Año CXXXV
 Nº 49.518
Rosario,
domingo  23 de
junio de 2002
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Hace 20 años fueron sinónimo de progreso, hoy resisten el deterioro
La odisea de vivir en un Fonavi
Unas 90 mil personas conviven en estos complejos con la inseguridad y la falta de matenimiento

Daniel Leñini / La Capital

"¿Cómo se vive en el Fonavi? No se vive; se resiste", dice Ramón Salto. El hombre les resta sentido trágico a los acontecimientos y relata que llegó al barrio de Parque Oeste tras la inundación que arrasó Empalme Graneros y que "a nosotros nos llevó casi todo: cocina, heladera, camas, roperos, garrafas. Pero si pudiera regresar al barrio no lo dudo, volvería enseguida".
La conclusión de Salto, en la esquina de Rouillón y Cerrito, abona la insistente paradoja según la cual quienes luchan por entrar al Fonavi luego lo hacen por salir: "Se vive muy amontonado -dice-. Y a la noche se escucha todo, porque los ladrillos son huecos. Si un vecino organiza una fiesta en su casa seguro que vos, desde la tuya, sos un invitado más. No dormís en toda la noche".
Un grupo de vecinos cruza Rouillón hacia el oeste donde se abre un amplio parque, en lo que fue la antigua quinta Luciani. "Este es el pulmón del barrio", dice Gabriela Arrieta, madre soltera, "y a la noche se cruzan algunos pibes; si no, nos voltearía el olor de la marihuana".
La descripción de la vida en algunos Fonavi, se nota, requiere de expresiones y términos no incluidos en el vocabulario de 15 años atrás. La caída de la calidad de vida ha sido profunda y múltiples postales dieron cuenta de este deterioro en una recorrida de La Capital por los complejos más populosos: coches abandonados, torres de 10 pisos con ascensores fuera de uso, ropa tendida en la veredas, humedad en las paredes que termina volteando los revoques, perros escarbando la basura y descuido en los palieres, jardines y espacios comunes.
De 80 mil a 100 mil personas viven en los Fonavi de Rosario, la mitad de la población de una provincia como Santa Cruz. Las torres levantadas más de 20 años atrás fueron reemplazadas, primero, por las tiras de tres pisos, y luego por las casitas individuales con patio como las últimas que se construyeron.
 

Antes, un barrio obrero
"El fin de semana pasado hubo 12 robos en el barrio", cuenta Abel Acosta mientras espera el paso del 115 en el barrio metalúrgico 7 de Septiembre (zona oeste). "Se llevaron televisores, bicicletas, ropa. No se puede dejar el departamento solo", razona y recuerda que en alguna oportunidad los chorros llegaron hasta la puerta de sus familiares.
¿Le gustaría mudarse?, se le pregunta. "No, porque nací muy pobre y viví peor. Como muchos vecinos, ya me acostumbré a las cloacas tapadas y a las calles rotas. Lo que pasa es que la mitad de la gente está desocupada", justifica Abel, empleado de una empresa de cartelería, a la par que aconseja: "No se alejen del auto".
En Grandoli y Gutiérrez, zona sur, Mónica Mansilla colabora en la administración de una parte de las ocho torres de 10 pisos, algunas de las cuales quedaron sin ascensor. "Es que los vecinos hace cuatro o cinco años no pudieron pagar más la boleta común de la luz, unos 10 pesos por familia. En otras torres se optó por dejar un foquito por piso en vez de dos".
La humedad, se nota de afuera, corre vertical de un piso a otro sobre la línea de los lavaderos. "Es que los caños de plomo se fueron rajando; hay quienes pudieron cambiarlos por hidrobronz pero la mayoría no", dice Mónica. "Ex empleados de la construcción, trabajadores de supermercados y metalúrgicas que llegaron a estar muy bien económicamente, hoy lamentablemente no llegan a veces a los dos pesos que pedimos para desagotar el pozo ciego. Es terrible lo que nos ha pasado a todos. Pero la solidaridad y comprensión que hay en los Fonavi no se encuentra en otras partes", concluye.
En las torres de Grandoli no se respira el miedo que sí existe en otra punta de la ciudad: el Fonavi de bulevar Seguí al 5600. Maestras y profesores de la escuela Nº 1.276 Lola Mora sorprenden al relatar que los propios ladrones que les arrebatan las carteras vuelven luego a pedirles rescate para devolver los documentos.
Panorama impensable décadas atrás, las docentes se explayan y distendidamente hablan de detenidos que salieron de la cárcel de Coronda y que ahora "vienen todas las noches al comedor de la escuela nocturna".
"No se sorprenda", recomienda una: "A los vendedores de droga del barrio los conocemos a todos; hasta intercambiamos saludos".
A los pocos minutos que la La Capital comenzó a recorrer el complejo de Parque Oeste se presentó un joven, de civil pero a la sazón suboficial de policía. "¿Usted vino con aquel fotógrafo?", preguntó a este cronista. "¿No ve que altera a las madres enfocándole a los pibes? Queremos saber quiénes son". Otra señal de cómo se pasan los días en los Fonavi: todo el mundo con la guardia alta.



El hacinamiento, la humedad y las cañerías rotas abundan. (Foto: Sergio Toriggino)
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