Año CXXXV
 Nº 49.375
Rosario,
miércoles  30 de
enero de 2002
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Interiores: Sensaciones

Jorge Luis Besso

Con las sensaciones resulta inevitable la tautología de tener que decir que la sensación es lo que se siente, lo que constituye una verdad indiscutible, pero que no aporta ningún conocimiento y en definitiva no sirve para nada.
Entre los siglos XVI y XVII el filósofo R. Descartes sufrió un típico ataque filosófico y ante un mundo lleno de apariencias empezó a dudar de todo, lo que lo llevó a la búsqueda de alguna certeza con la que guiarse aquí en la tierra. Paradójicamente la encontró en la duda: no puedo dudar que dudo, se dijo con el entusiasmo que le produjo el clic, lo que lo condujo a su afirmación fundamental: Pienso... luego existo.
R. Descartes escribió "El discurso del método" y formalizó la razón para Occidente, es decir, el pilar donde se asienta y se sienta el sujeto moderno. Tiempo después otro filósofo, que circulaba por las islas británicas, David Hume, escribía sobre la naturaleza humana y entendía al sujeto humano sobre una base muy distinta: las impresiones. A partir de lo cual establece una definición muy importante para la historia de Occidente: idea = impresión.
Impresión no quiere decir acá un simple parecer, sino "la impresión" de la naturaleza en la psiquis, esto es, nacemos como una página en blanco y la experiencia, más la naturaleza, escriben esa página que somos.
El resultado es más que evidente, somos un sujeto que piensa y somos un sujeto que siente, "todo en su medida y armoniosamente" decía el general en sus dichos de la tercera edad. La cuestión es que el humano pierde con bastante facilidad la medida de las cosas y con ella la armonía, pues precisamente si hay algo complicado es armonizar pensamiento y sensaciones que pueden vivir películas muy distintas, y ni hablar del pensamiento y de las sensaciones del otro.
Hay quienes idealizan el pensamiento y hay quienes jerarquizan las sensaciones, pues algunos encuentran la luz en el intelecto, en cambio otros ven en los afectos la marca más propia de la humanidad. De esta forma hay sujetos que piensan mucho y sienten poco y otros a la inversa.
También es probable que haya muchos que sienten y piensan en proporciones adecuadas, pero no por eso exentos de desmesura, pues a la vuelta de cualquier esquina el vecino más tranquilo puede pasar de la proporción a la desproporción. Esquemáticamente nos dividimos en fríos, tibios y calientes.
En esta tipología, los fríos y los calientes, por razones opuestas y de acuerdo a los gustos de cada cual, de algún modo siempre mantienen su prestigio, en cambio los tibios carecen de chapa, más aún, a nadie se le ocurriría envidiar a un tibio, cosa que sí ocurre con los otros. También "en" los otros, pues no es infrecuente que los calientes sueñen con ser fríos y los fríos se imaginen calientes.
Según la Biblia en el comienzo está el verbo, lo que está fuera de toda duda. Pero también en los comienzos hay un baile de sensaciones, pues no en otra cosa pueden andar y nadar la madre y su habitante de la panza, hasta que un buen día somos expulsados de ese interior irrepetible e irrecuperable en un pasaje de adentro hacia fuera en el que hay que hamacarse, pues el baile entre interior y exterior ya no cesará hasta que somos excluidos del mundo de los vivos para pasar a pertenecer al mundo de los muertos.
Otra vez encerrados, y sin salida al exterior, salvo algún viajecito que nos mandemos cuando aparecemos en el sueño de alguien que todavía nos ama o todavía nos odia, o las dos cosas, que es como ocurre generalmente. Lo cual muchas veces se siente pero muy pocas se piensa, pues son muchos los pensamientos no pensados que nos habitan.


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