Año CXXXV
 Nº 49.331
Rosario,
sábado  15 de
diciembre de 2001
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Tibia bienvenida a los marines en Kandahar
Las nuevas autoridades rehúsan la ayuda

Bárbara Alighiero

Kandahar. - Los 200 marines que llegaron el jueves al aeropuerto de Kandahar lo hicieron de manera sigilosa, ya que las nuevas autoridades de la antigua ciudad del sur afgano no quieren publicidad sobre la ayuda estadounidense, que no desdeñan vista la tensión y el volumen de armas que circula a una semana de la huida talibán. El comandante Gul Agha, nuevo gobernador de Kandahar, que reocupó el palacio del que fue expulsado por los talibanes en 1994, asegura tener todo bajo control. Sin embargo, en el corazón de la noche, tres hombres de las fuerzas especiales norteamericanas aparecieron imprevistamente en la plazoleta fuera las puertas de los muros ciudadanos, ahora destruidos, a unos 200 metros de la gobernación donde los hombres de Gul Agha levantaron un puesto de control.
Los tres norteamericanos patrullan y los guerrilleros exhortan a los periodistas a no salir: "Son bandidos", dicen, y no se entiende bien si hablan de los estadounidenses.
Hasta entrada la mañana se escuchan a lo lejos helicópteros y tanques armados, que llevan marines al aeropuerto, teatro de una de las más sangrientas batallas de esta última guerra en Kandahar, aún no relatada. Los cadáveres, centenares según se afirma, de los legionarios árabes de Al Qaeda que defendían su cuartel general fueron recuperados en mínima parte, la zona está llena de minas pero los norteamericanos deben repararla para poder usar las pistas para sus aviones. Dicen que por motivos logísticos y ayudas humanitarias.

Precaria estabilidad
Gul Agha no está feliz. Quisiera sacar a todos los periodistas, para que no registren en cuánto su victoria depende de Washington. Pero también porque la estabilidad es cuanto menos precaria. Circulan camionetas cargadas de hombres, con turbantes y kalashnikov, aparentemente dos elementos esenciales en el atuendo masculino afgano. Casi todos son hombres de Naqib Ullah, el rival que se disputaba con Gul el dominio de la ciudad. La intervención el lunes del primer ministro designado Hamid Karzai resolvió el conflicto pero se ignora cuánto durará la frágil tregua.
Las noches del limpísimo cielo estrellado de Kandahar están sacudidas por los disparos. "Es sólo de alegría", asegura el portavoz de Gul Agha. El juego no divierte tanto a la población. "Tenemos miedo de que todo vuelva a ser como antes de los talibanes" (rapiñas, robos, violaciones y violencia de todo tipo), dicen varios ciudadanos.
Los "estudiantes de teología" se fueron con las armas y nadie lo lamenta, aunque garantizaban la seguridad. Ahora se teme un recrudecimiento de la lucha interna. Los hombres de Naqib Ullah que en base a los acuerdos debiera haber entregado las armas ahora se rehusan a hacerlo. Algunas zonas de la ciudad de hecho están bajo su control. Pero los bazares están llenos. La gente se prepara para festejar el Eid, la luna nueva que el lunes celebrará el fin del mes sagrado de ayuno, el Ramadán.
No hay dinero y todo cuesta carísimo -tres o cuatro veces el precio normal- pero el Eid es como Navidad, los niños esperan regalos, los adultos sueñan con una gran cena. Y este año también la música dará color a la fiesta. Los casetes fueron importados desde Pakistán, a 100 kilómetros, el día posterior a la caída de los talibán. "Irá mejor, debe ir mejor. Inshallah (ojalá)", dice el jefe de la oficina postal, Abdul Kandir, que desde hace 28 años se dedica a la distribución de las cartas en Kandahar. "Bajo los talibanes se imprimió sólo un puñado de estampillas, todos con rosas, porque las imágenes de animales y hombres estaban prohibidas". Kandir tiene ocho hijos, el más pequeño de cuatro meses y el mayor de 21 años. "Será un proceso largo y difícil cambiar las cosas, es importante que llegue la paz", afirma. (Ansa)



La casa destruida del prófugo mulá Omar.
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