Año CXXXV
 Nº 49.539
Rosario,
domingo  14 de
julio de 2002
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Primer Salón Diario La Capital en el Castagnino
El otro lado de la puerta
La obra premiada de Mauro Musante se propone como una máquina para soñar

Emilio R. Moya

Desde aquella impecable Máquina de Volar (actualmente emplazada en el Centro Interactivo Científico Fundación Eureka de Mendoza) hasta su actual obra premiada en el Primer Salón Diario La Capital, Mauro Musante ha demostrado ser un artista dotado de una sensibilidad especial y una vocación por la experimentación y la investigación.
Con una coherencia poco frecuente ha dedicado los últimos cinco años a la investigación de las relaciones entre arte y tecnología, obteniendo como reconocimiento a su labor las becas de la provincia de Santa Fe, en 2000, y la ex Intercampus en la Universidad Politécnica de Valencia para el estudio de la Interacción e Interferencias entre los Lenguajes Objetuales y los Media, en 2001. Durante ese período su producción plástica acompañó los cambios que se produjeron en su forma de aproximarse al objeto artístico, dando a luz una serie de obras en las que se patentiza la tensión creciente entre el "hacer" arte y el "pensar" lo tecnológico.
"Desde la Máquina de Volar -señala Musante-, en mi producción veía la necesidad de trabajar el movimiento real generalmente producido por el espectador. Me interesaba mucho el movimiento, la acción, la relación artista-espectador en el desarrollo de la acción".
La Máquina de Volar es una escultura con movimiento real que se activa con la participación del observador que, con su propia fuerza y los movimientos de brazos y piernas, agita alas y cola. Las uniones entre las partes de madera están hechas con tornillos pasantes con tuercas, embutidos y tapados con tarugos de madera que simulan ser los que efectúan la unión. Las alas se construyeron de hojas de palmeras peladas y entretela blanca teñida con té y cosida con hilo sisal. El resto de la máquina es de maderas viejas, excepto el juego de palanca que mueve la cola, que se realizó en maderas nuevas y seleccionadas, teñidas con betún negro, para que el mecanismo pueda funcionar. La obra presentaba además una marcada analogía con los prototipos desarrollados por Leonardo Da Vinci, quien en los inicios de la Modernidad sintetizó como nadie la experimentación tecnológica y la indagación artística, en su afán por conocer y comprender los mecanismos que posibilitan la vida y mueven el mundo.

El antes y el después
Para Musante, "existe un antes y un después de la Máquina de Volar. La Máquina fue presentada en plazas y salones, teniendo gran aceptación. Mi pregunta en esa época era: ¿qué tenía esa máquina que fascinaba y movilizaba tanto a la gente?".
La respuesta no era sencilla y probablemente el impacto que esta obra había producido condicionó durante algunos años la producción de su autor que estaba en la disyuntiva de seguir con la temática del vuelo o comenzar con una propuesta nueva. "Pensaba -recuerda- que ya hacía mucho tiempo que venía insistiendo sobre la misma problemática y aunque las obras concluidas no fueron muchas los proyectos y bocetos sí lo eran. Si seguía trabajando con la máquina seguía repitiendo diferentes conceptos pero con la misma poética, el movimiento mecánico. El panorama se me seguía cerrando, no encontraba motivación en mi producción, ya que salían nuevas máquinas que se quedaban en el papel, porque no me interesaba construirlas".
Así, a mediados de 2001 se produce un cambio en la temática de la obra de Musante y se inicia un proceso que desembocará en la obra que obtuvo el primer premio del Salón Diario La Capital y actualmente se exhibe en el Museo Castagnino. Una obra en la que el mecanismo y el movimiento dejan de ser hechos explícitos para transformarse en un desafío a la imaginación del espectador.
Todos sabemos lo que es una puerta, porque las empleamos cada día de nuestra vida, casi sin pensar en ellas. Entramos por una puerta, luego salimos por ella. Se nos cierran o se nos abren puertas cada día. Y el significado de esas puertas ha sido un tema que preocupa al hombre desde la antigüedad.
En la Biblia encontramos varias referencias a puertas. Por ejemplo, cuando Noé y su familia hubieron entrado en el arca, Dios cerró la puerta (Génesis. 7:16). Esto aseguró la salvación de los que habían entrado, cuando el mundo de aquel entonces pereció en el diluvio.
En Apocalipsis 3:20 Jesucristo dice: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo".

Un llamado
En un sentido análogo la obra expuesta busca que voluntariamente abramos un mundo de significaciones. Nos busca y nos llama, pero tenemos que responder, y esta respuesta de nuestra sensibilidad aparece como el abrir una puerta, lo cual es algo que todos sabemos hacer. Abrir la puerta es creer, es confiar, es aceptar que hay algo detrás de esa puerta. Es quitar la barrera que impide nuestra entrada.
El mecanismo y el movimiento están implícitos pero la puerta entreabierta no admite el abordaje material. No es posible abrirla con las manos. Se encuentra aparentemente inmóvil, fijada a la pared de la sala. Será necesario primero negarle su realidad de puerta para que pueda emerger como obra de arte. La puerta debe dejar de ser una barrera para transformarse en una apertura de sentidos. Emerge así el azul de un cielo venturoso tal cual se nos había prometido. Emerge también el blanco desde cada rincón de la sala para bordear el azul estrechándolo en un abrazo entrañable. Así se instala un escenario donde es posible pensar desde ese lugar que nos reúne e identifica. La bandera no es pensada como símbolo, ni como estandarte, ni como emblema. La bandera es ese espacio que se nos abre para reencontrarnos con nuestros sueños y con nuestro destino.
No se trata de una artefacto meramente técnico sino de una máquina para soñar: frente a tantas puertas que hoy parecen cerrarse para nosotros y para nuestros sueños, esta puerta nos recuerda que aún es posible confiar en los sueños y que son esos sueños, los que nos aguardan al otro lado de la puerta.



Hay que confiar que hay algo detrás, concluye el autor. (Foto: Angel Amaya)
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