglos después, en 1798, fue Napoleón y su flota. Bonaparte conquistó la isla sin resistencia. Más aún, con la complicidad de miembros franceses de la orden que no se animaron a luchar contra su misma sangre. Y también porque los caballeros habían cambiado su filosofía de vida, olvidando el orden militar y volcándose hacia la diplomacia, el arte, la cultura y la política.
Napoleón, que había llegado sólo en busca de agua y alimentos, no disfrutó del triunfo, y desde su espíritu guerrero sentenció: "Malta tiene fortalezas formidables pero ninguna fuerza moral".
La dominación francesa fue muy breve, apenas dos años, pero luego llegaron los ingleses, que estuvieron allí hasta que Malta se constituyó en República el 13 de diciembre de 1974. En ese tiempo Malta surgió como un destino turístico muy especial.

Puerto natural
Para los europeos, Malta es un libro de historia viviente y también la isla que posee uno de los puertos naturales más grande y mejor protegido de la Tierra. Un país de la cuenca mediterránea que recibe amistosamente a los visitantes.
Sin duda, la alegría de los malteses nunca se enfrió por la flema inglesa. Entre mayo y septiembre son constantes los festivales en honor de los santos patronos, donde los fuegos artificiales acompañan a las procesiones.
Para los buceadores que merodean por las azules grutas mediterráneas, la isla de Malta es un paraíso. Y para los arqueólogos es el sitio en el que ven tambalear viejas teorías como la que afirma que las pirámides de Egipto son los monumentos arquitectónicos más antiguos de la tierra.
Según algunas investigaciones los templos megalíticos de Malta son de una antigüedad de 500 e incluso de 1.000 años más que las famosas pirámides de Giseh.
Y si todo eso no alcanza, están los deportes acuáticos y los platos de conejo -fenek, en maltés- que se acompañan con el crujiente pan de la isla, mientras el sol siempre brilla sobre las aguas de la bahía de Saint Julian's.



Malta posee uno de los más grandes puertos naturales.
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