Año CXXXV
 Nº 49.476
Rosario,
domingo  12 de
mayo de 2002
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Chirac ganó, pero Francia busca otra relación con sus representantes políticos
El abrumador triunfo sobre Le Pen no oculta el descontento general con los partidos tradicionales

Peter Avis / The Observer

París. -"Uf", proclamó en su título de primera plana el diario Liberation, el lunes siguiente al ballottage en el que la extrema derecha resultó netamente derrotada. "Uf", comentó Pierrot, patrón de nuestro restaurant favorito en Francia, ese mismo día. Una palabra corta, compleja, que indica "Gracias a Dios estamos a salvo, pero fue una lucha muy reñida".
De hecho, la reelección de Jacques Chirac, quien logró el récord del 82% de votos en la segunda vuelta, era algo que casi todos deseaban. Pero su decisiva victoria sobre Jean Marie Le Pen, padrino del racista y ultraderechista Frente Nacional, también dejó al país en estado confusional.
La dura verdad es que el triunfo de Chirac no se debe ni a su personalidad ni a su partido, un agrupamiento de fuerzas de derecha con intenciones de desmontar gran parte de la legislación social creada bajo el infortunado gobierno de izquierda de los últimos cinco años. Chirac ganó solamente un 19% de votos (5,7millones) en el primer turno del 21 de abril, cuando el premier socialista Lionel Jospin fue eliminado por poco por Le Pen.
Su escore electoral se infló hasta 25,5 millones el 5 de mayo por los millones de votantes de izquierda anti Le Pen, quienes en ninguna otra circunstancia hubieran apoyado a Chirac. El mismo presidente reconoció esta realidad en las declaraciones de la noche de su reelección, diciendo que Francia había votado para "defender los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad", antes que para apoyar su programa de gobierno. Esto es ciertamente lo que ocurrió.
Pero el resultado no promete días serenos. Aunque humillado por la enorme diferencia en el ballottage, Le Pen sin embargo logró un total de 5,5 millones de votos, el mejor resultado de la historia de la extrema derecha.
Ese apoyo indica el rechazo persistente de los partidos tradicionales, sea en la izquierda como en la derecha, por comunidades enteras que se han convertido en totalmente ajenas al proceso político.
El mes próximo Le Pen intentará manipular a sus votantes -especialmente sobre la costa mediterránea, en Alsacia y en las ciudades del Canal, en el lejano norte francés, zonas donde reside su mayor apoyo- para complicar a los candidatos de Chirac en las elecciones parlamentarias el 9 y 16 de junio. Le Pen es un aguafiestas que vería con gusto a una Francia ingobernable antes que bajo el dominio de su archienemigo Chirac.

¿Y la izquierda?
¿Y dónde está la desmoralizada izquierda en todo esto? Huérfana por la salida repentina de la vida política de Lionel Jospin, el Partido Socialista se presentó con un nuevo programa, diseñado para ser más del gusto de los electores de la clase obrera que votaron por partidos de extrema izquierda o que permanecieron en su casa el 21 de abril.
Al mismo tiempo, los partidos de la "izquierda plural" -socialistas, comunistas, verdes y radicales de izquierda que formaron el último gobierno- están tratando desesperadamente de lograr un acuerdo electoral que salve su representación parlamentaria.
Chirac, como siempre un operador despierto (con 69 años de edad, ha estado en este juego por más de 40) ha intentado dar a su causa un "look" más apropiado, designando a un primer ministro "blando" que tiene en cuenta a las provincias, Jean Pierre Raffarin, quien tiene la tarea de ejecutar desde el gobierno las instrucciones de su patrón.
Esas instrucciones son crear rápidamente (por decreto) un sistema policial para combatir el crimen y concretar la promesa de disminuir sustancialmente los impuestos a la renta si la derecha gana la mayoría parlamentaria el próximo mes.
Así pues, en estos aspectos al menos, la política en Francia está como ya la conocíamos. Pero todas estas maniobras -en la izquierda y la derecha- no pueden dar una respuesta significativa a la fractura profunda en la sociedad francesa que fue revelada por estas elecciones presidenciales.
Como Ignacio Ramonet escribió en Le Monde Diplomatique de este mes: "Lo que se derrumbó el 21 de abril fue una confortable certeza: que mientras todo cambiaba en el mundo nada necesitó ser cambiado en el paisaje político francés. Dos viejos partidos -el gaullista y el socialista- podrían continuar compartiendo poder pacíficamente como lo habían hecho por 30 años".
"Pero estas dos fuerzas políticas, como todos podían detectar, se agotaron, su misión histórica parecía haber terminado. Dieron la impresión, cada una a su propia manera, de haberse roto, con estructuras que colapsan, sin programas reales o doctrinas, privados de brújula y faltos de una identidad". El análisis de Ramonet es cruel.
Pero dice con exactitud que los viejos partidos no han podido conectar con millones de personas que son golpeadas por las realidades de la sociedad post-industrial: los desempleados a largo plazo, la juventud sin objetivos, a los que se condena a la pobreza en un país rico.

Socialistas de clase alta
Hombre de izquierda, Ramonet precisa que pocos de los líderes del Partido Socialista han surgido de los sectores más desvalidos de la sociedad que intentan representar, y que muchos de ellos pagan el impuesto a la renta del grupo de ingresos superior. Habría podido agregar además la singularidad -vista por alguno como obscena- de que Robert Hue, el candidato presidencial comunista que logró apenas el 3,4% del voto, usó un avión privado para viajar a través de Francia durante la campaña.
Francia dijo "no" a la vieja política en los dos turnos de la campaña presidencial. Está aún por verse cómo hacen los políticos del viejo estilo para mantener alejado este perturbador mensaje.



(Ilustración: Gabriel Ippóliti)
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