Año CXXXV
 Nº 49.313
Rosario,
martes  27 de
noviembre de 2001
Min 14º
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Reflexiones
Ficción

Manuel Vicent (*)

El gangster Lucky Luciano lo dejó dicho: en cualquier negocio lo primero que hay que procurar es no ser el muerto. En realidad, ésta es la única forma de llegar al final de la película. Si se considera que en general la vida es cine negro, cuando se logra sobrevivir a la propia miseria, el resto no deja de ser sólo un espectáculo y en esto el rey de la mafia coincide con Calderón de la Barca, que concibió el mundo como un gran teatro. Más de media humanidad se pasa gran parte del día sentada consumiendo imágenes. Una guerra, un acto terrorista o un buen terremoto sirve para mantener en vilo a este inmenso patio de butacas que se extiende por todo el planeta. De pronto los focos iluminan los tanques de Irak entrando en Kuwait y a ese desfile le sigue un árbol de Noel que deja caer sus piñas de acero sobre las noches de Bagdad.
Esa acción sólo es real mientras las cámaras la mantienen. Ante este cúmulo de violencia los malos profetas pronostican una catástrofe universal, pero llegado el momento cae el telón y los focos se apagan. La función ha terminado. Las cámaras se trasladan a Ruanda donde se está produciendo un colosal degüello. El espectador mira hacia ese lado y se vuelve a excitar ante ese caudal de sangre, pero la emoción termina de repente el día en que la CNN deja a oscuras en pleno fregado esa matanza africana para trasladar los bártulos a Bosnia. Como sucede con el cuerpo humano, al mundo no pueden dolerle dos cosas a la vez. ¿Qué interés despierta hoy el tirano Milosevic, que tanto odio condensó? ¿Dónde está el subcomandante Marcos? No hay cámaras suficientes para todos los males. Ahora los focos iluminan la montería de Afganistán donde una rehala de pastunes ha ido levantando talibanes para que pudieran ser abatidos a mansalva desde sus puestos por los señores de Occidente y sus secretarios. Cuando estos monteros se coronen con el venado de 14 puntas, medalla de oro, Bin Laden, las cámaras abandonarán esa cacería y el paisaje lunar de Afganistán quedará sólo a merced de los cuervos y buitres reales, pero eso no lo verá nadie. Hoy cada guerra es un auto sacramental cuya coreografía es el humo de los bombardeos, de modo que los analistas y corresponsales deberían ser críticos de teatro. Llore usted sobre la crueldad humana y no olvide el consejo de Lucky Luciano: en cualquier negocio o guerra de clanes lo más importante es no ser el muerto. Si muere se quedará sin ver el resto del espectáculo.

(*) El País (Madrid)


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