Año CXXXV
 Nº 49.328
Rosario,
miércoles  12 de
diciembre de 2001
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Editorial
Peligrosa fragmentación

Argentina vive horas críticas. Dentro del duro marco que constituyen los cuatro años de recesión económica -que funcionan a modo de un pesado rodillo que aplasta el espíritu de la sociedad-, la coyuntura se presenta especialmente compleja. Es que el próximo viernes (es decir, pasado mañana) se sabrá si el país puede afrontar o no los pagos de la deuda externa; si se produjera el incumplimiento, se entraría en el "default" tan temido, con las funestas consecuencias que traería aparejadas en el plano internacional. Mientras, la dirigencia sindical encabezará mañana el noveno paro general desde que asumiera la presidencia Fernando de la Rúa, y pocas veces una medida de esta índole resultó tan inoportuna. Ocurre que para afrontar con éxito un desafío como el que implica el momento presente, se torna más necesaria que nunca la eliminación de todos los intereses sectarios en procura del bien común. Si esto no sucediera, y pronto, la República volverá a ser víctima de los mismos errores que tanto la perjudicaron en un pasado que todavía está fresco en la memoria de muchos de sus habitantes. La gran pregunta es: ¿habremos aprendido?
La cesación de pagos convertiría a la Argentina en un auténtico paria en el terreno de las finanzas internacionales. La definitiva pérdida del crédito, su principal consecuencia, paralizaría muchos de los resortes del Estado y sumiría a la economía en una situación de deterioro en relación con la cual la actualidad adquiere rasgos benévolos. Pero muchos no han tomado conciencia de lo antedicho, u operan en favor de intereses inconfesables. Y lo que preocupa es que no se trata de ciudadanos lisos y llanos, sino de referentes en el terreno político, con capacidad de convocatoria y concreta incidencia sobre los hechos. Cuando livianamente se alude a devaluar o no pagar los servicios de la deuda se ejerce una poderosa influencia negativa sobre el espíritu de responsabilidad que debe primar en toda sociedad saludable.
Simultáneamente, el cansancio de la gente resulta lógico, sobre todo si se toma en cuenta que los esfuerzos recaen, demasiadas veces, sobre quienes menos pueden. Pero la conversión automática de esa fatiga en destructivo malhumor puede erigirse en una actitud tan inmadura como peligrosa. A ningún lugar conduce el camino de la queja extemporánea, del rezongo por el rezongo mismo. Muchas cosas pueden -y deben- estar en discusión, pero antes habrá que alejar al país de la cornisa a fin de que no se precipite al fondo del abismo. Y esa es una tarea de todos. Más precisamente: de todos, juntos.


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