Año CXXXV
 Nº 49.476
Rosario,
domingo  12 de
mayo de 2002
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Punto de vista: El horrible olor de la demagogia

Ricardo Luque / La Capital

La demagogia da naúseas. En política, tanto como en cualquier otro ámbito de la vida. Ver cómo alguien se prodiga en halagos con la sola intención de saciar su propia ambición es detestable. Pero la actitud, tan común en los tiempos que corren, se tornó prácticamente invisible a los ojos del gran público. Más cuando aparece, disfrazada de buenas intenciones, en la pantalla de la televisión. Porque, hay que admitirlo, cuando ciertos gestos son amplificados por los medios pierden nitidez. Un ejemplo puede ayudar a que el fenómeno se entienda mejor. Después de varias idas y venidas, Marcelo Tinelli regresó el jueves pasado con "El show de VideoMatch". El animador se esforzó para explicar lo difícil que es hacer humor en épocas de crisis. Y cómo si eso fuera poco se arrogó la voz de los sin voz y, rompiendo con las tradiciones de su programa, no sólo trazó un panorama de la desgracia argentina sino que además se atrevió a criticar a los que, a su humilde criterio, son los responsables de la debacle del país. Léase, los políticos, los banqueros, los empresarios, en suma, la dirigencia en general. Y lo hizo poniendo en el aire un clip en el que Los Gauchos rodeados de un grupo de "cabecitas negras" reclamaban frente al Congreso nacional que se atendieran las necesidades de la gente. El reclamo, políticamente correcto, apareció matizado con desgarradoras postales de la miseria en las que se veían chicos revolviendo en bolsas de basura, indigentes durmiendo en la calle, jubilados librados a su suerte frente a los bancos, y todo mientras los senadores y diputados dormían plácidamente en sus bancas. Un golpe directo al corazón, que fuera del programa de Tinelli hubiera merecido un aplauso. Pero el pasado es una condena de la que el animador no puede zafar. Y no es para menos. Aún están frescas las risotadas con las que disfrutó de la fiesta de uno a uno. Así que el repentino compromiso del muchacho de Bolívar resultó difícil de creer. Más, se reveló abiertamente demagógico. ¡Puaj!


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