Año CXXXV
 Nº 49.305
Rosario,
lunes  19 de
noviembre de 2001
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Televisión

Vicente Verdú

¿Y si la televisión no fuera tan mala como creemos? ¿Y si lo que nos pasa es que no entendemos de televisión? Ni siquiera los críticos de los periódicos que redactan crónicas y emiten juicios regularmente entienden especialmente de televisión: de sus técnicas, sus efectos especiales, sus trucos, sus ritmos particulares. A diferencia de otros casos de críticos que juzgan el cine, los libros, el fútbol o la pintura, quienes son escogidos para lanzar veredictos a menudo terribles sobre los programas son poco más que un espectador más. Pero ¿qué saben los espectadores de televisión? ¿Qué se les ha eseñado en lugar alguno?
Hace unos años Umberto Eco escribió un célebre artículo titulado "El público perjudica a la televisión". La televisión no sería, pues, como se admite sin vacilación, quien nos embrutece, sino que nuestra mala presencia, nuestro desprecio, nuestra actitud prepotente, y al fin vulgar, vulgarizaría a la televisión. A diferencia de otros medios de expresión, la televisión ha tenido muy mala prensa. La prensa ha temido a la televisión y siempre la observó con malestar y reticencia. Los medios escritos se sintieron amenazados por lo audiovisual y de ahí que los recién llegados fueran tildados de bárbaros. Este año, por primera vez, puede ser que el Premio Turner, que concede la Tate Modern al artista británico más destacado, sea no para un pintor o un escultor, sino para un autor de videos. Un desdeñado autor audiovisual, un supuesto artista de segunda fila.
Hay mucha mística y no poca estupidez respecto al bien que procura la lectura y el mal que hace la televisión. Como si no existieran lecturas que denigran la inteligencia o el estómago y se olvidara que la televisión, además de ser el medio más actual e importante, no ofreciera nada de excepcional. Hay un palurdismo decimonónico, muy en manos de feos novelistas sobre todo, que sigue embobándose con el quehacer de la escritura y el tacto del libro. Gentes que hasta presumen, encima, de no ver la televisión casi nunca. Son, sin duda alguna, un grupo de vagos mentales o ignorantes funcionales. Escombros de una cultura que va dejando de mandar y donde ellos se juegan exasperadamente el dominio.


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