Año CXXXV
 Nº 49.539
Rosario,
domingo  14 de
julio de 2002
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Historias de siglo y medio
Masones rosarinos, silenciosos artesanos del libre pensamiento

Jorge Benazar

Una vez por semana, cuando la hora que los junta es más discreta, los libres y aceptados masones rosarinos embocan la entrada de Laprida 1027 y trajinan el pasillo interminable que los lleva hasta la casa, hasta sus letras, hasta su lámpara. En tres logias hermanas, unos 150 hombres unidos en libertad, igualdad y fraternidad bajo el lema de la ciencia, la justicia y el trabajo, sostienen en Rosario los antiguos ritos y las faenas filosóficas de la masonería.
En la historia del virreinato del Río de la Plata la primera referencia es de 1804, cuando el portugués Juan Silva Cordeiro fundó en Buenos Aires la logia San Juan de Jerusalén de la Felicidad de Esta Parte de América. Hacia 1810, Julián Alvarez presidía otro grupo de masones porteños; muchos de ellos se sumarían más tarde a la logia Lautaro que formaron Carlos María de Alvear, José Francisco de San Martín, José Matías Zapiola y Eduardo Kannitz apenas llegados de Europa.
El 11 de diciembre de 1857, siete de los talleres masónicos de Buenos Aires se unieron en la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones. Por 1859 funcionaban en Rosario las logias Fraternidad y Bien Social, ésta con la presidencia del general Juan Pablo López, hermano del brigadier Estanislao López. Un año después "levantó columnas" la logia Unión. Tiempos en que los masones Bartolomé Mitre y Justo José de Urquiza saldaban en Cepeda y en Pavón, a sangre y fuego, las disputas entre el puerto de Buenos Aires y la Confederación Argentina.
El siglo XX arrancó con la fundación de la logia General San Martín Número 186, en San Lorenzo, taller que luego se trasladó a Rosario y que, junto con la Unión Libertad Número 275 y la Unión Número 17 -decana en Santa Fe- funciona hasta hoy en el viejo templo de la calle Laprida.
Con la inmigración europea masiva, muchos hombres inquietos y sensibles encontraron en la masonería el ámbito de reflexión que buscaban para desarrollar y aplicar sus ideas progresistas. Los nombres de algunas logias que se abrieron entre 1892 y 1945 parecen revelar tendencias a veces contrapuestas: La Luz, Obreros Unidos, Unión Liberal, Belgrano, Aurora, Perseverancia, Reforma, Obreros Liberales, Labor, Bernardino Rivadavia, Renovación, José Ingenieros.
Albañiles del Gran Arquitecto del Universo, los masones rosarinos se destacaron por su práctica de la solidaridad y su compromiso social: entre 1860 y 1870, la logia Unión se ocupó de rescatar cautivos de los malones que caían sobre el sur santafesino y de asistir a los enfermos durante la epidemia de cólera de 1867. El templo de calle Laprida fue hospital de sangre en la revolución que, en 1893 y desde Rosario, lideró el radical y masón Leandro Nicéforo Alem contra el presidente liberal y también masón Miguel Juárez Celman.
En su libro Bicentenario de la Revolución Francesa (edición de la Comisión Rosarina del Bicentenario, 1989), Lelio Pugliani subraya algunas contribuciones que los masones locales hicieron al progreso de la región. Las logias locales estudiaron, planificaron y operaron a favor de la inmigración, de la explotación racional de los recursos, de la integración de capitales con los métodos modernos de producción y de la educación universal y obligatoria.
Muchos masones, apenados o asustados por los graves conflictos laborales que atravesaba la sociedad rosarina de comienzos del siglo XX, se ocuparon de atenuar sus consecuencias con acciones de ayuda solidaria. También hubo logias que apoyaron la Reforma Universitaria de 1918 y aseguraron que la constitución provincial de 1921 tuviera la orientación liberal y progresista que se plasmó en su texto.
Entre muchos otros masones notorios, Aarón Castellanos, Zenón Pereyra y Lisandro Paganini trabajaron en el desarrollo de colonias agrícolas; Tiburcio Benegas y Melquíades Salvá, en la integración de capitales con destino al crédito; Francisco Henzi, Benjamín Tamburini, Luis Pinasco y Luis Rosenthal fueron masones que empujaron la industria y el comercio. En la educación popular se destacaron Isidro Alliau, pedagogo español; Tesandro Santa Ana, Francisco Monguillot, Pedro Rueda y el periodista y educador Eudoro Díaz, rector del Colegio Nacional I. Desiderio Rosas fundó la primera biblioteca pública; Luis Lamas, la primera escuela industrial, y Elías Fernández de la Puente, la Escuela Normal II.
Lisandro de la Torre, Nicasio Oroño -gobernador que impulsó la ley de matrimonio civil y la secularización de los cementerios- y Ovidio Lagos también trabajaron en logias masónicas, lo mismo que el inglés Williams Wheelwright, administrador del Ferrocarril Central Argentino, y su compatriota Isaac Newell, educador y patriarca del club de fútbol del Parque de la Independencia.
Por estos días, la logia General San Martín Número 186 se prepara para honrar al Libertador el próximo 17 de agosto. Vendrá Jorge Alejandro Vallejos, Gran Maestre de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones; habrá reunión abierta al público en el templo de calle Laprida, y un acto de homenaje en el Salón de las Banderas de América. Tal vez no sea inoportuno recordar a don José en estos días aciagos, barruntan los libres y aceptados masones rosarinos que, una vez por semana, cuando la noche que los junta es más discreta, trajinan el pasillo interminable que los lleva hasta la casa, hasta sus letras, hasta su lámpara.



En el templo de Laprida 1027 se congrega la masonería.
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