Año CXXXV
 Nº 49.331
Rosario,
sábado  15 de
diciembre de 2001
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Editorial
Límites que no se respetan

Cuando se tomó registro del contenido de los cables, la información recorrió velozmente las redacciones periodísticas. El dato clave era que el ministro de Desarrollo Social, Daniel Sartor, se había fijado un salario que superaba los ocho mil pesos mensuales, superior a la retribución máxima que establece la escala, que es la del jefe de Gabinete. Sucede que pocos momentos pueden ser más inoportunos que el presente para que se difunda la noticia de que un funcionario público percibe un salario excesivamente alto. Muy poco tiempo atrás, en las últimas elecciones legislativas, los ciudadanos argentinos dejaron claramente establecido -votos en blanco e impugnaciones de toda clase mediante- que no es precisamente confianza el sentimiento que les inspiran las dirigencias políticas. Fue un poderoso llamado de atención para quienes han sido encumbrados por el sufragio popular; pero parece que algunos sufren de una muy conveniente sordera.
El sustantivo acaso parezca destemplado, descarnado, duro. Pero la palabra "desvergüenza" es la que suele emplear el pueblo para calificar, sin dejar una sombra de duda, ciertos comportamientos. Una retribución mensual de ocho mil pesos supera con largueza el promedio de ingresos de la inmensa mayoría de los habitantes de la Nación. En sí misma, su sola mención genera enojo en muchos: pero más, cuánto más, si se le agrega que ese dinero proviene del erario público. ¿Y si se le sumara, como en este caso, el dato de que esa cifra fue autoasignada?
El gobierno, por cierto, intimó a Sartor a que se bajara el salario. Pero, ¿alcanza? ¿Se habrá evaluado -la habrá sopesado el presidente- la posibilidad de solicitarle la renuncia a quien retribuye de esa manera la trascendente responsabilidad que se le ha otorgado? Más allá de lo retórico de la pregunta, el manual del buen funcionario no debe incluir entre sus páginas actitudes como las del ministro. Aunque acaso lo más grave sea el hecho de que sean, primero, desconocidas ("me enteré a través de la prensa", dijo el vocero presidencial, Juan Pablo Baylac), y -luego- consentidas, por el motivo que fuere.
Debe insistirse: si lo que se pretende es arrancar al país de las garras de la crisis, harán falta no sólo resolución, coraje político, talento y persistencia, sino también hombres que sean dueños de una sólida ética. El cansancio y la desesperanza que hoy día invaden a los argentinos tienen raíces ancladas en el suelo de la impunidad. Los cambios estructurales, que tanto se reclaman y necesitan, sólo serán posibles a partir del ejemplo concreto brindado por los líderes.


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