Año CXXXV
 Nº 49.327
Rosario,
martes  11 de
diciembre de 2001
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Una metáfora cantada de la libertad
"Nabucco", de Giuseppe Verdi, se presentó en El Círculo
En las representaciones de la obra tuvo una destacada actuación la orquesta dirigida por Luis Gorelik

Silvio Mario Valli

La voz humana es un milagro. Esto quedó demostrado, una vez más, el viernes y el domingo últimos con la puesta en escena del tercer drama lírico, en cuatro actos, de Giuseppe Verdi (1813-1901) sobre libro de Temístocle Solera, titulado "Nabucco", abreviatura del nombre de Nabucodonosor II, rey babilónico que venció a los hebreos 500 años antes de Cristo y que es el eje de la ópera.
"Nabucco" es producto de la abreviatura de una representación que se hizo en Corfú (Grecia), en 1844. Para el músico, nacido en una minúscula aldea del ducado de Parma, La Roncole, bajo la dominación napoleónica (motivo por el cual el nombre real de Giuseppe Verdi es Joseph Fortunin Francois... Verdi, para el mundo civil y temporal... Verdi, nació ¡francés!) "Nabucco" fue una obra de vital importancia.
Como fue un librepensador y revolucionario, su apellido Verdi fue tomado como emblema de resistencia al invasor galo. "Nabucco" y más precisamente la célebre aria "Va pensiero sull' ali dorate" ("Ve, pensamiento, sobre áureas alas") lo decidió a aceptar ponerle música, ya Verdi asimiló la situación de los hebreos con la Italia ocupada, encontrando la oportunidad de realizar una obra veladamente patriótica.
La ópera en cuatro actos ("Jerusalem", "El impío", "La profecía", "El Idolo caído") que se exhumó en el teatro El Círculo, contó para su realización con la coordinación del profesor Rubén Botta, Adriana Acosta y Marcelo Aronna (Opera de Rosario). La Orquesta de la Opera de Rosario, el Coro Lírico Pía Malagoli y cantantes solistas.
En la dignísima versión escuchada y vista tuvo una destacada participación la Orquesta de la Opera de Rosario con la dirección de Luis Gorelik, que sonó afiatada en sus secciones y sería injusto no destacar la participación de las cuerdas solistas (chelo y arpa), madera y bronces.
Rubén Coria dirigió sabiamente al Coro Pía Malagoli, calidad y enjundia vocal-tímbrica que se han convertido en una inveterada buena costumbre de director y coreutas.
En cuanto a los intérpretes principales, Adelaida Negri (soprano) confirió todo su oficio y solvencia al difícil personaje de Abigail, por coloraturas y cadencias extrañas por sus notas notas agudas y graves de gran exigencia técnica. Las arias "Ben io t'invenni" y "Anch'io dischiuso un giorno" del segundo acto fueron una prueba de lo dicho.
Sin duda, Leonardo López Linares (bajo/barítono) como Nabucco, rey de Babilonia, merced a su planta, voz y expresividad, mereció ampliamente el fervor del público y su aplauso sostenido para arias como "Donna, chi sei", "Oh, di cual onta aggravasi" o "Deh, perdona" del tercer acto, en dueto con Adelaida Negri. Obviamente que el solo del cuarto acto "Son pur queste mie membra" fue el tour de force de la noche.
En principio Verdi iba a titular a esta opera: "Zacarías", dada la importancia del gran pontífice de los hebreos, e imbuido de esto Ariel Cazes (bajo), impuso presencia, señorío y voz a ese rol.
El Ismael, sobrino del rey de Jerusalem, a cargo de Gerardo Marandino (tenor); la Fenena, hija de Nabucodonosor, de Gabriela Cipriani Zec (soprano); el Gran Sacerdote de Belo, de Edgardo Rinaldi (bajo-barítono); Anna, hermana de Zacarías, por Sandra López (soprano) y Abdallo, oficial del Rey de Babilonia, con Gerardo Costantini (tenor), completaron eficazmente el reparto lírico principal.
La regie y diseño de escenografía de Rubén Berasain, con los medios a su alcance y el invalorable aporte del vestuario, utilería y elementos escenográficos del Teatro Colón, amén de sus colaboradores y técnicos, hicieron posible que el público, menos que el deseado, asistiera a la representación de una de las obras cuyas naturales dificultades fuera sorteadas eficazmente con objeciones menores en la iluminación (seguidores entrando a destiempo) apliques pilosos en coreutas que lucían impostados, algunas caladas, o la falta, por razones económicas de un generador de caracteres traduciendo en simultáneo los parlamentos cantables.
"Se está utilizando en todo el mundo el subtitulado electrónico y eso hace que todo el público pueda entender hasta los argumentos difíciles", Adelaida Negri, Escenario, 8/12/01).
En suma, Nabucco, estrenada en el teatro Alla Scala, de Milán, en 1842 y en Rosario en 2001, permite abrigar la esperanza de que "il bel canto" es y será en épocas tan conflictivas y tan parecidas, no obstante los años transcurridos, una expresión de y para el espíritu, que nos permita coincidir con Friedrich Nietszche en que "la vida sin música... sería un error".



Leonardo López Linares se lució como Nabuco.
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