Año CXXXV
 Nº 49.309
Rosario,
viernes  23 de
noviembre de 2001
Min 23º
Máx 32º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Editorial
Mal que no respeta límites

De las distintas modalidades que adopta el delito, aquellas que involucran a los niños suelen ser las más perversas y terribles, por la obvia inocencia de las víctimas. Y una de ellas, la prostitución infantil, se presenta como un flagelo al cual resulta cada vez más difícil ponerle freno. Un reciente informe elaborado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y otros organismos públicos dio cuenta de que la edad de iniciación sexual de los jóvenes explotados oscila en los doce años, que la mayoría de ellos son mujeres -aunque no faltan los varones- y que la atroz problemática no sólo se propaga en las grandes ciudades argentinas, sino que sus tentáculos también alcanzan a los pequeños centros urbanos.
Uno de los ejes sobre los cuales debe pasar la espinosa discusión que debe, ineludiblemente, entablarse sobre este asunto es, por cierto, el problema de la creciente demanda. Ocurre que, sin dudas, allí radica uno de los núcleos del drama. Oculto, al modo del sector sumergido de un iceberg -que, según se sabe, constituye la mayor parte del mismo-, se relaciona con una verdad de Perogrullo: si el mercado requiere un producto o servicio, siempre existirá alguien dispuesto a proporcionárselo, si hubiera ganancias de por medio. Y penosamente en este caso los requerimientos no han dejado de aumentar, hecho que describe con dolorosa contundencia el estado actual de la sociedad.
Por esa razón debe insistirse en que la ardua tarea a encarar no sólo pasa por la concreta represión del delito, sino por la formación moral de los ciudadanos, sometidos al constante bombardeo de modelos que propugnan el placer inmediato como excluyente objetivo de sus vidas.
Claro que el trasfondo de la prostitución infantil no es otro que la pobreza y la pérdida de horizontes concretos que afecta a numerosos argentinos. Plena ocupación, educación y atención médica para todos han pasado a constituir una utopía contemporánea en un país que conoció, no hace mucho, mejores épocas. Y las redes criminales aprovechan, a su modo, estas patéticas circunstancias.
Dueñas, ahora, de poderosos recursos, que en muchas ocasiones superan a los de las propias fuerzas de seguridad, utilizan la más refinada tecnología para conseguir sus fines. Entre ellas esa maravilla que es Internet, cuya misma esencia -la libertad, la falta de controles estatales- permite la potenciación de sus virtudes intrínsecas, pero al mismo tiempo proporciona herramientas a quienes se dedican a tareas "non sanctas".
El futuro se presenta penumbroso. Aunque mantener el foco de la atención social sobre la creciente gravedad del problema es el primer paso para comenzar a aclararlo.


Diario La Capital todos los derechos reservados