Año CXXXV
 Nº 49.332
Rosario,
domingo  16 de
diciembre de 2001
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Un Bianchi ganador se despide de Boca

El propio Carlos Bianchi afirmó, hace ya mucho tiempo y cuando nadie imaginaba esta salida suya de Boca Juniors, que el ciclo de un director técnico al frente de un equipo no debe prolongarse mucho más allá de los tres años.
Los hechos, una vez más, le dieron la razón. El deterioro en su relación con la dirigencia llevó a este camino sin retorno por el que decidió irse, a tres años y cinco meses de su desembarco.
De la misma manera, el tiempo había dado razón a aquella muletilla que Héctor Veira repitiera hasta causar gracia: "La base está". Durante la gestión del antecesor de Bianchi habían llegado a Boca Oscar Córdoba, Roberto Abbondancieri, Jorge Bermúdez, Walter Samuel, Cristian Traverso, Mauricio Serna, Guillermo y Gustavo Barros Schelotto y Martín Palermo, mientras que ya estaban desde antes Rodolfo Arruabarrena, Diego Cagna y Juan Román Riquelme.
Con esa famosa "base" (sin Serna todavía), Boca fue subcampeón a un punto de River en el Apertura 97 (el antiguo sistema de dos unidades por partido ganado habría obligado a un desempate), pero después los resultados desbarrancaron a Veira y en eso llegó Bianchi, el hombre del destino, el providencial que con sólo transponer el portón de Casa Amarilla pareció sepultar aquello que Diego Latorre definiera como un cabaret.
Bianchi sostuvo la titularidad de Córdoba cuando los medios practicaban tiro al blanco contra el arquero, Bianchi dio vía libre para la transferencia de Néstor Fabbri (uno de los jugadores de mejor rendimiento en la etapa anterior) y confió la camiseta número seis a Samuel, Bianchi rescató del ostracismo a José Basualdo, Bianchi determinó que Riquelme (hasta entonces carrilero, a menudo suplente) tenía que ser enganche, Bianchi les dijo a Guillermo y Palermo -al cabo del primer entrenamiento en Tandil- que iban a ser sus delanteros, Bianchi le espetó tete a tete a Claudio Caniggia -meses después, cuando al veleidoso blondo se le antojó volver de Miami- que no lo necesitaba.
Bianchi, en fin, consolidó en muy poco tiempo ese gran equipo (se repite: gran equipo) campeón invicto en el Apertura 98, el que en el semestre siguiente, además de volver a ser campeón, llegó a la marca de cuarenta partidos invicto en torneos locales.
Bianchi ganó la Libertadores 2000 ya sin Cagna, uno de sus lugartenientes dilectos y su primer capitán, además de no contar con Serna y mientras Palermo volvía de su grave lesión (imposible soslayar el golpe maestro que significó la inclusión del goleador en un partido definitorio con River tras seis meses de ausencia). Bianchi le ganó la Intercontinental al Real Madrid cuando ya también habían partido Samuel y Arruabarrena, en tanto que Guillermo quedó fuera del equipo como en gran parte del año.
Con lo que iba quedando, ya también sin Palermo ni Basualdo ni Gustavo, alcanzó para obtener la Libertadores 2001, pero por entonces los síntomas de resquebrajamiento iban más allá de lo que podía verse en la cancha. Lo de luego del partido con Palmeiras en Parque Antárctica -no es un dato menor que Bianchi no estuviese en el vestuario cuando pasó lo que pasó- es sólo el mayor botón de muestra.
Emigraron Bermúdez, Hugo Ibarra y Aníbal Matellán (otro acierto del técnico) y fue este equipo de hoy, inseguro, errático, "riquelmedependiente" hasta lo inaceptable, el que resignó la Intercontinental frente al Bayern Munich (infantilismo de Marcelo Delgado al margen).
Habrá que empezar de nuevo y no sólo porque no va a estar Bianchi. El sabía que había que empezar de nuevo porque dicen que se va Córdoba, que se va Serna, que se va Traverso, que se va Delgado y no se entiende cómo es que todavía no se fue Riquelme.
A Bianchi no le fue del todo bien en el -moderado- rubro compras. Acertó plenamente con Ibarra, Barijho nunca terminó de explotar, a Delgado sólo lo aceptó, también aceptó a Medina y Takahara, le fracasaron Pereda, Fagiani, Pandolfi y Jorginho, Gaitán está en proceso de consolidación y hay otros que por ahora, ni fu ni fa, como Javier Villarreal, Rolando Schiavi y Jorge Martínez.
De los jóvenes a los que él dio vuelo, la mejor respuesta fue Sebastián Battaglia, perseguido por las lesiones, mientras que Nicolás Burdisso está en etapa de maduración, otros pasaron y algunos está por verse.
Habrá que ver también si con el entrenador que llegue, Boca es capaz de volver a ganar en la cancha de River, algo que no consigue desde 1997 (tiempo de Veira).
La sucesión es todo un tema porque ocupar el lugar de Bianchi es una carga muy pesada. Se apunta a Manuel Pellegrini porque da el target y no hay a la vista otras opciones válidas, pero es curioso comprobar que los cuestionamientos que hoy -razonablemente- genera el otro candidato, Hugo De León (viene de un fútbol menor, no conoce el medio, es un paracaidista) son los mismos que hace diez meses despertaba el propio ingeniero, cuando Fernando Miele lo trajo de Chile a San Lorenzo de Almagro.
En el último cuarto de siglo, Boca tuvo, antes de Bianchi, dos entrenadores sobradamente exitosos. Uno de ellos, Oscar Tabárez, quedó ahora fuera de carrera por razones políticas (está demasiado ligado a la conducción del tándem Antonio Alegre-Carlos Heller). Al otro, Juan Carlos Lorenzo, se sabe, lo perdimos hace muy poco tiempo.
Tal vez Bianchi vuelva alguna vez a Boca, como todos parecen imaginar, pero tendrá que correr el tiempo y al respecto conviene tener presente lo que pasó cuando el envejecido Lorenzo regresó, en 1987, a un Boca futbolísticamente en ruinas.
Las otras noches, en Puerto Madero, Bianchi y Mauricio Macri, sentados a la misma mesa, pudieron haber cantado a Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo: "hoy vas a entrar en mi pasado y nuevas sendas tomaremos. Qué grande ha sido nuestro amor y sin embargo... ¡ay!... mirá lo que quedó..."



Bianchi cierra un exitoso ciclo en Boca.
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