Año CXXXV
 Nº 49.533
Rosario,
lunes  08 de
julio de 2002
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El músico habla de sus dos discos compactos recién editados
Tom Waits: "A veces sueño con tirar un piano de la azotea y grabarlo al caer"
Para el californiano, "Alice" trata de obsesiones y sueños, y "Blood Money" está muy pegado al mundo real

Juan Manuel Bellver

Contradiciendo el título de uno de sus viejos discos, «Los años salvajes de Frank», el cantautor americano más inclasificable, esquivo y genial vive en su refugio campestre californiano de Santa Rosa una gloriosa madurez retirado de la bebida, felizmente casado y con siete hijos. Tras un largo silencio, editó simultáneamente dos nuevos y asombrosos trabajos: "Alice" y "Blood Money".
Sesenta kilómetros al norte de la Bahía de San Francisco, Santa Rosa es un poblachón surgido durante la fiebre del oro que ha crecido paralelo a la prosperidad agrícola del valle de Sonoma. En un destino habitual de parejitas y aficionados al vino, Tom Waits encontró su hogar tras media vida de existencia bohemia en moteles de Los Angeles o Nueva York. A los 52 años, el beatnik redimido vive felizmente casado desde hace más de dos décadas con la escritora y guionista Kathleen Brennan, madre de sus ¡siete hijos!, coautora de todas sus nuevas canciones e indudable inspiradora de esta metamorfosis. «Si no fuera por ella yo quizá ya no estaría aquí», confiesa él. Nueve años sin beber son un buen récord para el cronista oficial de los amaneceres resacosos y el naufragio existencial. Un autor que, como esos orgullosos perdedores que pueblan sus discos, fue siempre a contracorriente durante tres décadas de carrera casi irreprochable.
-¿Por qué dos discos y por qué a la vez?
-Tenía todo escrito, empecé a grabar y salieron 30 canciones. Podría haber lanzado un CD doble, pero son rollos muy diferentes. Además, así no estás obligado a comprar los dos.
-¿Ha quedado algo fuera?
-Eso ocurre siempre. Son canciones huérfanas que nadie quiere adoptar. Cualquier día hago un álbum con todas ellas. Lo llamaría "Huérfanos".
-"Alice" y "Blood Money" recogen material escrito en los 90 para montajes teatrales de Robert Wilson sobre "Alicia en el país de las maravillas" y el "Woyzeck" de Georg Buchner. ¿Hay que conocer las obras?
-No. Los discos son como películas para los oídos, contenedores de información emocional. Poseen su propia lógica y no necesitan una historia detrás.
-"Alice" tiene algo de cuento onírico y "Blood Money" resulta muy crudo y urbano...
-Uno es pollo, otro es pescado. En serio, en "Blood Money" enfrento la decencia a la locura con un final de muerte. Está muy pegado al mundo real. Mientras que "Alice" trata de obsesiones y desórdenes emocionales. Es como tomarse una pastilla y soñar.
-¿Es verdad que para hacer la mezcla definitiva de un álbum pruebas el máster en la radio vieja de tu coche?
-¡Oh, sí! El coche me parece ideal para escuchar música. Uno puede fijarse en los sonidos raros y los detalles.
-En tus discos te gustan añadir ruidos externos. El anterior, "Mule Variations" (1999), parecía grabado en el jardín con niños, gallinas, aviones... ¿Por qué?
-Es algo que me fascina. Me gusta la melodía, pero también la disonancia. Por eso empecé a llevar instrumentos raros al estudio. A veces sueño con tirar un piano desde una azotea y grabarlo al caer. El maestro en eso fue Harry Parch, un vagabundo que fabricaba instrumentos con objetos de la calle y que llegó a inventar su propio sistema de anotación musical.
-En "Alice" y "Blood Money" suena de todo: sintetizadores de válvulas, aparatos de ondas como el Theremin, marimbas, percusiones caseras... ¿Cuál es tu favorito?
-El pump organ, sin duda. Es un órgano previo a la era de la electricidad, que funcionaba con pedales y un fuelle... Sonaba muy misterioso: ¡ññiiii-hhhaaa-ñññi! Es como un acordeón sentado. Tengo 10 o 12 en casa. Me gustan esas cosas viejas...
-¿Y la gente?
-También. Cuanto más vieja, más interesante, como los coches o el vino.
-Ahora vives en un valle muy vinícola...
-Pero no bebo ni una gota. Creo que ya he bebido suficiente y es un placer estar sobrio. No más dolores de cabeza, resacas, despertarse entre basura... Adiós. Fin.
-Tus nuevas canciones están firmadas a medias con tu esposa. ¿Por qué?
-Bueno, es una especie de compenetración doméstica. Kathleen y yo nos conocimos en el circo, hace mucho. Somos grandes aficionados. Incluso pertenecemos al Circus Fans of America. El circo me atrae por su aspecto romántico, nostálgico y bizarro.
-Nunca se te vio en una foto con tu mujer...
-A ella no le gusta la popularidad, prefiere ser un enigma, un misterio. Y yo la protejo. Ahora está pescando, le encanta.
-¿Cómo escribís en pareja?
-Tú lavas, yo seco... Cuando encuentras la manera de compenetrarte en un aspecto, te compenetras en todo. Si hemos sido capaces de educar siete niños...
-Muchas de tus canciones retratan a freaks entrañables dignos de un filme de los Coen. ¿Siempre estás retratando el lado oscuro del sueño americano?
-Más bien el lado grotesco. Yo me he sentido toda la vida un outsider y aún me veo así. Es algo que va con uno y no tiene ninguna gracia. Es verdad que las vidas de los vagabundos me fascinan, parece como si tuvieran secretos que nadie más sabe.
-¿Cómo te suenan ahora tus viejos discos?
-Me gusta casi todo lo que he hecho desde "Swordfishtrombones" (1983). La mayoría de lo anterior es insoportable: arreglos convencionales y voz forzada. Por eso ahora hago de productor yo mismo.



"Creo que ya bebí suficiente", confiesa Waits.
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