Año CXXXV
 Nº 49.476
Rosario,
domingo  12 de
mayo de 2002
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Análisis: Un equilibrista que camina sin red

Mauricio Maronna / La Capital

El presidente Eduardo Duhalde hace equilibrio sobre una delgada soga, cada día a punto de cortarse. Abajo, solamente está el vacío.
La Cámara alta, pomposamente llamada luego de las elecciones "el nuevo Senado", exhumó el jueves entre gallos y medianoche los peores vicios de una institución corroída por el descrédito y las sospechas, los diputados (no solamente Pino Solanas) fueron actores de reparto de una pésima película, entre apretadas, roscas interminables y actitudes payasescas. Recorrer la zona bancaria de Rosario o Buenos Aires es encaminarse hacia un paseo por el infierno: las fachadas de los bancos, con tanta amenaza de "bombas, goteo de sangre y ley del talión", parecerían una obra surrealista en cualquier país normal. Pero esto sí que es Argentina.
En medio del desolador camino, Duhalde parece, a veces, un despistado conductor suicida. Las oscilaciones anímicas del jefe del Estado son más que un botón de muestra. No hace demasiado tiempo anunció que el 9 de julio se festejará el fin de la recesión y el viernes (deprimido y con la comisura de sus labios tan hacia abajo como las perspectivas económicas) le dio la razón a Luis Barrionuevo, cuando dijo: "Duhalde está más solo que Pinochet en el Día del Amigo". Todo esto confirma una tendencia: la supervivencia de este gobierno no depende de la voluntad del presidente sino del curso de los acontecimientos.
Ahora bien: ¿quién está en condiciones de gobernar este desquiciado país si Duhalde se cae? ¿Cuál es el proyecto alternativo que ofrecen los gobernadores peronistas presidenciables o Elisa Carrió? Luis Zamora (con altos índices de intención de voto entre los pocos que dicen que sufragarían por alguien) ya dijo cuál será su plan de acción si llega a la Rosada: "Hay que echar a patadas al FMI, reestatizar la banca y las empresas trasnacionales", asustó el diputado trotskista. "Eso es una locura, propia de un trastornado, la gente se espantará por ese mamarracho", lo salieron a cruzar desde el PJ, la UCR y el mismísimo ARI.
Puede ser verdad, pero todos deberían entender que la realidad argentina ya es de por sí un mamarracho impresentable, y el sentido común un valor tan en extinción como lo poco que queda de la clase media.
Duhalde está haciendo todo mal como para pretender erigirse en el presidente de la transición, pero no hay nada que augure que, elecciones anticipadas mediante, la Argentina empiece a levantar vuelo.
Aunque suene repetido y urticante para muchos dirigentes, la única verdad sigue siendo la realidad. Esa realidad que indica que la inmensa mayoría de diputados, senadores, empresarios, concejales, gobernadores, jueces e intendentes (y sigue la lista) deberán esforzarse hasta el extremo para que el país no termine de desintegrarse. Y después emprender la retirada de la actividad pública.
Para los pocos dirigentes que queden en pie la tarea no será sencilla: deberán ser los encargados de renovar (seriamente y no con palabras vacías de contenido) los cuadros partidarios y abrir las ventanas de las instituciones, de las que hoy sale un vaho fétido.
Argentina está de rodillas como nunca ante los organismos de crédito internacionales. "Por mucho menos de lo que nos dijeron, en los 70 y en los 80 les movilizábamos a un millón de personas y les quemábamos la embajada norteamericana. Pero hoy no podemos mover ni a un aparatito Rasti", se sinceró con brutalidad un legislador santafesino.
Hay un dato en el que nadie reparó: el estado asambleístico de la clase media que, a puro cacerolazo, echó a dos presidentes constitucionales, no se movilizó para repudiar las bravuconadas de Colin Powell, Paul O'Neill o Anne Krueger. ¿Por quién doblan las cacerolas?
Para colmo de males, el peronismo volvió a cometer uno de sus peores pecados: intentar dirimir sus internas en la cima del poder. Los bloques de senadores y diputados parecen ser facciones con liderazgos difusos, los gobernadores se cuidan de quedar demasiado pegados al presidente, y el presidente (tal vez porque la necesidad tiene cara de hereje) se refugia en el desvencijado aparato bonaerense.
En un aporte más a la confusión general algunos periodistas demuestran tener los mismos vicios que los políticos a los que critican. A la derecha y a la izquierda de la pantalla se empiezan a tejer operaciones demasiado ordinarias y grotescas contra Lilita Carrió o Carlos Reutemann. La denunciología, a veces, no tiene otra fuente que la que surge de la portación de apellido. Unos y otros les dieron ánimo a algunos políticos impresentables para que chicanearan con una máxima no escrita pero peligrosamente generalizadora: "Nunca le pagues a un periodista, porque siempre hay alguien que le paga más".
La Argentina sigue empeñándose en demostrar que la realidad es más peligrosa que cualquier obra de ficción. ¿Cuál es el destino de un país ingobernable y sin una dirigencia política de recambio en condiciones de gobernar?
Esa debería ser la pregunta urgente, más allá de un par de leyes que solamente le darán más oxígeno a un gobierno que no podrá evitar seguir viviendo con el respirador artificial.



Paren la pelota, por favor. Duhalde no tiene respiro.
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