Año CXXXV
 Nº 49.302
Rosario,
viernes  16 de
noviembre de 2001
Min 15º
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cartas
Yo, la Sala Lavardén

Al principio tuve miedo, tenerlos aquí, en mi casa. No me harán nada, pensé. Con un pasado oscuro, ellos, y tan siniestro; esas caras. Pero después me dije: que tonto soy, retonto. Si ellos vienen como actores y eso es lo que me tiene que importar. Sobre todo, es una buena noticia y yo no tengo por qué juzgarlos. Que lo haga la Justicia y que muchas veces lo hace mal. Ellos representaron el famoso sainete: "Tu cuna fue un conventillo". Había muchísima gente que aplaudía con entusiasmo a los actores: los reclusos de las unidades de detención 3 y 5 de Rosario. Convertidos ahora en actores y actrices estaban dando cátedra. Una cátedra de esfuerzo y constancia. Porque por más que vos pienses que en todo el día no hacen nada, también tenés que saber que eso destruye, eso desintegra al individuo. No existe antecedente en el mundo de una obra teatral de estas características. ¿Me entendiste bien? En el mundo, nunca un grupo mixto de presos y presas estuvo en un teatro, para que lo viera el público en general. Yo, la Sala Lavardén, fui testigo y nadie me quita lo bailado. Diecinueve personas ahí, transformando y transformándose, porque el efecto es mutuo entre el espectador y el protagonista, y en mí que quedé sorprendida. Yo quiero que esto siga, que se sigan formando grupos de reclusos para actuar; que el teatro les sirva a los presos para decir: acá estamos, véannos, porque en la medida que ustedes nos ayuden, se estarán ayudando ustedes. Y no es que yo me haga la bondadosa con toda la gente que transgrede la ley. No, yo me refería a los reclusos de las Unidades 3 y 5, nada más, porque si todos los que afanan con guante blanco en la Argentina fueran presos y tuvieran que hacer teatro, no te alcanzaría con vivir 11.000 años para ver todas las funciones que tendrían que hacerse. ¿No te parece?
Daniel Marocco


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