Año CXXXV
 Nº 49.353
Rosario,
martes  08 de
enero de 2002
Min 17º
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cartas
La historia vuelve a repetirse

Lamentablemente es muy difícil por estos días encontrar serenidad como para analizar lo sucedido, pero me da la impresión de que ya hay cosas claras y por eso quiero expresar mi opinión. La asunción de Duhalde es más de lo mismo, ¿acaso no aplicó las políticas neoliberales impuestas por el menemismo?, ¿no es un aliado y compañero desde el 89 de quienes empobrecieron a la Nación? ¿no es acaso el perdedor frente a la Alianza en las elecciones nacionales de hace dos años? ¿Hoy se despierta y quiere otro país? Por qué hay que creerle, por qué hay que tenerle confianza o tener esperanza. Si ni siquiera puso colaboradores nuevos, o caras nuevas, a su alrededor. Este engendro gobernante es en todo caso una transición para ganar tiempo, hay que meter mano donde están los poderosos, los especuladores, los que se robaron el país, éstos que con la anuencia de la Iglesia, los grupos económicos concentrados, la mafia financiera, la rosca sindical de las famosas CGT han puesto a nuestra patria al borde del abismo. Estos sujetos son lo más traidores que puede pensarse, ahora les hablan a los mercados y a los empresarios, ¿cuándo le hablarán al pueblo sufriente y empobrecido?, ¿cuándo darán repuestas a sus extremas necesidades?, ¿cuándo hablarán un lenguaje que se les pueda entender? Evidentemente nunca lo harán, ellos representan o son empleados de quienes gobiernan verdaderamente a la Nación. Al pueblo le queda luchar; no creo que las cacerolas sigan siendo efectivas, hay que estar atentos y movilizados, en todos lados, y escrachar donde se encuentren a estos políticos (que tan mal dejan a la política con su accionar) y correrlos de los lugares públicos, denunciarlos ante los vecinos, no hay que dejarlos vivir en paz, porque ellos no nos dejan vivir a millones de argentinos. La paciencia tiene un límite y está llegando. Que nadie se sorprenda por las reacciones del pueblo, cuando lo acorralan, lo hambrean, lo matan y le mienten descaradamente.
Héctor Marinángeli


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