Año CXXXV
 Nº 49.532
Rosario,
domingo  07 de
julio de 2002
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Tucumán: Un lugar de paz y silencio
Artesanías, costumbres y bailes, en la Fiesta Nacional de la Feria en Simoca

Corina Canale

Con las primeras luces del alba la centenaria feria de Simoca, en quechua "lugar de paz y silencio", se va poblando de productores que traen animales, frutas y verduras. Desde muy temprano el mate amargo circula de un puesto al otro, mientras comienzan a llegar los visitantes del sábado.
Con la puntualidad de los ritos sagrados, en la pequeña ciudad de Tucumán se instala una feria que cada vez está más cerca del trueque que de las ventas. La misma feria que nació allá por el siglo XVI, y que por algún misterioso designio se detuvo en el tiempo y se arraigó en la costumbre de los paisanos.
Pasaron muchísimos años hasta que en 1981 se creó la Fiesta Nacional de la Feria de Simoca, proyectada al país y el mundo, que se realiza entre julio y agosto. Funciona donde estuvo la capilla que construyeron los jesuitas para iniciar a las familias nativas en la fe cristiana y la costumbre de la misa.
Y fue en aquellas ocasiones, cuando se vestían de domingo para el santo oficio, que hombres y mujeres comenzaron a intercambiar los productos que cosechaban y elaboraban. Un intercambio primario que los frailes apoyaron y que se intensificó durante el siglo XVIII, a la sombra de los frondosos pacarás.
En los últimos años las familias productoras llegaban a la feria en tractores, pero ahora que la crisis encareció todo, y también el gasoil, volvieron al tradicional sulky, el vehículo que parece frágil y no lo es, que con su andar cansimo y su rítmico traqueteo desafía al progreso y conserva una vieja tradición.
Por las calles de Simoca, Capital Nacional del Sulky, se desplazaban hasta hace un par de años, en los días de la feria, más de dos mil. Ahora no son más de 700 los que le confieren a este lugar un toque distinto, especial.
Los construyen, con dedicación absoluta, tres familias de artesanos: los Lescano, los Torrejón y los Naranjo. El sulky de Simoca, en quechua "solitario", tiene grandes ruedas de goma, como las bicicletas, y tantos colores como dibujos fileteados.
Daniel Fernández, el director de Turismo de esta ciudad que se fundó en 1613, camina entre los puestos saludando a todo el mundo. Muy convencido, afirma que "este año vamos a duplicar los visitantes y los ingresos, porque muchos de los acorralados descubrieron que el norte es la gran alternativa".
En la temporada alta, desde la Semana Santa hasta octubre, se instalan entre 170 y 400 puestos, éstos últimos en julio, que es el mes de mayor afluencia turística. Lo cierto es que cada sábado pasan por la feria más antigua del país unos 5 mil visitantes. El predio es un micromundo donde se venden desde unguentos para todos los males hasta juguetes, y donde las feriantes, ataviadas con delantales blancos, ofrecen tortillas humeantes.
Ninguna de las tradicionales comidas tucumanas falta en los puestos de Simoca. La historia cuenta que hace trescientos años, próceres, ejércitos y viajeros ya saciaban allí hambre y sed, y que los gauchos usaban esa posta para el descanso de sus caballos.
Simoca es para los nativos un lugar muy tranquilo durante la semana, pero el sábado, como si algún espíritu travieso liberara duendes festivos, se transforma para recibir a los turistas y a los paisanos.
Llegar a la feria un sábado es avanzar hacia el pasado y ver a las mujeres tejiendo mantas con lana de oveja, que ellas mismas hilan y tiñen, y a los hombres armando cigarros de chala.
Es un lugar donde están muy vigentes las tradiciones, las costumbres ancestrales, la música y el baile. En los puestos se encuentra de todo, desde ropa rústica y artesanías hasta trabajos en cuero y paquetitos de hierbas aromáticas.
Y también chanchos, gallinas y cabritos que se venden sin pesar, usando la vieja fórmula "del bulto", que calcula a ojo el peso del animal.
A pesar de todo, Fernández afirma que "aún no tenemos buena rentabilidad económica porque este turista está de paso" y dice que los ingresos para la gente de la región provienen solamente de la venta de comidas.
Mientras tanto, en la pequeña ciudad tucumana ya se está preparando la próxima Fiesta Nacional de la Feria, que comenzará el próximo sábado. "Estamos convencidos que tenemos que apostar a la promoción", dice el funcionario, refiriéndose a la participación de Simoca en encuentros turísticos a nivel nacional.
La feria simoqueña, un espectáculo que atrapa al viajero por su colorido y autenticidad; un lugar para compartir lo que ellos llaman el generoso vino de la amistad. (Télam).



El folclore es un invitado sin faltas en la fiesta de Simoca.
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